Recuerdo la primera vez que escuché hablar de Nino. Yo tenía dieciséis años y vivía el fútbol con la pasión que un chaval que sólo quiere ver a su equipo, sea en Primera, Segunda o Segunda B; puede tener desde la más absoluta inocencia e irrelevancia de no importarle la categoría, mientras que la franja verde salte al césped. Hablaba mi tío con unos compañeros de butaca en el Martínez Valero, sobre un jovencito delantero que les había llamado la atención entrenando y, sobre todo, marcando goles. Todavía no jugaba con el primer equipo pero decían "ese va para figura".
El 'figura' no tardaría en empezar a escribir su leyenda como franjiverde. Nunca podré olvidar el rugir del estadio cuando, al unísono, explotaba de júbilo y alivio al ver el balón en el fondo de las mallas, en un final de infarto ante el Melilla. "¿Quién ha marcado? ¿Quién ha marcado?" Preguntaba la gente entre el barullo montado en la grada y el grupo de jugadores apiñados sobre el terreno de juego. "El xiquet, el quince, el quince, el Nino". Siete días más tarde el Elche volvería a Segunda División en el Álvarez Claro, en un partido en el que los ilicitanos recuperaban la categoría perdida un año antes.
Desde entonces han pasado más de dos décadas. Veintiún años en los que Nino se ha hinchado a marcar goles con la camiseta franjiverde. Incansable e indefinible, un motor diésel de bajo consumo que apura las revoluciones para ponerse a dos cientos cuando salta al verde de todos los estadios. Hace una semana escribía una opinión sobre el 'cañonero de Vera', hoy vuelvo a caer en la misma tentación, seguro de que será siempre la penúltima. Porque, tratándose de Nino uno nunca sabe cuándo va a llegar el último baile. Un profesional que se cuida al milímetro y que, como persona, debe ser un ejemplo para todos los que empiezan.