Recuerdo cuando iba al zoo con una amigo de la infancia y entrabamos gratis porque sus tres hermanos pagaban por nosotros. Eran nueve, la convivencia en aquella casa era algo parecido a un campamento de verano. Ese tiempo de familias numerosas es cosa del pasado, habrá que contemplar las fotos en blanco y negro emulando a Robin Williams en El Club de los Poetas muertos para hacerse una idea de su calado. A Ximo Puig no le ha quedado más remedio que sacarse de la chistera la reducción de tres a dos hijos para adquirir las ventajas de familia numerosa; sabe que las costumbres han evolucionado y en una estrategia inteligente intenta fomentar la natalidad bajando el umbral.
Medida que no es una buena noticia, revela una situación social preocupante en términos de natalidad. Panorama que uno observa en conversaciones, gestos y hechos. El otro día coincidí con unos jóvenes que alegaban gustarles los niños pero los de los demás, que ellos no querían traer un hijo al mundo; me contaba un allegado que está buscando casa para su familia de cuatro y me sorprendía al informarme de que los pisos de nueva construcción eran todos de tres habitaciones como mucho, no estaban construidos para familias numerosas. Eso de tener más de un hijo va camino de convertirse en un mito, en algo propio de épocas pasadas. Todavía me acuerdo cuando en el instituto estudiábamos las pirámides de población y ya nos alertaban de la previsible descompensación; se han quedado cortos.
Lo fácil es caer en el mantra de que los jóvenes preferimos pasear a un perro antes que enseñar a caminar a nuestro hijo, el problema es más complejo de lo que parece. El primero de los factores está relacionado con mi artículo anterior, con esos empresarios que no pagan de acuerdo a un convenio y dificultan la independencia de los jóvenes. Esa desesperanza causada por algunos que mientras pagan una miseria a sus trabajadores se quejan del descenso de la natalidad; dan ganas de ponerles frente al espejo y preguntarles cómo pretenden que un joven forme una familia si no tiene el suficiente dinero ni para pagar los gastos ordinarios de un hogar. Sin embargo, ese no es el único agravante o hándicap al que las nuevas generaciones nos enfrentamos a la hora de crear descendencia o construir un proyecto vital sólido. Pese a que se ha usado como mantra manoseado eso de que el factor económico es la principal causa, otro de los motivos está relacionado con la falta de aspiraciones vitales de mi quinta. Enfrascados en un cortoplacismo disfrutón, lo único que buscamos son estímulos perecederos con los que pasar la vida sin afiliarse a ninguna causa o compromiso. La realidad es que no todos los junior que están en el mercado laboral trabajan de forma precaria, hay algunos que tienen un salario razonable pero siguen prefiriendo los placeres líquidos antes que embarcarse en retos mayores. Me impresiona la cantidad de comilonas, cenas, viajes, fiestas que algunos se pegan mientras se quejan de la precariedad. Se debieron de perder en economía las lecciones del coste de oportunidad. Si prefieres gastarte todo tu salario en irte a Cancún en lugar de ahorrar un porcentaje de tu sueldo, no es culpa de que cobres mal, el problema es que lo que ha entrado en tu cuenta corriente se va; las gallinas que entran por las que salen, que diría José Mota.
No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas, en otras palabras, que no te extrañe que cuando seas un octogenario no tengas pensión. El sistema de pensiones no es una hucha donde uno mete parte de su dinero que recogerá al terminar su vida laboral, son las generaciones que están trabajando las que con lo que les retiene la seguridad social pagan los subsidios de los que ya están jubilados. Va a llegar un momento que la población retirada sea mayor que la que esté en activo, no va a haber un cambio de ciclo; para que haya un avance se necesita un nivel de reemplazo generacional de 2 hijos por familia de media.Viene bien destacar esta nota porque mientras Ximo Puig intenta estimular los nacimientos, parte de la izquierda más sectaria e iluminada nos sugiere sibilinamente que no tengamos vástagos para no contaminar. Así lo escribió Angélica María Gallón en una tribuna de El País titulada No tener hijos para no contribuir a la debacle ambiental, en la que destaca sobre otras muchas cosas el impacto de CO2 que supone cada niño que se trae al mundo. Teorías maltusianas que han servido de excusa para grandes producciones cinematográficas y novelas como Inferno de Dan Brown.
Cuando nuestro sistema sea insostenible y surja el boom de las residencias repletas de ancianos marginados sin tener a nadie que les visite, eso sí que será de película.