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vals para hormigas / OPINIÓN

Política y melodía

20/02/2019 - 

En un bar cualquiera, durante un café que sirve para engrasar la máquina y sacar adelante este vals semanal, parecía que se iba a imponer el deporte. Uno sintoniza el oído para saber qué es lo que da sentido a la calle, porque los periodistas, si nos descuidamos, acabamos como los políticos, creyéndonos más importantes de lo que somos. Y sin la voz de la gente, sin la repercusión que en ellos ejerce nuestro trabajo, no somos más que nuestra propia voz. Poca fuente y poco fiable. Decía que parecía que el deporte se iba a imponer después de la final de la Copa del Rey de baloncesto y antes del regreso del Barça a la Champions. Pero no. La charla derivó hacia la política, un asunto que anima las reuniones y caldea las desapacibles tardes de febrero.

En cierto sentido, me sentí decepcionado. Me gusta bastante el deporte, sobre todo cuando es capaz de transmitir la idiosincrasia de una sociedad, como un microscopio o un día al volante de un coche. Y del asunto de las áreas pequeñas y el repintado de líneas del último partido celebrado en el Rico Pérez entre el Hércules y el Cornellà, se pueden sacar casi un relato de Fontanarrosa, un artículo de Enric González o unas cuantas conclusiones bien jugosas acerca de una ciudad que nunca ha sabido dónde poner sus límites ni adaptarse a las reglas del juego de un mundo en constante evolución. Sin embargo, todo quedó en un susto, una ocasión desperdiciada, un remate que rozó el poste por fuera. Volvemos a estar en periodo electoral, un safari del que no salimos desde hace tres años. Y la política, como casi ningún político quiere entender, es el fútbol de los martes.

En aquel bar, escondido detrás del café y una libreta, aprendí que las charlas de política tienen armonía y melodía, como las piezas clásicas. Parecen comenzar de una manera simple, casi cómica. Solo ruido. Comentarios sobre el último partido llegado al panorama político nacional, ese que con tanto éxito confunde el volumen con la semántica, mezclados en un batiburrillo de críticas hacia sus postulados y dogmas, como en una caja de música oxidada. Y luego, de repente, una sola nota se eleva, inquebrantable, en el aire, dirigiendo la conversación hacia las cotizaciones, los impuestos y las jubilaciones. Las voces bajan y endulzan la melodía con un fraseo de pragmatismo, de cuentas sobre el papel en un despachito en penumbra, de acrobacias para autónomos, de ecuaciones para resolver el laberinto de cada mes. Aquella no era una charla de ciudadanos despistados. Era la música del día a día, del día a día insatisfecho, que me hizo pensar, porque no se parecía a lo que declaran los aspirantes a la Moncloa. Ni siquiera a las pataletas entre candidatos socialistas a la Alcaldía de Alicante a cuenta de unas primarias que pretenden dar voz a quien, en realidad, no la tiene. Me pareció que estaba rodeado por el susurro de los votantes. Y la partitura está al alcance de quien la quiera escuchar.

(Por si alguien ha creído reconocerla, sí, este último párrafo parafrasea la escena de Amadeus en la que Salieri descubre la música de Mozart. Perdón por la cinefilia, no lo puedo evitar).

@Faroimpostor

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