Jorge Bustos presenta 'casi' el 26 de abril EN la librería PYNCHON & CO

Los mendigos no vienen de Marte

18/04/2024 - 

ALICANTE. Hasta hace poco desconfiaba de las almas errantes que vagan por las ciudades sin tener donde reposar la cabeza. Prudencia nacida de una entrega virginal de cuando era más joven. Al mirar a indigentes que pedían mi auxilio económico les saludaba por mero formalismo social, mis ojos nunca les han despojado de la dignidad que tiene todo ser humano por el mero hecho de serlo. Sin embargo, al solicitar mi altruismo en forma de dinero o de algo para comer, siempre rehuía el ruego a excepción de algunas ocasiones en las que sí compraba algo de pasta o un brick de leche. 

En el preciso instante en el que reclamaban mi asistencia me acordaba de aquellas ocasiones en las que les di la mano y me agarraron el brazo hasta sentirme violentado; practicando la máxima de Descartes de no fiarse del que te engaña una sola vez, había proyectado los instintos lazarillos de unos oportunistas en la generalidad del colectivo de las personas sin hogar. 

Al observar sus miradas solitarias propias de aquellos que sólo se pueden fiar de su soledad iluminadora, me acordaba de aquella vez en la que al salir de una iglesia dos indigentes me pidieron que les comprase un bocadillo y uno aprovechó para reclamar el menú completo con cerveza incluida; me venía a la mente esa ocasión en la que una mujer, al pedirme que si le podía comprar comida y yo responderle con una lista de alimentos básicos, ella me respondió que de eso ya tenía, me dio a entender que quería una mariscada o una bacanal gastronómica. Su pillaje estaba haciendo mella en la tabla rasa de mi alma, empezaba a minar la inocencia propia de la juventud, pagaban justos por pecadores.

Hace unas semanas, todo cambió. Mi escepticismo hacia la buena voluntad de los sintecho sigue latente tras los sucesivos chantajes emocionales de parias con los que me topé en el pasado, pero gracias a Casi, el libro que Jorge Bustos dedica al sinhogarismo enmarcado en las vivencias que ocurren en el Centro de Acogida de San Isidro, en Madrid, poco a poco, voy recuperando la mirada limpia que había perdido como consecuencia de las dioptrías aumentadas por la ceguera provocada por el expolio voluntario que me hacían sentir algunos. Cuando estaba yendo a la librería a recoger un ejemplar para preparar la presentación en Pynchon & Co del próximo 26 de abril, a las 19 horas, en una de las calles paralelas me topé con un indigente que tras decirme "buenos días" y responderle educadamente, se rasgó las vestiduras dándome las gracias y criticando que nadie salvo yo le había respondido en toda la mañana. ¿Casualidad? No lo creo. 

Según van pasando los años, conforme uno va perdiendo esa inocencia virginal de la infancia, también caes en la cuenta de que todo lo que pasa no es mero azar. Cuando ya tenía la obra entre mis manos me encontré a un amigo que estaba yendo a una formación en Cáritas para ser voluntario de calle. ¿Casualidad? Si tenía alguna duda inicial de la providencia en los dados del juego de la vida, esto me reafirmó en que no eran meras especulaciones de las circunstancias.

Soy mal lector de novela, no consigo sacar jugo a las historias que cuentan, entre otras cosas porque abren veinte puertas para llegar a una habitación. Otro de los motivos  por los que no me terminan de convencer es que cuando leo una obra de ficción tengo la sensación de que no me está aportando nada; me gustan los libros que te hacen mejor, esas páginas que parecen tener un efecto catártico redimiendo tu alma cada vez que avanzas en la lectura. 

Al leer Casi, tengo la sospecha de salir mejor que cuando me adentré en la historia real que Jorge Bustos narra. Confirma esas intuiciones de que las heridas más profundas de las personas sin hogar no están en sus llagas producidas por el frío o en el estómago por el hambre, sino en el espíritu, uno que termina descolocado y atrapado en esa prisión de la que es tan difícil salir tras un mes en la cautividad de la calle. Detrás de esa prosa barroca y adornada, uno se va del Casi –así es como llaman al centro de acogida en el que sucede la mayor parte de la historia– con la lección de que nadie está libre de ser secuestrado por una urbe que siempre se termina llevando el rescate de retener a tu alma en el cautiverio.

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