La culpa, esta vez, me parece que es de los medios de comunicación. No sé bien si nos hemos empeñado en titular obviedades o en sacar de la chistera noticias que parecen conejos blancos. Leer cansa la vista, correr produce agujetas, no fumar no evita que acabes muriendo. Andamos buscando las cosquillas de lo que es beneficioso para la salud de la mayoría de la población mundial y nos perdemos en llamar al timbre de los que no nos leen nunca con la esperanza de dejarles la publicidad en el buzón. Me refiero, naturalmente, a las noticias que informan de que las vacunas, que siguen siendo medicamentos mientras no se demuestre lo contrario, tienen efectos secundarios. Hemos convertido en reguero de despropósitos lo que no es más que una evidencia científica de mínimo impacto. Decenas de incidencias entre millones de dosis nunca había sido, hasta ahora, una noticia. Y si no, que se lo digan a los pacientes de enfermedades raras.
No vi más que algún corte del programa que Jordi Évole dedicó a Miguel Bosé. Nunca he entendido la devoción por él, artísticamente hablando, y menos me voy a interesar por sus desvaríos. Cuando necesito flujos de conciencia creativos prefiero instalarme en algún libro de la generación beat. El caso es que en las redes sociales se me coló el principio de la entrevista emitida el pasado domingo. El periodista entraba en casa del cantante, que lo recibía instándole a que se quitara la mascarilla. “No hablo con gente que la usa”, decía Bosé. El periodismo actual, todos, no excluyo a nadie, es capaz de seguir la corriente y acceder con la boca y la nariz descubiertas para dar voz a quien no está únicamente afónico por una cuestión fisiológica. En realidad, creo que el programa debería haber durado un minuto. El entrevistador tendría que haber replicado que nadie que incumpla una normativa que trata de evitar la expansión de la pandemia merece ser entrevistado. Portazo y títulos de crédito. El periodismo nunca ha sido objetivo, por más que alardeemos de ello como si fuéramos ligones de discoteca en busca de una noche de amor fugaz.
Las vacunas pueden producir trombos es el nuevo perro muerde hombre. Contrarrestarlo ahora, en estos tiempos en que, más que nunca, no hay lector que destine más de treinta segundos de su tiempo a informarse de algo, es remar contra el oleaje. Hemos conseguido que la población tenga miedo, que afronte con resignación lo que hace un año era una esperanza global remotísima. Igual que los titulares que consignan que en una residencia de ancianos vacunados ha surgido un brote de coronavirus, acompañados de subtítulos que aclaran que ninguno de ellos ha fallecido, gracias a la vacuna, o ni siquiera ha precisado ingreso en UCI, gracias a la vacuna. Estamos dando la vuelta a la pirámide invertida, la norma que exige que lo importante vaya por delante en un texto periodístico, con el único fin de captar los pinchazos que de verdad nos interesan, los del puntero del ratón o los del dedo sobre la pantalla táctil. Vale, pues sigamos por ahí. Leer cansa. Y yo me vacunaré con AstraZeneca en cuanto me llamen.