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VALS PARA HORMIGAS  / OPINIÓN

Lo que no pudo ser

22/04/2020 - 

La alineación de astros, nunca mejor dicho, había reunido para mañana la romería de la Santa Faz en Alicante, el pasacalles de Sant Jordiet y la Retreta en Alcoy y la gran fiesta del Día del Libro en muchas partes, pero me quedo con el Sant Jordi de Barcelona. El agujero negro de la agenda de 2020, sin embargo, nos ha dejado vacíos de tradiciones. Religiosas, antropológicas, literarias, históricas. Todas. Reclamos turísticos de primer orden, catálogos de salvavidas para el comercio, importantes anotaciones en los balances de cuentas municipales. Y también, al mismo tiempo, algunas de las equis que marcamos en el calendario como muestras principales de nuestra socialización. Lo que nos convierte en lo que somos. Da lo mismo que seamos devotos de la reliquia alicantina o peregrinos laicos en busca de mistela y caña de azúcar. Miembros de una filà o defensores de la presencia de la mujer en la Festa. Lectores de Vila-Matas o rastreadores de autógrafos de autoayuda. Nos hemos quedado sin la oportunidad de ser uno más. Sin la oportunidad de ser diferentes.

No nos está resultando fácil estar recluidos en casa y vagar al mismo tiempo por el desierto como beduinos o como los moradores de las arenas de Star Wars. Es algo que nos obliga a a someternos a una disciplina para la que jamás habríamos pensado en tener que prepararnos. Y simultanear la obediencia con la indignación y la rebeldía que nos despierta no poder cumplir con nuestros rituales habituales. Como miembros de una sociedad volcada en nuestras obligaciones, esclavizada por el reloj y sometida a la conexión perpetua con los teléfonos móviles, nos han robado la fiesta, la fe, las vacaciones e, incluso, la labor que nos quita horas de sueño pero a la que nos entregamos sin quejarnos porque nos encanta nuestro trabajo. La pandemia ha cambiado toda nuestra ropa de los armarios, ha desordenado las fotos de nuestro álbum familiar, ha desparramado las fechas de los cumpleaños y aniversarios de boda a los que acomodaremos para una ocasión más propicia.

Hablé el otro día con el catedrático de la Universidad de Alicante (UA) José Carlos Rovira. Me contaba lo que iba a pasar con el congreso del centenario de Mario Benedetti que se iba a celebrar en octubre en Alicante y que también ha sido cancelado, en previsión de no poder tener nada previsto. Me adelantó que sobrevivirán las actas, que se publicarán, que las palabras perdidas entre la incertidumbre del próximo otoño tomarán cuerpo en un volumen. Será “el congreso que no pudo ser”, me dijo. Y pensé en que esa iba a ser la clave de casi todo lo que nos permitirá salir adelante. En cuanto podamos, una vez que superemos el recuento de bajas, hagamos inventario de nuestras heridas, físicas y psicológicas, y aprendamos otra vez a subir y bajar despacio las escaleras para no tropezarnos, nos iremos acostumbrando a dejar cada vez más atrás todo aquello que no ha podido ser. Sin perderlo de vista. Con secuelas, seguro. Pero con la intensidad de volver a vivir, uno, dos, cinco o diez años después, aquello que no pudimos celebrar el año en que no conseguimos ser uno más. En que no conseguimos ser diferentes. En que nos vimos obligados a ser todos iguales para poder contarlo.

@Faroimpostor

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