Créanme, no tengo muchas ganas de escribir sobre la investidura de Núñez Feijóo. Y no porque piense que no queda nada por decir al respecto, pues no pasa un día sin que el propio candidato difunda algún mensaje o iniciativa que nos obliga a prestar atención a sus movimientos, para asistir a los mismos con estupor, jolgorio, o ambos. Sin ir más lejos, el otro día Feijóo afirmó que el Bloque Nacionalista Galego (BNG) tendría que votarle a él, porque es gallego, y que la gente de Galicia no entenderá que el Bloque no dé su apoyo incondicional a un compatriota (un compatriota que ha gobernado Galicia durante doce años, siempre con la férrea oposición de... el BNG). Poco después, ha montado no se sabe si una manifestación, un mitin, o una flashmob contra las negociaciones del PSOE con JuntsxCat, de las que puede surgir una amnistía para todos los encausados del 1-O. Un evento para protestar por las negociaciones de investidura de Pedro Sánchez... ¡Cuando la investidura del propio Feijóo está en teoría en primer plano, pues se votará antes, en poco más de diez días!
En fin. Estos días, no me gusta fijarme mucho en Núñez Feijóo; la cosa da mucha pena, con independencia de que luego la investidura de Pedro Sánchez tampoco salga, o bien salga a un precio difícil de digerir para algunos votantes socialistas. El caso es que el PP parece haber agotado las balas que estaba dispuesto a usar en su investidura (tampoco eran muchas), y hasta el recurso a encontrar tránsfugas en el PSOE, esa propuesta tan democrática de los "socialistas buenos", se ha quedado en segundo plano.
El PSOE, de hecho, ha expulsado del partido a Nicolás Redondo Terreros, ex secretario general de los socialistas vascos. Redondo Terreros llevaba años alejado de la línea oficial del partido, especialmente desde que Pedro Sánchez inició lo que los mencionados "socialistas buenos" consideran una deriva podemita-independentista. Quizás ahí esté, de hecho, el problema: en que, para Redondo Terreros, lo de ahora ya no es el PSOE en el que él militó durante décadas; que son los otros los que han cambiado, no él.
De hecho, durante su convulso desempeño como candidato y secretario general del PSE, coincidente con el periodo dorado del aznarismo en España, dos fueron las principales decisiones políticas de Nicolás Redondo Terreros: por un lado, romper en 1998 el pacto de Gobierno en el País Vasco con el PNV (preludio de lo que fue el pacto de Lizarra de esta formación con la izquierda abertzale); por otro, apoyar la expectativa de un Gobierno de coalición PP-PSE en el País Vasco, liderado por Jaime Mayor Oreja, una iniciativa que fracasó en 2001 merced al excelente resultado del PNV (pero que acabó cuajando ocho años después con Patxi López como lehendakari, apoyado en el PP... Y en la ilegalización de la izquierda abertzale merced a la aplicación de la Ley de Partidos de Aznar).
Esa fascinante segunda legislatura de Rodríguez Zapatero, en la que el PSOE era acusado de connivencia con ETA, de que prácticamente hacía todo lo que ordenaba ETA y que era ETA la que gobernaba España tras la sonrisa meliflua de Zapatero, quien a su vez disimulaba tan bien que pactaba con el PP Gobiernos de coalición, tanto en el País Vasco como en Navarra, es ahora cosa del pasado. Pues también Pedro Sánchez ha sido coherente en su recorrido político en una única cosa: en no pactar con el PP, en pactar o intentar pactar casi con cualquiera que no sea el PP, pero no con el PP. Y puesto que los postulados defendidos por Nicolás Redondo, a su vez, conducen indefectiblemente a pactar con el PP, y con nadie más, pues todos los demás son sospechosos de querer romper España, difícilmente podía encontrarse allí un punto de encuentro.
La expulsión, con todo, no dice mucho a favor del pluralismo interno en el PSOE en esta era sanchista (o "perrosanxista", como ustedes prefieran), porque es muy legítimo que Nicolás Redondo Terreros defienda públicamente sus discrepancias con la línea política de su partido, en especial porque, a diferencia de otros "socialistas buenos" (como podrían ser Joaquín Leguina o el propio Felipe González), él al menos sí que es bastante coherente en sus postulados. Tan coherente, cabría añadir, que recibió la notificación de su expulsión mientras estaba comiendo... con Joaquín Leguina y con el expresidente José María Aznar, quien hace apenas unos días se distinguió por alentar a la movilización contra el Gobierno por la posible amnistía a los independentistas catalanes involucrados en el 1-0.
Lo dicho: ya no quedan apenas "socialistas buenos" en el PSOE, y no sólo porque los echen, sino porque Pedro Sánchez ya se ha encargado de forjar un Grupo Parlamentario a su imagen y semejanza, que no le depare sorpresas desagradables. Pues, como recordarán, más sabe el Perrosanxe por perro que por sanxe, y con esto quiero decir que Pedro Sánchez ya está curado de espanto desde que unos cuantos "socialistas buenos" primero le prohibieron en 2016 pactar con Podemos y los nacionalistas (es decir, le prohibieron negociar una investidura que tuviera posibilidades de triunfar), y después le echaron de mala manera de su puesto de secretario general del PSOE para poder investir a Mariano Rajoy, porque los "socialistas buenos", al igual que Pedro Sánchez, al menos son muy coherentes en una cosa: su bondad se manifiesta siempre en su afán por pactar con el PP, sobre todo si es el PP el que obtendría el poder de resultas del pacto.