ALICANTE. Las cosas en el fútbol suelen ser bastante frágiles. Victorias, títulos o incluso épocas de determinados clubes han sido consecuencia de desencadenantes fortuitos, por golpes de mera fortuna. Ya es un tópico la historia de la identidad Barça, del Dream Team, de aquel equipo de Johan Cruyff, que de no haber ganado aquella Copa del Rey en 1990, bien podría haber cambiado el curso de los acontecimientos en la historia reciente de la entidad blaugrana. Al final El Flaco salvó la cabeza en València, y nos dejó un legado eterno desde los banquillos.
Que Lluís Planagumà no es Cruyff lo sabemos todos, y es más, no lo necesita. El catalán ha llevado al Rico Pérez un estilo directo que no especula con la posesión, y que suele encontrar soluciones con facilidad cuando el rival se planta en campo propio y se olvida de más historias. Si no es por un lado, es por el otro, y si no, volvemos a empezar. Hasta ahí, bien. Lo preocupante es cuando el guion de partido del pasado domingo comenzamos a verlo en demasiadas ocasiones. Mucha llegada, mucho intento, y una dificultad tremenda para encontrar gol.