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Papá, los pantalones

ALICANTE. Mi padre tiene la costumbre de llenarse los bolsillos de su pantalón con innumerables objetos, por lo que la parte inferior de su vestimenta suele pesar más de lo habitual. El domingo, cuando Jesús Alfaro disparó a su palo corto y marcó su primer gol con la blanquiazul, a mi padre se le cayeron los pantalones. Y eso solo puede significar una cosa.

Antes de ese momento, yo solo había visto a mi padre recogerse los pantalones celebrando un gol en dos ocasiones: en el Mundial de 2010 y ese mismo año en la grada del Stadium Gal, en Irún. Es la primera vez que se le caen en el Rico Pérez y es la primera vez que ocurre en una fase de ascenso.

Era evidente. La euforia se apoderó de la grada con el segundo gol del Hércules. Y con el primero. El tercero trajo una mezcla entre alivio, incredulidad y felicidad. Una felicidad que hacía mucho tiempo que no se respiraba entre las butacas azules de la casa herculana.

No sabría decir qué fue lo primero, si el huevo o la gallina. No sé si fueron los jugadores los que contagiaron a la grada o los aficionados los que transmitieron la intensidad y la energía a los futbolistas. Lo que está claro es que la comunión entre afición y equipo existe. Y de eso tiene mucha culpa Planagumà.

El Logroñés se adelantó nada más comenzar la segunda mitad y las previsiones no eran buenas. Los riojanos habían demostrado en la primera mitad y a lo largo de todo el curso que era complicado romper sus líneas defensivas y después del gol discutieron el dominio a los blanquiazules. Delante, el Hércules, que no había superado la barrera de los dos goles en ningún partido de esta temporada.

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