Leo que en unas oposiciones de profesores de Secundaria, muy repartidas por todo el territorio nacional, como los premios de la Lotería, han dejado un 10% de los puestos vacantes por culpa de la mala ortografía de los candidatos. A profesor de Secundaria, repito. Por la ortografía, repito. Casi 2.000 puestos sin cubrir de un total de 20.000. El uso abusivo de las abreviaturas en los textos, los vulgarismos y coletillas y las clásicas faltas de siempre son los principales implicados en el crimen. No puedo evitar que se me exalte el nazi ortográfico que llevo dentro. Sobre todo, porque me parece increíble que nadie dude de la pertinencia de conocer las cuatro operaciones básicas de la Aritmética, pero luego no se observe como imprescindible el dominio de los signos de puntuación. Mientras no volvamos a la comunicación mediante dibujos, pictogramas o emoticonos, el lenguaje es nuestra principal herramienta. Y si nadie es capaz de apretar las clavijas a los estudiantes para que escriban con corrección -no digo con estilo o elegancia, simplemente con corrección-, estaremos a un paso de la extinción por desidia. Parece exagerado, puede que lo sea.
La inmersión absoluta en un entramado audiovisual es el factor que ha llevado a las generaciones más jóvenes a dejarse manejar por los correctores automáticos y los traductores de baratillo. Pero el problema no es nuevo. Hace años, yo solía llamar a un catedrático de Literatura de la universidad, a quien no hacía falta más que nombrar la ortografía para que comenzara a vomitar titulares urticantes. Su lucha nunca dejó de ser la misma. Si en colegios e institutos no habían sabido inculcar los mínimos conocimientos sobre el uso de la be después de la eme, por ejemplo, él no se sentía responsable. Y en sus exámenes suspendía todo el que cometía una falta de ortografía. Era divertido asistir a la deflagración de su indignación contra el sistema educativo. Estoy por llamarle otra vez para contarle que los profesores de Secundaria que saben poner una coma en su sitio están al borde de la desaparición, como los dodos. Otro compañero suyo, también catedrático de Literatura, siempre repetía que quien domina la puntuación domina el lenguaje y que quien domina el lenguaje domina el mundo. Estamos creando un mundo de tuiteros que solo se comunican por whatsapp con mensajes de voz. Solo saben dictar.
El peligro de todo esto estriba en que no se dan cuenta de la trascendencia del lenguaje escrito. Alguien que no sepa emitir o recibir mensajes no es más que un decodificador mal ajustado. Un Enigma antes de Turing. Y por tanto, alguien incapaz de sacarse el carné de conducir, de descifrar la letra pequeña de un contrato o de cumplimentar los datos en cualquier web dedicada a la búsqueda de empleo. Y les da igual, porque lo que se está haciendo desde todos los niveles educativos es relajar la exigencia. La cosa ha llegado a la docencia, pero en otros sectores de letras, como el periodismo o la literatura, lleva años sangrando a la vista. Ahora que el madridismo pide mano dura para embridar el vestuario, quizá va siendo el momento de reclamar un Mourinho para el Ministerio de Educación. La pedagogía no debe seguir diluyendo lo básico. Sumar, restar, multiplicar o dividir es tan necesario como saber leer y escribir. O, al final, no nos sabremos entender. Ni por escrito, digo.
@Faroimpostor