VALÈNCIA. El Levante vuelve a ponerse el esmoquin. La semana en Orriols ha dado mucho de sí, la ilusión sigue inundando la parte granota de la ciudad, y por mucho que las prioridades corran a cuenta de otra competición, la Copa sigue siendo el sueño húmedo de todo levantinista. Y también de una plantilla que viaja a Bilbao para disputar una eliminatoria diferente a las hasta ahora superadas. El doble partido obliga, al menos, a redibujar los esquemas, a darle una vuelta a las ideas desplegadas hasta la fecha en el torneo. 

Los de Paco López aterrizan en un teatro como San Mamés para el primer acto de su sueño muy cambiados desde la última vez que se enfrentaron al Athletic. En el último duelo entre ambos, allá por octubre, apenas acababa de empezar la travesía más dura del técnico de Silla desde que se sienta en el banquillo del Ciutat. Pero este Levante es otra historia: con la confianza por las nubes, con la aportación positiva de hombres con menos minutos ligueros y, pese al empate cosechado en el descuento frente al Granada, con una situación marcada por la holgura. 

La vitola de favorito, sin embargo, ampara al cuadro de Marcelino. La experiencia en encuentros del calibre del de esta noche, la última Supercopa colocada en sus vitrinas hace unas semanas y la sensación de obligación de ser finalista que circula por la Catedral contrastan con la necesidad incesante de victorias en la competición madre. Y el preparador asturiano anda también inmiscuido, como es habitual en estas fechas de campaña, en movimientos de piezas en su tablero.