Uno agradece estar inmerso en el juicio de Conchi, la presunta viuda negra de Alicante, que es un apelativo casi decimonónico, casi de señorona de reloj caro, zapatos baratos y medias con carreras. Casi de costurera de Larra. Y lo agradece porque pocos ecosistemas humanos están tan lejos de lo que les rodea como la Justicia. La sala de un tribunal está muy cerca de un plató de cine, de un escenario de teatro. O, más bien, de un relato de ficción como el de La historia interminable, de Michael Ende. En la zona de la realidad están los jueces, fiscales y los abogados. Que, como corresponde, juzgan, acusan y defienden. En el mundo de la fantasía, los acusados y testigos, que no tienen más remedio que tirar de recuerdos o modelarlos a su antojo. Una obligación que sirve para vestir una verdad, pero no para dejarla desnuda. Uno siempre trata de acotar el pasado, que en realidad, lo que hace es volar como Fujur, el dragón de Atreyu. Sigo en Fantasía, por si alguien se ha perdido.
El oficio me ha llevado a asistir a las dos versiones de lo ocurrido el 20 de agosto de 2018. Ya saben. Una agente de la Policía presenció desde la Cantera el ataque de dos personas, un hombre y una mujer, a un jubilado que acabó cosido a heridas propinadas con, al parecer, un destornillador. La testigo apunta a Conchi y su cuñado y cómplice, Francisco, como autores del crimen del marido de ella, con el que se acababa de casar. Ellos, por su parte, aseguran que son inocentes y que fue un desconocido el que agredió a la víctima hasta causar su muerte. Volvemos a lo de los recuerdos. La disparidad de las versiones, lógica, por otra parte, me ha recordado una escena de Carretera perdida, de David Lynch. En ella, el protagonista dice que no le gustan las cámaras porque prefiere acordarse de las cosas tal como las recuerda, no necesariamente como fueron. La cita no es exacta, seguramente. Eso se lo dejo a exégetas de Lynch como Fran Ortiz.
Desde que vi la película, dejé de hacer fotos, hasta que llegaron los móviles. Y aun ahora, al disparar, busco más la estética que la memoria, que siempre está más cerca de Poe que de un cronista de sucesos. Más cerca de Tim Burton que de un neorrealista italiano. Más cerca de Dalí que del retratista de palacio. Si hablo con mis compañeros, los verdaderos especialistas en tribunales, seguro que me rompen el hechizo. Por eso no les consulto. Pero estoy convencido de que este asombro solo se da en los casos jugosos. De cualquier manera, asistir a la capacidad que tiene la gente de rellenar los huecos de su disco duro con destellos de imaginación es, en estos momentos, casi una bendición. Afuera cae el granizo de la pandemia, de la incapacidad política, de los impuestos ridículos de Trump. En la sala de la Audiencia Provincial hay personas que tratan de encontrar la salida de un laberinto, de defender su inocencia, de luchar por su verdad. Cada uno tiene su objetivo, más o menos lícito. Y eso, en esta encrucijada de pantanos y niebla en la que nos encontramos, limpia la mirada, créanme.