De entre las listas de posibles presentes navideños, me rindo ante las de libros, porque adoro regalarlos. Disfruto merodeando entre las novedades literarias, decidiendo cuál le gustará a esa persona en la que estoy pensando
VALÈNCIA. No siempre encuentro entre lo recién publicado un ejemplar adecuado: entonces paseo por las estanterías de los rincones, buscando títulos que merecen estar en cualquier hogar, salidos de cabezas y manos que no defraudan. Atinar depende de cuánto conozcas al agasajado o agasajada y del tiempo invertido en elegir la obra. Consecuentemente, quienes me conocen suelen regalarme novelas o ensayos, y aprecio mucho el cariño puesto en la elección, sumado al explícito garabateado en la dedicatoria.
Hace unos años pedí a mis padres que no se calentaran la cabeza en Navidad buscando regalos no repetidos, y me compraran un buen libro, como cuando era pequeña. Al llegar a cierta edad, son demasiados los pijamas, las colonias, los colgantes y otros cientos de objetos atesorados, a veces nunca estrenados. Y como me conocen bastante y me quieren más aún, no se equivocan. Nunca tengo que usar el tique regalo.
Ahora que entramos en modo compras navideñas compulsivas, me pregunto cuántos segundos emplean algunos en coger el primer volumen, del montón más grande, en el lugar más accesible y visible de las librerías y grandes almacenes, esos que están también junto a los chocolates y las galletas en los supermercados.
Viene esto a cuento de ese premio literario, tan conocido en nuestro país, que ha tocado fondo en cuanto a credibilidad. Su lugar en los primeros puestos de más vendidos, desde que se hace público el ganador o ganadora, obedece a la costumbre de dejarse llevar por la fenomenal promoción y al tirón del autor o autora, que este año es mucho, puesto que la agraciada presenta un programa de televisión con millones de espectadores, un formato, además, de características muy afines al tipo de novela presentada.
Poco importa la opinión que merezca la obra a los críticos literarios, imaginados, quizás, por los seguidores de la periodista como señores de gesto hosco, con ganas de fastidiar y con exigencias totalmente fuera de onda en un entorno de consejos y recomendaciones de instagramers y tiktokers. La mayoría de analistas de páginas culturales de diarios y suplementos especializados ni se molestan en reseñar estas novelas, pero, cuando lo hacen, el resultado es sonrojante para la editorial y el jurado del premio, entre quienes se encuentran escritores e intelectuales supuestamente de prestigio.
Al llegar a cierta edad, son demasiados los pijamas, las colonias, los colgantes y otros cientos de objetos atesorados, a veces ni estrenados
Sin embargo, los argumentados y demoledores juicios sobre esas páginas escritos por un especialista no supondrán una merma significativa en los miles de ejemplares vendidos como regalo estas Navidades. Tampoco lo hará la casualidad de que la cadena en la que trabaja la autora pertenezca a la multinacional que otorga el premio más generoso de las letras españolas —un millón de euros—, aunque es cierto que ganó otro galardón del grupo hace unos años, cuando estaba en nómina de la competencia, como ella misma subrayaba en una entrevista, dolida por las durísimas críticas que estaba recibiendo. Aseguraba, también, que quien crea que le han dado el premio por trabajar en televisión se equivoca, porque su pasión por la literatura es indudable después de siete novelas. A esta le dedicó más de tres años, escribiendo los fines de semana, durante vacaciones sin hijos y hasta en los camerinos, como algunos bromeaban al imaginarla con la pluma entre la crónica negra y la rosa en las pausas publicitarias.
Sea cual sea, regalar un libro es siempre una opción segura, como intercambio material, cuando hay mucho que comprar y poco tiempo disponible entre comidas y villancicos; pero puede pasar a convertirse en una verdadera muestra de afecto, cuando se busca compartir otras realidades o ideas, atendiendo a la personalidad del destinatario más que al bombardeo publicitario.