VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Monstruos de buen corazón

25/12/2019 - 

ALICANTE. Me cruzo el pasado lunes con una madre tras la que pendulea un niño de unos cuatro años, con ese elástico invisible que parece unir a los críos que están peleando por poder caminar a su aire por la acera y solo dan la mano a sus padres cuando tienen que cruzar la calle. Esa edad es la de las preguntas de ida y vuelta, la del primer arrebato de independencia y la que modela en plastilina nuestros primeros amigos invisibles, nuestras primeras aventuras soñadas, nuestras primeras sombras de dragón. Todas las mentiras que luego llamaremos ficción o imaginación y que mejoran con la edad si sabemos aferrarnos a ellas para sortear la realidad. El niño insistía en acelerar su madurez. "Tú sabes hacer pócimas para que la gente se haga mayor", le dijo a su madre. Supongo que en algún momento todos hemos pensado que nuestra madre era una bruja, pero lo de este niño me pareció muy elegante. Es Navidad, la época en que los mayores tienen superpoderes y los renos vuelan. En la frase del niño no resonaba la inquisición, sino la magia.

Tiene la Navidad ese halo de superproducción antigua de Hollywood, en la que hasta los monstruos como King Kong tienen alma y sentimientos. Durante unos días, paseamos por Seahaven, la ciudad de Truman, donde todo es real y falso al mismo tiempo. Como los elfos del anuncio, como el Gordo que no le tocó a una reportera de televisión, como los precios del marisco o como la ilusión de que estamos mejor o peor de lo que en realidad estamos, solo por el hecho de ser Navidad. Son unas fiestas en las que, de alguna manera, vivimos una realidad paralela en la que nos emociona tanto la historia de un reencuentro como la de los esclavos extranjeros que trabajan para corporaciones occidentales desde cárceles chinas. Navidad es un libro bien escrito que no deja a nadie indiferente y donde siempre hay menos protagonistas de los que quisiéramos. Es nuestra pasión o nuestro castigo. Pero es nuestra.

Anoche habrán caído muchos regalos para los niños que nos hemos portado bien y luchamos por disfrutar de nuestros juguetes durante todas las vacaciones. Otros llegarán con los Reyes y servirán para cruzar el umbral de las obligaciones con una ilusión desplegada en el suelo de la habitación, como un tren eléctrico. A las horas en que escribo esta columna, aún no sé qué me depara el trineo de Santa Claus. Como tampoco lo saben los niños que aparecen en los telediarios y que siempre suelen colar entre sus deseos la paz mundial y juguetes para los que no tienen nada. Yo, este año, he incluido otro deseo imposible en mi carta a Papá Noel. Una buena erupción volcánica en una zona deshabitada del planeta y tan magnífica como la del Tambora en 1815, la que dejó sin invierno el año siguiente y dio origen a la creación de Frankenstein, otro monstruo con corazón. Dice Jorge Olcina, el director de la sede universitaria de Alicante, que sería la única manera de que el planeta se enfriara unos grados y se rebajara así la emergencia climática. Es lo urgente. La única manera de que nuestro universo navideño de fugas y asombros no se convierta en el desierto de Mad Max, donde imperan los humanos, que somos los únicos monstruos sin corazón ni electricidad ni gasolina ni agua que llevarnos a la boca. El resto de los sueños suelen venir solos.

Pasen muy felices fiestas.

@Faroimpostor





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