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vals para hormigas / OPINIÓN

Notre Dame universal

17/04/2019 - 

Es imposible abstraerse de un suceso tan terrible como el incendio de la catedral de Notre Dame de París. Tenemos algo pendiente con el fuego. Milenios después de nuestra irrupción en el planeta, seguimos absorbidos por la imagen de una llamarada colosal, da igual qué sea lo que esté ardiendo. De hecho, basta encender una chimenea o poner a calentar las brasas de una barbacoa para quedar atrapados por la siniestra danza de las llamas. Sintonizar un canal que retransmita durante todo el día la erupción de un volcán garantiza que vamos a perder horas de nuestra vida delante de la pantalla. También tenemos pendiente algo con la impotencia, con el horror y con el desánimo. Contemplar sin poder apartar la vista, como el pasado lunes, la destrucción de un edificio como el templo parisino lo tenemos codificado en el ADN como los ojos pardos o el peligro de alopecia.

Arde Notre Dame y nuestro apego por los símbolos se dispara. Ante sucesos así, hasta quienes ni siquiera hemos estado jamás en París alcanzamos a entender que algo nuestro se está viniendo abajo. La catedral es, probablemente, uno de los mayores símbolos de Francia. También lo es del catolicismo. Y del arte, más allá del gótico que la inspiró. Pero nada de eso es lo que nos hermana frente a las imágenes del siniestro con un profesor francés que está contemplando el incendio desde uno de los puentes próximos, con un periodista español que sigue la crónica por televisión o con una estudiante rusa que permanece clavada a la pantalla de su móvil, horrorizada por los vídeos que se cuelgan en Twitter. Es la universalidad del templo la que obra el conjuro. Notre Dame dejó de ser francesa, católica y gótica cuando Victor Hugo la convirtió en protagonista de su novela. Sus avatares históricos, el turismo y el cine contribuyeron a repartir su titularidad entre todos los humanos. Notre Dame era nuestra, de cada uno de nosotros, igual que el tañido de su campana no discriminó a nadie cuando celebró la liberación de París en la II Guerra Mundial. Solo los mezquinos y cortos de miras fueron capaces de intentar apropiársela exhibiendo un pasaporte o el misal del catecismo. O todo lo contrario.

Toca ahora saber qué ha pasado y ya se encargarán las autoridades responsables de resolverlo. Pero cabe hacer una reflexión más. Ha caído el pináculo del siglo XIX y han permanecido intactas las vidrieras del XIII. En una catedral que ha sobrevivido a guerras, revoluciones y tempestades, un presunto descuido durante unas obras en el siglo XXI, el del mayor salto tecnológico que jamás haya vivido la humanidad, ha estado a punto de abatir un legado de cientos de años. No sé si los avances científicos nos hacen más descuidados, no sé si la evolución está dibujando un mapa de la dejadez en nuestro cerebro. Seguro que los bomberos de la actualidad han podido salvar lo que habría derrotado a los de siglos atrás, pero es el trabajo que tienen encomendado. Nuestros tesoros no son como los de los piratas ni están escondidos a doce pasos de una palmera bajo un lecho de hojas secas en una isla desierta. Debemos aplicarnos en cuidar nuestro pasado, porque en el ecosistema de la Historia, somos el único depredador. Por torpeza, por desidia o por odio. 

@Faroimpostor

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