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Divinas palabras

Padres e hijos

Hijos que envejecen cuidando de sus padres. «Ley de vida», oigo decir. «Decadencia», respondo. Sé de lo que hablo: visitas al médico, paseos por la residencia, lágrimas y cambios de humor. Frente a la devastación, el consuelo del amor

| 25/01/2024 | 4 min, 1 seg

VALÈNCIA. Cuando llaman por teléfono miro la hora en el reloj, y si son las tres de la tarde será Wilson u otro comercial suramericano que me ofrece cambiar de compañía telefónica por una jugosa oferta. Si no son las tres debo preocuparme porque la llamada será de la residencia donde mi padre vive desde hace dos años y medio. De acuerdo con el protocolo del centro, el auxiliar de turno te llamará si tu padre se ha caído, y son demasiadas veces las que esto ocurre, de momento sin consecuencias dramáticas, todo lo más algún rasguño, gracias a la intercesión de su ángel de la guarda. 

Al anochecer, antes de dormirme, pienso que le hemos ganado otro día al enemigo. A la mañana siguiente te asalta la misma preocupación, el idéntico temor de que tu padre centenario haya enfermado y lo lleven camino del hospital. Con la madre ocurre algo parecido. Cuando marco su número de teléfono y tarda en contestar, me pongo en lo peor. Soy así de cenizo. Cierro los ojos hasta que oigo de nuevo su voz y por fin regreso a una tranquilidad pasajera, pues se trata de una mujer enferma. 

Lo que cuento es el día a día de un hijo que desde la distancia hace todo lo que está en su mano por cuidar de sus padres. Me gustaría que mis circunstancias fueran distintas para estar más cerca de ellos, pero la vida no siempre lo pone fácil. Creo que he sido un buen hijo (de pocas cosas más estoy seguro), si bien este convencimiento no me impide desfallecer en ocasiones porque pienso que lo que hago por ellos es insuficiente. 

Me estoy despidiendo de mis padres, disfrutando de la compañía de sus últimas semanas, meses o quizá algunos años. Los veo muy mayores, frágiles e inermes, como si hubiesen vuelto a ser niños, y yo fuese a la vez su padre y su madre, el responsable de cuidar ahora de ellos. De esto va la vida: de volver a los orígenes después de deshacerse de todo lo inservible y superfluo. La existencia es un proceso de depuración y de decantación; de olvidar a quien mereció ser olvidado, y de quedarnos con las pocas personas que nos amaron. 

"Mis amigos y yo cuidamos de los padres por amor, pero también por un sentido del deber. Necesitamos devolverles lo mucho que nos dieron"

Cuando observas lo que ha sido tu vida y tienes el coraje de mirarte por dentro, te das cuenta de la importancia que los padres tuvieron para ti, no sólo por engendrarte, sino por la educación que recibiste de ellos y el amor que pusieron para suavizarte el peso de los días. Lo hicieron como mejor pudieron, con sus virtudes y algunos defectos, como nos pasa a todos, pobres criaturas imperfectas, sabiendo que hubo momentos en que no estuvieron a la altura. Yo también me equivoqué y me comporté, siendo joven, como no debía. Me fallaba la experiencia. Es ahora, cuando me empiezo a hacer viejo, cuando comprendo la lección de vida de mis padres. 

Lo que he narrado no es excepcional. Conozco a amigos y compañeros que pasan por lo mismo. Ellos también se enfrentan a los estragos de la decrepitud de sus padres. Están solos para sobrellevar esa carga dolorosa, como mi amiga Marisa, que solicitó la ayuda de la dependencia para su padre, que ha perdido la cabeza, y después de muchos meses aún espera a que alguien aparezca para evaluar la demencia; o como mi amigo José Ángel, que vio morir a la madre por el maldito alzhéimer y, cada tarde, salga el sol, llueva o nieve, saca a pasear a su padre nonagenario por las calles de mi ciudad. 

Mis amigos y yo cuidamos de los padres por amor, pero también por un sentido del deber. Sentimos la necesidad de devolverles lo mucho que nos dieron. Tendríamos cargo de conciencia si los abandonásemos a su suerte. Seremos la última o penúltima generación en actuar así. Cuando ya no estén a nuestro lado, nos quedará la  tranquilidad de haber hecho lo que tocaba. Lamentablemente, algunos no tenemos hijos que vayan a hacer lo mismo con nosotros cuando llegue esa hora.

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