Alicante amanece hoy como en la broma de un mentalista. Diez, cuando llegue hasta uno, la ciudad se encontrará sumida en un estado de desconcierto. Nueve, ocho. Al despertar, sentirá un estado de aletargamiento propio de un festivo, entre el silencio de los vehículos, la pereza de los domingos y el tiempo necesario para exprimir un zumo de naranjas. Siete, seis. Sin embargo, cuando la cuenta llegue al uno, notará una sensación de vacío, de calles desiertas, de falta de humo y ruido, de ausencia de pólvora. Cinco. Será como un paseo extraordinario por el patio de la prisión, como el partido de baloncesto del psiquiátrico de Alguien voló sobre el nido del cuco. Cuatro, tres. No habrá hogueras en la noche de San Juan; no habrá cremà en la noche de San Guillermo. Sentirá la necesidad de bañarse en la playa, de recorrer el campo, de sorber de un golpe varias temporadas de la última serie que esté siguiendo. Dos. Los alicantinos deberán cerrar los ojos y decidir si se sienten en el interior de un pozo oscuro cuyo fondo ya les permite tomar impulso para salir o celebrar que tuvieron la oportunidad de vivir un día en que nada existió. Ni Alicante ni las fiestas ni el calendario ni siquiera uno mismo, como en un juego de hipnosis colectiva. La depresión o la aventura de los relojes parados. Uno.
Fuera de la ciudad, mientras tanto, la vida vuelve a borbotones. Las carreteras de la actualidad van saliendo poco a poco del monumental atasco que sufrimos en marzo del año pasado. Ya no hay habilitados dos carriles, uno por sentido, para seguir avanzando. Ya no toca elegir entre la salud o la economía. Ahora, todas las cuestiones pendientes se desbordan apelotonadas y sin control. El proceso de vacunación y la inminente relajación del uso de las mascarillas ya son solo integrantes del reparto de la nueva película coral en la que nos hallamos inmersos. Ahora comparten escenario con los indultos del procés, con la reestructuración del plan hidrológico, con la recuperación de la geopolítica de altos vuelos y hasta con la paupérrima imagen que, de momento, está dejando la selección española. Todo aquello que dejó de importarnos cuando, como escribió Juan Carlos de Manuel aunque me lo atribuya a mí, procedimos a prohibir la primavera. Como pasa con el fantasmagórico festivo de hoy en Alicante, caben dos opciones. Deprimirse porque los problemas del día a día han vuelto o ilusionarse con la llegada de las vacaciones que nos ayudarán a olvidarnos de ellos.
Hoy celebraremos un cumpleaños sin tarta, sin velas, sin globos. Hoy también me habré exiliado de una ciudad en la que nada invita al exilio de los desarraigados. Hoy nada existirá, la hoja del almanaque está en blanco. Hasta yo notaré el vacío del púgil que se ha quedado sin combate porque su rival no ha dado el peso correcto. Pero debemos darnos cuenta de que nos ha llegado de nuevo la oportunidad de discutir en este país que no sabe debatir. Partidarios de los indultos contra detractores. Regantes de la Vega Baja contra defensores de las desaladoras. Estrategas del tiquitaca contra tácticos del catenaccio. La mascletà de las dos Españas truena otra vez, ahora que parece que ya no estamos todos unidos bajo una misma amenaza, sumidos en la hipnosis de un mentalista macabro. Aunque, en realidad, ni así.