La vida y el fútbol transcurren por caminos estrechos y paralelos. El Hércules sufrió el pasado domingo lo que padecemos el común de los mortales día tras día: esa mala costumbre del destino de, haciendo bien las cosas, no permitirnos llegar a buen puerto. Hacerlo bonito, acertar y aún así no ganar. Pocas pegas se le puede poner el pasado domingo no solo al equipo, también al partido en general. Posesión, buen juego, relativas llegadas con peligro… y todo ello ante un rival de entidad, que también fraguó un gran encuentro.
Llevamos años con la cantinela de que de jugando así, inevitablemente, el conjunto blanquiazul ganará más partidos de los que perderá, pero es que esta entidad es tan humana que se contagia de lo cotidiano y normal que es fracasar. Queda, eso sí, terreno para la esperanza. Carlos Martínez parece que va engrasando la maquinaria poco a poco, Benja está fraguando grandes actuaciones (incluso ayudando en defensa), la zaga parece que se asienta a pesar de la ausencia de Samuel, y el trabajo de Yeray incrustado entre los centrales, como iniciador del juego, comienza a dar sus frutos. Me gustó esa versión del equipo ante el Lleida, y aunque soy consciente de que es un guion que en algunos escenarios puede no ser válido, para los encuentros en el Rico Pérez parece ser buena receta.