El nombre de Ortifus está vinculado a la historia de València, narrada a través de unos dibujos que, con socarronería e ingenio, critican las injusticias y conectan con la calle, aquella que comparte y ve el mundo a través de su humor
VALÈNCIA. Desde hace más de cuarenta años unos personajes narigudos de ojos saltones y sin orejas retratan la historia de València. Han contado que los tanques llegaron al cap i casal poco antes del 23F, han ironizado con los cambios políticos e, incluso, han saltado a la realidad en modo de monumento fallero. Monigotes que, por su propia idiosincrasia, se han convertido en parte del patrimonio valenciano. El lápiz que los traza es el de Antonio Ortiz Fuster, Ortifus (València, 1948), que de cada noticia despliega su ingenio para poner una nota de humor a una realidad que, a veces, es mejor tomar con una sonrisa. Tanto que son muchos quienes se despiertan cada mañana con sus viñetas para conocer la historia que se aleja de los cánones establecidos y conecta con la calle, aquella que tiene al humor y la sátira como única arma autorizada.
Es así como concibe Ortifus al humor gráfico, al igual que coetáneos suyos como Forges, Mingote, Peridis o El Roto, quienes tuvieron que sortear la censura a fuerza de ingenio, talento y talante. Una generación que aprendió de experiencias tan audaces como La Codorniz, Hermano Lobo o Por favor y que, en el caso de Ortifus, inocularon en él esa manera de ver el mundo en clave de sátira y de izquierdas. «El primer maestro que tengo en español es La Codorniz —su lema era La revista más audaz para el lector más inteligente—, cuyas viñetas eran muy crípticas y a veces te veías obligado a descifrarlas para saber qué querían decir», comenta Ortifus, no exento de ese esfuerzo intelectual que requería. Leía y se empapaba de aquella manera de retratar la realidad pero, en ningún momento, «podía pensar que alguien te iba a pagar por algo que se te ocurre», por lo que «nunca pensé que acabaría dibujando para periódicos diariamente».
Una vida en viñetas que el propio Ortifus empezó a trazar de pequeño, cuando su padre, Antonio, le llevaba al río a coger ranas y él, al volver a casa, dibujaba de memoria el palacio Ripalda o la glorieta de la Alameda y se atrevía, con tan solo seis años, a pintar a su madre o a su abuelo. Un tiempo en el que cada domingo su padre compraba el tebeo y él leía La Familia Ulises, cuya abuela era sorda y, al entender otra cosa, hacía juegos de palabras que hacían reír tanto a su padre como a él. Precisamente, de su padre heredó esa afición —y don— de jugar con los dobles sentidos. «Mi padre, que trabajaba en una carrocería y sabía trabajar la madera, me hizo un fuerte en cuya puerta escribió Fort'iz (fuerte-Ortiz)».
Un poso que fue nutriendo a lo largo de su vida gracias a publicaciones como El Globo o Zepelin, en las que conoció a autores como Johnny Hart [creador de las tiras B.C. (Before Christ)] y Brian Parker, que hizo Wizard of Id. Era 1974 y en España la censura empezaba a languidecer lentamente. «Era tan increíble lo que hacían que hasta me copiaba sus diálogos», comenta confesando que más tarde le servirían de inspiración —no es lo mismo que copiar— cuando su mente estaba bloqueada. Eso ocurriría más adelante porque, en este tiempo, Ortifus aún era Antonio Ortiz, un diseñador —dibujante por aquel entonces— de joyas, colchas, visillos y azulejos y al que sus atuendos de músico —pelo largo y aspecto informal— le llevaron a tener que contratar a un representante para enseñar sus dibujos. Al recordarlo, riendo exclama: «¡No podía presentarme con esas pintas a los empresarios de la época!».
Atuendos y un look propio de una persona creativa y con afición a la música, pues por aquel entonces era el bajista del grupo de música Control. Aprendió por sí mismo y desde siempre mostró cierta habilidad: «A los trece años cogí una guitarra y no me tuvieron que enseñar; intuía cuándo tenía que cambiar el acorde», comenta. Una visión por crear cosas que no existen y dejar volar su imaginación que también la tuvo con el dibujo: «El sentido creativo lo tienes siempre dentro».
Su convicción ideológica siempre ha guiado sus pasos y jamás ha renunciado a ella a lo largo de su vida. De ahí que nunca se planteara trabajar en aquellos años con la que se denominaba la prensa del movimiento, representada por el Levante-EMV, o de derechas, como Las Provincias. Una situación que cambia con la llegada de la democracia y el auge que experimenta la prensa, que a su vez pone en valor la figura del humorista gráfico. Una época de cambio en la que un grupo de personas liderado por Joaquín Maldonado, impulsor de la Bolsa de Valencia, pone de nuevo en funcionamiento Diario de Valencia, de corte liberal. Una circunstancia que hizo que Antonio Ortiz aprovechara la ocasión para postularse como humorista gráfico y formar parte de la redacción. «Después de varios intentos para contactar con ellos, me dicen que están buscando a alguien similar a Peridis, que trabajaba para El País, y me voy a la redacción, donde habían más candidatos», recuerda.
Según rememora, a aquella reunión acudió sin ningún boceto concreto, pero al ver la sofisticación de los dibujos que habían presentado el resto de candidatos agudiza su ingenio y traza unos personajes narigudos de ojos saltones y sin orejas. También algo cabezones. Es en esa sala de redacción y fruto de la sencillez y de querer diferenciarse del resto, donde nacen estos 'monos' que le han acompañado desde aquel día. Eso sí, no estuvieron exentos de crítica: «Tomás Martínez, el redactor jefe de Diario de Valencia, me dijo que esa cabeza no le puede gustar a nadie, pero le había gustado el concepto». No importó: sus juegos de palabras y su singularidad le llevaron, a finales de diciembre de 1980, a colaborar con el diario y a forjar su carrera como humorista gráfico.
Unos personajes que casualmente se asemejan a los del dibujante francés Jean-Marc Reiser. «No lo conocía cuando los dibujé, pero sí es cierto que tengo muchas influencias del cómic francés porque en aquella época me gustaba mucho Copi (pseudónimo de Raúl Damonte Botana) o Cabu», comenta. Nombres que se unen a Johnny Hart y Brian Parker, constante fuente de inspiración para Ortifus. «Mis primeras colaboraciones y hasta finales de los años ochenta son en modo de tira cómica, con su presentación, su nudo y su desenlace», detalla. Y esa admiración hacia ellos aún sigue, porque en el estudio en el que trabaja está repleto de tebeos de aquella época e incluso guarda ejemplares de La Codorniz.
Sus primeras viñetas fueron en los albores del golpe de Estado, pero de ellas solo mantiene la de un tanque desintegrándose. «Por la situación política que se vivía aquellos días, J.J. Pérez Benlloch (director de Diario de Valencia) me aconsejó destrozar todas las viñetas comprometidas, y así lo hice», recuerda sobre aquellos meses convulsos. Una primera época en la que se advierte un trazo más fino de sus personajes, siendo más estilizados y esquemáticos. «Han evolucionado como yo, haciéndose más gorditos», dice riéndose. Además, firmaba como Ortiz, rúbrica que cambió por su coincidencia con José Ortiz, un dibujante de cómic de la época al que respetaba mucho. Después de darle algunas vueltas, decidió juntar sus dos apellidos (Ortiz y Fuster) y dejarse llevar por la moda del sufijo ‘-us’, como el ilustrador francés Moebius o la banda Pegasus. Y es así, con Ortifus, cuando al cabo de un tiempo comienza a firmar sus viñetas y forjar el nombre que es hoy.
Fue en 1984 cuando forma parte de la plantilla del periódico Levante-EMV, diario al que está vinculado desde entonces. En sus inicios sigue realizando la tira cómica, pero a finales de los ochenta pasa al formato de la viñeta, lo que le permite elegir sus propios temas y pasa a la página dos del diario, dedicada a la opinión. «La gente cree que soy dibujante, pero soy una firma. En mi proceso de trabajo cojo varios titulares y los contesto; es decir, les doy una respuesta a modo de crítica y, el que parece más contundente es el que dibujo». Por tanto, para Ortifus, el dibujo está siempre al servicio de la idea —«lo que me gusta es mi crítica, no mi dibujo»—, lo que le lleva a rozar la línea del columnista: «En alguna ocasión me han dicho que soy más un columnista de opinión que un humorista gráfico, porque creo opinión y, al hacerlo, ves que luego se rectifican aquellas cosas que has denunciado y no sabes exactamente si has sido tú, pero sabes que has puesto tu granito de arena».
A nivel tecnológico las cosas han cambiado mucho a lo largo de estos años. Por ejemplo, desde 1997 sus monigotes pasan del blanco y negro al color, algo a lo que al principio le costó adaptarse. «La irrupción del color en los diarios supuso un inconveniente, pues el color tiene lectura y también representa tendencias políticas, por lo que hay que tener cuidado de qué color y tonalidad elegir», matiza. Llegó el color, pero también la tecnología: «Cuando empecé con La Vanguardia mandaba mis dibujos unas semanas antes por correo postal, y cuando llegó el correo electrónico todo cambió, porque tenían más vigencia las viñetas». Ahora, la mayoría de sus compañeros humoristas gráficos e ilustradores dibujan con la tablet, pero Ortifus prefiere el dibujo a mano y el tacto del papel. «Siempre he dibujado con papel El Galgo porque aguantaba bien la tinta, pero desde hace unos años —la empresa quebró— me cuesta más encontrar ese papel y dibujo en papel normal». Por suerte, su amigo Angelito encontró papel Galgo y sobre la mesa de su estudio se puede ver un pilón de folios.
Más de cuarenta años retratando la historia de la Comunitat Valenciana, denunciando los casos de corrupción, las injusticias y las políticas que afectan a los ciudadanos, que son aquellas con las que Ortifus afila su ingenio y pone su lápiz a trabajar. «Las críticas sociales, que son las que a mí me interesan, son aquellas que afectan al trabajador, quien en mi opinión siempre padece y paga los platos rotos». Un humor sencillo y cercano, en el que siempre hay una víctima, «que es la persona sobre la que recae el titular, y cuyos simpatizantes pueden no entender igual esa crítica que estás haciendo».
Una reivindicación ante un hecho que, de un tiempo a esta parte, hace con más cautela, pues «con algún chiste ha habido gente que se ha sentido ofendida y lo hace porque la sociedad no entiende el humor como antes; no se ríe de sí misma como nosotros lo hacíamos en mi época». Y es que, en su opinión, «las generaciones actuales están acostumbradas a no utilizar el humor para pensar. Ahora está el humor de los memes, que es como los chistes clásicos; y el humor con el que nosotros crecimos venía de la censura, por lo que era críptico, tenía una segunda lectura».
Y es que la figura de Ortifus se ha instalado en la cotidianidad de la sociedad valenciana, deseosa de conocer qué dardos dan en la diana y llevarse con ellos la primera sonrisa del día. Un punto de mira en el que siempre los dirigentes políticos han tenido un espacio destacado. «Los políticos de ahora tienen el umbral más estrecho para el humor, porque cuando yo empecé los dirigentes de ambas ideologías tenían ganas de un cambio en la sociedad; eran mucho más tolerantes, más comprensivos e incluso más simpáticos. Tenían otra manera de ver las cosas porque habían vivido una dictadura; quienes ahora están en el gobierno no saben lo que hemos pasado y las restricciones que hemos tenido, quizá por ello ven el humor de otra manera».
Una sensibilidad generalizada en la que se pone en tela de juicio cómo se emplea el humor que hace cambiar el semblante de Ortifus a un talante más serio. «¿Queremos el humor o queremos eliminar el humor?». Pregunta a la que responde con una reflexión: «Hay muchos tipos de humor, siempre lo ha habido; y si ahora estamos por la diversidad y por todos los colores, lo que no podemos es diferenciar el humor por colores y cortar el humor rojo, el humor verde, el humor negro… porque así dejaría de ser humor y es una pena».
Esa línea de humorista gráfico como la voz de la calle, y de hacerlo en tono de humor, ha llevado a Ortifus a participar en las Fallas. Lo ha hecho con sus 'monos' en los monumentos falleros de la plaza del Ayuntamiento (1988), Blanquerías (1994), Convento Jerusalén (1998) o Na Jordana (2000 y 2014) y en el aire se ha quedado algún que otro boceto que prefiere no desvelar.
«Mis fallas siempre giran en torno a un solo tema, son satíricas y en ellas deben salir mis personajes, porque un artista tiene que reconocerse siempre. De ahí que no acepte solo realizar el guion de un monumento», concreta. A través de ellas, explica, ha criticado las gestiones de las obras municipales retrasadas por la justicia (1988), la situación de la administración de los hospitales (1994), las clonaciones (1998), las mutaciones nucleares (2000) y los abusos y fraudes de los bancos (2014).
Un mundo en el que también echa en falta esa vertiente crítica. «Algunas fallas actuales son muy bonitas, pero parecen vacías de toda crítica. La falla no puede ser un homenaje; debe ser una manifestación en contra de algo, por eso la quemas», sostiene. Una visión del mundo de las Fallas que también comparten otras personas y que incluso lo elevaron a la categoría de llibret faller. Tanto, que la Falla Borrull-Socors decide crear el premio Mestre Ortifus a la temática publicada en un llibret de falla para conseguir estimular la creación y la mirada crítica sobre las fallas, así como primar el esfuerzo editorial.
Ortifus bebe de ese pasado de censura, de los dobles sentidos y de la pericia. No escapa a la censura pero sí quiere conectar con un determinado sector de la sociedad, aunque eso le lleve a no hacerse entender por la otra parte de la sociedad: «Hay personas a las que debo explicar mis dibujos, porque no encuentran esa segunda lectura; no los entienden». Por ello, entre risas, advierte: «Estoy en peligro de extinción, al menos la ideología de los humoristas de mi época». Lo dice también en un contexto en el que la revista satírica El Jueves deja de editarse semanalmente por los costes del papel. «Es una verdadera lástima: nos estamos quedando sin papel y sin gente», comenta.
Ortifus vive de su inspiración, esa que le viene por las noches y debe apuntar en el libro que está leyendo en esos momentos para, al día siguiente, retomarla. También de las actuaciones políticas que arrojan injusticias en la sociedad o de situaciones que merecen una reflexión. Y el día que ya no haya algo que denunciar y su humor deje de cobrar sentido, dejará de dar vida a sus monigotes. Por suerte, todavía queda mucho para ese día y Ortifus sigue divirtiéndose contando la actualidad y dando vida a sus monigotes.
Jesús Prado, Ferran Belda y Pedro Muelas destacan su humor inteligente y su manera de retratar la realidad
Ortifus está vinculado a Levante-EMV desde hace 39 años, en los que ha trabajado con varios directores y directoras. De ellos destacan tres nombres propios: Jesús Prado, que asumió el cargo en 1983, convirtiéndose en el primer director de Levante-EMV tras su integración en Prensa Ibérica; Ferran Belda, director en dos etapas (de 1987 a 1998 y de 2009 a 2013), y Pedro Muelas, director entre 1998 y 2009. Tres profesionales que conocen muy bien a Ortifus y elogian su manera de retratar la realidad.
Jesús Prado afirma que Ortifus fue «un buen fichaje», porque supuso «un notable enriquecimiento de los contenidos del periódico y un incremento de su capacidad de llegada a nuevos ámbitos de la sociedad valenciana en los que Ortifus disponía de una buena presencia». Sin titubear, Ferran Belda asiente que Ortifus lo ha supuesto «todo», y lo considera una seña de identidad del periódico, como Forges lo fue en su día para El País. Por todo ello, Pedro Muelas considera que «a Ortifus se le debe considerar parte de la historia gráfica de la Comunitat Valenciana» y «una de las señas de identidad más significativas del diario». Y es que, como apunta Belda, «Ortifus lleva cuarenta y tres años marcando con su nota de humor la actualidad, haciéndola más digerible con un humor amable, que no ofende y no ahuyenta la lectura de un tercero». Una cercanía también destacada por Jesús Prado: «Sus ‘monos’ y sus reflexiones no son un invento; los encontramos en la calle, tan naturales como en nuestras páginas». Eso sí, con un humor «inteligente», como apunta Pedro Muelas, quien le califica de «creador» y cuyas creaciones en distintas facetas «han dejado huella».
Unos dibujos que los tres directores consideran que se acercan más a la opinión que a la información. «Sus viñetas representan una noticia, y con esa representación vierte su opinión; es un pronunciamiento claro que no está exento de arte», señala Belda. Una «carga de opinión» que Jesús Prado señala que se concentra en los bocadillos de los monigotes y que, como apunta Pedro Muelas, «siempre ha estado vinculada a la línea editorial del Levante-EMV».
Un retrato de la València actual que todos ellos esperan que siga realizando. «Espero que siga en la brecha durante muchos años más y que no se seque la fuente que le lleva a inspirarse con esa socarronería que los demás no tienen», comenta Belda.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 105 (julio 2023) de la revista Plaza