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La Alpujarra, conociendo los pueblos de Pampaneira, Bubión y Capileira

Pueblos blancos que desafían la orografía, con  una arquitectura bereber única en España es el principal reclamo de la Alpujarra, aunque sus encantos van mucho más allá

| 23/05/2024 | 9 min, 22 seg

VALÈNCIA.  Una carretera serpenteante lleva hasta la Alpujarra haciéndola accesible y visible a quien decide perderse por esta comarca, situada entre Sierra Nevada, la sierra de Lújar y la sierra de Gádor. Una ubicación estratégica que llevó a fenicios y romanos a habitar estas tierras, aunque fueron los árabes quienes, durante sus ocho siglos de presencia, le dieron su arquitectura, su sistema de regadíos, su cocina y hasta su nombre —alpujarra proviene del árabe al-bugscharra, que significa tierra de pastos—. Un lugar que encierra tantas leyendas como quieras imaginarte y ha sido fuente de inspiración para muchos escritores. De hecho, fue Federico García Lorca quien, años atrás, me puso en el mapa viajero este rincón de España, pues aquí escribió algunos de los poemas del Romancero gitano, y años más tarde Chris Stewart con Los almendros en flor. Sin embargo, hasta hoy, no había tenido la oportunidad de conocer este lugar, y no por falta de ganas. 

Ese poso literario ha hecho que en mi viaje a Granada dedique un día a visitar la Alpujarra. Sé que no es mucho tiempo, pero a veces es imposible hacer una escapada más larga, y más con las agendas que tenemos hoy en día. Hasta esta comarca llego en coche, disfrutando de ese paisaje abrupto y agreste salpicado por pueblos orientados al sur, que sortean magistralmente una orografía casi inverosímil. En total, veinticinco localidades conforman la Alpujarra, pero al ser una excursión de un día decido centrarme en tres pueblos y por este orden: Pampaneira, Bubión y Capileira —dos más y repito un Cinque Terre (Italia)—. La elección de los pueblos es muy sencilla: las tres poblaciones están situadas en el barranco del río Poqueira, una herida geológica a los pies del Mulhacén, y dicen que son los más encantadores. Además, el barranco de Poqueira, formado por Capileira, Bubión y Pampaneira, fue declarado en 1982 Conjunto de Interés Histórico-Artístico. Sí, dejo la población de Lanjarón, pero la vida son elecciones y, quién sabe, quizá a la próxima tengo más días para disfrutar por la zona. 

La singularidad de Pampaneira

La llegada a Pampaneira me saca una sonrisa. Un azulejo reza «viajero, quédate a vivir con nosotros», y bien que lo invita porque, al poco, llego a una gran plaza repleta de vida, con gente disfrutando de una cerveza con su correspondiente tapa —a veces me encantaría tener esa cultura en la Comunitat— y, alrededor, tiendas de artesanía local repletas de productos hechos aquí. Destacan las jarapas, alfombras de vivos colores que reposan sobre los muros y que recuerdan la artesanía recuperada de principios del pasado siglo. Es la hora del almuerzo, así que decido sentarme en una de esas mesas que dan en sombra y disfrutar del momento. 

En nada descubro que Pampaneira —y la Alpujarra en general— es un lugar en el que perderse por sus calles, algunas de ellas decoradas con jarapas y telas que hacen un poco de sombra. Lo primero que me llama la atención es que las casas tienen todas las misma altura y están adaptadas a la climatología y a la orografía, fiel reflejo de la influencia bereber de las montañas del Magreb.  Como allí, las paredes de las casas están encaladas y son gruesas, lo que hace que en invierno no pase el frío y en verano, el calor.  

Lo segundo que me llama la atención es que muchas de las casas tienen una especie de patio techado. Es el conocido como tinao, una solución arquitectónica en la que se crean espacios cubiertos  que conectan calles, viviendas y, antaño, cuadras. Una especie de pasaje que hoy protege del calor —y de la lluvia, claro— y que sirve de lugar de reunión, pues en muchos de ellos hay personas conversando. Además de estas funciones, antaño era el espacio en el que se trabajaba la lana, la seda y el lino, aunque con la crisis del siglo XIX, la lana fue la que perduró. De hecho, la situación hizo que se reciclaran trapos y piezas de tela que dieron lugar a las jarapas, mantas alpujarreñas hechas de retales que, hoy en día, siguen presentes en toda la comarca.

Casas que se sitúan en un trazado de calles laberínticas y un tanto caóticas, una sinuosidad que se debe a su origen defensivo, pues los invasores podrían perderse entre sus calles. Invasores y visitantes, porque no sé cuántas veces me he perdido y me he vuelto a encontrar. Calles que llevan a los barrios altos y están atravesadas por canales por los que discurren las aguas que riegan las huertas a los pies del pueblo. Un murmullo que me acompaña en mi paseo, repleto de rincones coquetos, plazas, puertas decoradas con geranios y personas pasando el rato al pie de la escalera de casa. Unos vecinos disfrutan de su cerveza y me saludan efusivamente, otros sencillamente están en las escaleras contemplando el ajetreo de turistas y otros conversan bajo el tinao cargados con bolsas de plástico. 

También hay leyendas, muchas, como la de la fuente de Chumpaneira, que reza que si un soltero bebe de ella y tiene intención de casarse, al instante novia tiene. Menos mal que es solo para los hombres, porque hace calor y tengo una sed…  ¿se casarán quienes han bebido de la fuente antes que yo? El tiempo lo dirá.  

Un paseo por el que llego a la iglesia de Pampaneira, consagrada a la Santa Cruz, y transcurre por el molino, el lavadero y el paseo García Lorca, con fragmentos de sus poemas y desde el cual hay unas increíbles vistas de las altas cumbres de Sierra Nevada y los pueblos cercanos: Bubión y Capileira.

Bubión y Capileira

De Pampaneira voy al siguiente pueblo, Bubión, una cápsula del tiempo que también conserva su arquitectura tradicional y parece que es menos turístico, porque está mucho menos concurrido. El silencio llena las plazas y calles, que también son empinadas y con el calor que hace hoy cuesta más. Hay flores, muchas, que dan color y contraste a esas calles blancas y vacías de gente. Un paseo que discurre con tranquilidad y me lleva a conocer la iglesia de la Virgen del Rosario, de estilo mudéjar, construida en el siglo XVI en el borde del barranco. Precisamente, al lado de la iglesia está situado uno de los dos lavaderos que hay en la población. Siempre me ha gustado este lugar. Me imagino a las mujeres del pueblo conversando, compartiendo chismes y haciendo más llevadero el hecho de lavar la ropa. Eso sí, ni me quiero imaginar cómo de rojas les debían quedar las manos. De todas maneras, para conocer mejor las tradiciones de la Alpujarra lo mejor es ir a la Casa Alpujarreña, un museo etnográfico ubicado en una antigua casa alpujarreña construida durante la época de la reconquista cristiana. 

Un olor a comida llena las calles y hace que mi estómago ruja como el de un león. Es hora de probar el plato alpujarreño, que engloba los productos más representativos de comarca: morcilla, lomo de orza, longaniza o papas a lo pobre con huevos fritos y jamón serrano de La Alpujarra. Claro, como en todos los lugares, existen variaciones, pero ese es el tradicional. Además, se sirve en plato de barro. No es un plato que lleve una elaboración desmesurada, pero disfruto mucho por la calidad de los productos y el ambiente informal del local. 

Después me dirijo al último pueblo de la zona: Capileira, el más alto del barranco de Poqueira (está situado a 1.436 metros de altitud sobre el nivel del mar). Por el entramado del pueblo se aprecia más la singularidad de las terrazas de las casas, llamado terrao, hechas a base de malhecho (mezcla de tierra y gravilla) y launa (arcilla impermeable hecha con pizarra descompuesta). En todos ellos hay chimeneas de diferentes alturas y formas, aunque las más abundantes son las que tienen forma troncocónica, encalada y rematada por una laja horizontal y un castigadero encima. De lejos parecen sombreros. Lo cierto es que, aunque sea el tercer pueblo que visito, y todos tengan un entramado y características similares, no me canso de recorrerlo y admirar cada rincón, que las flores, las jarapas y las puertas hacen completamente diferentes. Además, aquí las vistas al valle son espectaculares. 

El día llega casi a su fin y antes de que anochezca emprendo el camino de vuelta a Granada. Me fijo en el paisaje y en ese momento del camino en el que se divisan los tres pueblos del barranco de Poqueira, escalonados y en perspectiva. Es la estampa de la Alpujarra, un compendio de pueblos pintorescos que mantienen su esencia pese a la conectividad actual. Y que sigan así por siempre.

La Alpujarra 

¿Qué más ver en La Alpujarra?

El pueblo de Soportújar. Las leyendas en la Alpujarra son muchas y variadas, aunque si hay un pueblo que ha hecho de ellas su principal atractivo es Soportújar, el llamado pueblo de las brujas y los brujos. Una condición que proviene de los tiempos de la Santa Inquisición, cuando esta sentenció a una de sus mujeres a cadena perpetua por sus supuestas prácticas esotéricas. Un hecho que hizo que a los habitantes de Soportújar se les llame brujos y brujas y que hoy la población esté repleta de estatuas de dragones terroríficos, insectos, brujas y otros seres mitológicos. Una iniciativa singular —y un tanto de marketing—que surgió de los propios habitantes para revitalizar el pueblo y hacerlo igual de turístico (o más) que los otros.

¿Cómo viajar a La Alpujarra?

En coche. Desde Granada son 109 kilómetros (algo más de una hora y media).   

¿Algún consejo? 

Junto al aparcamiento de Pampaneira hay un mirador con fantásticas vistas de los pueblos de Pampaneria, Bubión y Capileira. 

¿Dónde puedo conocer más sobre La Alpujarra?

Descubre todo lo que La Alpujarra te puede ofrecer en la web  www.laguiadelaalpujarra.com

* Este artículo se publicó originalmente en el número 115 (mayo 2024) de la revista Plaza

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