Llega octubre, mes de banderas. Como de costumbre, desde que empecé a pinchar valses en Alicante Plaza hace cuatro años, ya. Enhorabuena, compañeros, por cierto. Flamean otra vez los estandartes y sus sentimientos asociados pese a que en estos momentos es más absurdo, si cabe, que nunca, ya que no hay fronteras que cruzar ni territorios que defender. Salvo allá donde las banderas sirven para lo que sirven, es decir, para distinguirnos de los demás por no se sabe bien qué condiciones especiales que nos confieren mejores razones que a los vecinos de enfrente. En Siria, por ejemplo. O en Nagorno Karabaj, que es una región en disputa entre Armenia y Azerbayán. La guerra como lección de Geografía. Pasado mañana, ondeará la Senyera; el lunes, la rojigualda. Este año, despojadas de ese sentido automovilístico de fijar el inicio y la meta del Puente de Octubre. Que es todo el significado que le concede la mayoría, por más que alguno sostenga lo contrario.
La alarma sanitaria ha convertido la discusión sobre banderas en una charla de ascensor sobre el tiempo. Pero las administraciones seguirán luciéndolas como muestra de una identidad que, al menos en nuestro caso, reside más en la gastronomía, el clima y el mar que en un pedazo de tela. Y para demostrar su tendencia al absurdo. Hace cuatro años, la anécdota del 9 d’Octubre estaba relacionada con Newton y la ley de la gravedad. Este año, en un giro de guion acorde con los tiempos que corren, la Generalitat ha retirado un anuncio en que comparaban a los árabes de Al-Andalus con la Covid-19. E, implícitamente, a Jaume I con la vacuna que en algún momento nos devolverá la normalidad. Un día, creo, tardaron en retirarlo. Y es una lástima, porque habría dado para un hilo genial de Twitter. Los moros son el coronavirus. Los suevos, vándalos y alanos, la peste bubónica. Los griegos, la hepatitis, que es un chiste de Woody Allen. Los romanos, la sífilis. Y los fenicios, que también anduvieron por aquí, no sé. Tendré que preguntar a Manolo Olcina, el director del Marq, que sabrá qué enfermedad asignar a los fenicios. Quizá el escorbuto, por aquello de las travesías en barco. Y así.
Resulta curioso, porque otra de las habilidades de las banderas es detener los relojes. La Senyera nos identifica como valencianos. Y, sin duda, es determinante para explicar nuestra manera de ser. Pero no deja de ser una manera de dejar suspendida la Historia en un punto antigravitatorio con el que no nos incomoda salir a pasear. Pero volvamos a los árabes, romanos, griegos y fenicios. Volvamos a la gastronomía, al clima y al mar. Somos también lo que llegó mucho antes de lo que somos. Y hemos dejado de ser mucho de lo que fuimos desde entonces. Somos incluso aquello de lo que renegamos. Buena parte de la compleja situación que vivimos actualmente se cimenta en confundir la Historia, la Geografía y las Matemáticas con la Fisiología. También en empeñarnos en mantener las tradiciones como si fuéramos estudiantes de un colegio mayor valenciano. Mejor nos centramos y dejamos que octubre fluya tranquilo y descolorido hacia noviembre. Sí, los fenicios el escorbuto. No me parece mal.