Llegué tarde a la noticia del asalto del pasado domingo a las sedes institucionales de Brasilia, así que no le pude prestar la suficiente atención a la retransmisión en directo de los acontecimientos. Cuando por fin me conecté, ya estaba todo bajo control del gobierno de Lula, con lo que lo único que pude ver fueron las imágenes repetidas de la marea verdeamarela hormigueando hacia los edificios de Niemeyer como si estuvieran muertos y en proceso de descomposición. Banderas y camisetas de Neymar, móviles en alto porque lo que cuenta es conseguir muchos likes aunque sea con tu irresponsabilidad y ese afán por la demolición al que tendemos los humanos cuando entramos sin permiso en un edificio que no es nuestro. O sí, en este caso, pero los asaltantes creían que no. Finalmente, la arquitectura democrática de la capital brasileña gozaba de buena salud, nótese la metonimia, y los vídeos de Instagram debieron conducir a buena parte de las detenciones. Me dio también por pensar en lo fácil que es desgraciar los símbolos nacionales cundo alguien se los apropia como si fueran suyos, algo en lo que España es líder mundial indiscutible, y en el nulo respaldo que debió obtener Bolsonaro del ejército antes de que decidiera viajar a Estados Unidos para no tener que protagonizar el traspaso de poderes.
Ya hay que ser corto de miras, nótese el eufemismo, para asumir que un partido en la oposición puede manipular las elecciones en un país como Brasil. O como Estados Unidos, ya puestos, ya que el motín brasileño coincidió con el segundo aniversario del asalto al Capitolio de Washington por parte de los partidarios de Trump. Con todo resuelto, afortunadamente, la comparación entre ambos episodios era como la del videoclip del Thriller original de Michael Jackson con su versión india (está en internet, búsquenla). Solo tenían una cosa en común, el ataque inexplicable a la decisión de un pueblo soberano. También la victoria de la legitimidad. La resolución fue más rápida en Brasilia, lo cual demostró que en Latinoamérica están demasiado acostumbrados a este tipo de situaciones, circunstancia que mermó tensión al argumento. Y lo fascinante del caso yanqui es que ocurriera en su propio territorio y no lo hubieran planeado en otro país, como de costumbre. Por ejemplo, Brasil. A eso hay que añadir que uno, como saben, meció su propia cuna con las fanfarrias de la Warner, el morse de la RKO y el león de la Metro. Y los peliculeros somos muy exigentes con nuestras fantasías.
La trascendencia global sí era la misma. Más allá, vuelvo a repetir, de la agresión contra el voto popular. En Estados Unidos, porque ni se pueden imaginar las consecuencias que tendría en Occidente que el Tío Sam se pusiera a estornudar. En Brasil, por la Amazonia, que aunque al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, le parezca menos trascendental que la catedral parisina de Notre Dame (recuerden aquel encuentro con niños poco después de que ardiera el hogar de Quasimodo), su defensa es fundamental para que sigamos respirando. Y el presidente saliente ya la estaba loteando para convertirla en un balcón de cemento con vistas al apocalipsis. En realidad, daría lo mismo que hubiera sucedido en cualquier otro país. Hasta en el más pequeño. Hasta en el más intrascedente. Nos encaminamos a un par de elecciones en España e incluso los que van a sospechar del resultado de las urnas, sea cual sea, deben asumir que la voluntad del pueblo se respeta. Seguro que trumpistas, bolsonaristas y los otros, nótese el sobreentendido, tan paranoicos en el fracaso, exigen más disciplina en los colegios porque los niños no saben lidiar con la frustración.
@Faroimpostor
Los rumores circulan desde hace unos días, pero el gestor considera que el hecho carece de fundamento y se trata de una mala interpretación