No se puede estar al plato y a la tajadas simultáneamente y, sin embargo, el Ayuntamiento de Alicante así lo pretende, al parecer. La sentencia condenatoria que fue dictada por el Juzgado de lo Contencioso nº 4 de Alicante hace unos días, en la que se ordenaba la declaración de Zona Acústicamente Saturada (ZAS) de las calles del entorno de Castaños y se reconocía la vulneración de derechos fundamentales de los vecinos, es no sólo una patata caliente en manos del alcalde Barcala, sino además un mal precedente de cara a otras zonas que tienen el mismo problema en la ciudad. Estoy hablando del casco antiguo, o sea del llamado Barrio, adonde íbamos en su momento todos los que ya peinamos algunas canas y donde sigue partiéndose parte del bacalao nocturno de Alicante. Hoy siguen yendo nuestros hijos, por cierto muchos de ellos menores que consumen alcohol en locales de allí, que presumo deben de estar vigilados por una suerte de Mr. Magoos, porque está claro que ven menos que un gato de escayola, a juzgar por las tajadas que se agarran los muchachos y las muchachas impunemente. Que el lenguaje inclusivo aquí aplica, pero bien. Pues bien, los vecinos del Barrio están enseñando también los dientes con lo de pedir otra declaración de ZAS en su área.
Lo cierto es que, por muchos equilibrios que se pretenda hacer, es difícil poder conjugar los intereses de las partes en conflicto en este caso. De una parte, los empresarios hosteleros lo que quieren es cuanto más mejor, poner más mesas y más sillas en la vía pública, que cada vez lo es menos en consecuencia, y que haya más gente acudiendo y consumiendo en sus locales o en la calle, más ambiente y más negocio para ellos, en definitiva. A sus bolsillos ni les va ni les viene el bienestar de los vecinos, sin duda pacientes sufridores de una situación que les ha venido dada por una moda. Las numerosas actas de infracción dictadas por miccionar o por consumir alcohol en vía pública son reflejo de que la calle ha sido tomada al asalto por los habitantes noctámbulos de los garitos de copas. Es cierto que se intentó crear una zona de atracción del ocio alicantino en el Puerto, pero fracasó y no se consiguió desplazar allí a la gente, a pesar de la oferta de los locales y de que habría sido lo mejor para poder satisfacer a todas las partes implicadas y dejar así descansar plácidamente a los habitantes de la ciudad. Sin embargo, Castaños y adyacentes se llevaron finalmente el gato al agua. Esta zona se ha convertido en un fiestódromo, bendecido por las bondades del clima y arropado además por los modernos radiadores exteriores.
Ahora el PP se ve obligado a recurrir la sentencia, pero no podrá quedar bien con todos a la vez, dado que tal cosa no es posible. Si en el recurso de apelación se falla a favor de los vecinos, los empresarios quedarán defraudados y denunciarán los despidos a que conducirá el hipotético cierre de locales. Meterán presión al consistorio, que debería ir exigiendo que se cumplieran ya los niveles de ruido, a lo que llega en todo caso tarde por lo que se ve. Si, por el contrario, la sentencia de segunda instancia tumba el ZAS se ahondará en los perjuicios a los vecinos, muchos de ellos ya verdaderamente saturados por los ruidos que cada semana pueblan sus calles. Y quedará abierta la vía del recurso de amparo constitucional por la vulneración de derechos fundamentales denunciada, que podría en caso de fallarse a favor de los vecinos dar lugar a un chorro de reclamaciones de daños y perjuicios contra el Ayuntamiento.
Reconozco, por lo liviano de mi estado alfa, lo mucho que me mosquean los ruidos a la hora de dormir, sean mis vecinos con sus duelos y quebrantos de madrugada, cuando no con los tacones lejanos, las músicas a deshora sea cual sea la causa, los moteros tocapelotas con tubos de escape trucados, especialmente en verano, o el camión de la basura. Así que mejor no pidan participación ciudadana para tratar este tema, porque soy capaz de ir y votar diez veces si es preciso. Y creo que no sería la única, a decir verdad.
Mónica Nombela