“Oye que el otro día el Barcelona las pasó canutas contra el Intercity”, escuché de refilón que le decía un hombre a un colega. Ha calado, los alicantinos saben que el equipo presidido por Salvador Martí dio la talla en su enfrentamiento contra una de las mejores escuadras del mundo. No, no está leyendo un artículo de Óscar Manteca, y tampoco pretendo suplantar su firma a pesar de que mi carrera como columnista empezara de analista deportivo, pero tengo un caos de sensaciones ante la trayectoria del Intercity. Por un lado, me alegro de que un equipo alicantino esté progresando en un deporte del que la ciudad se siente un poco huérfano, y por otro, me da pena la reacción de muchos paisanos frente al auge del nuevo combinado; comportamiento que trasciende más allá del fútbol.
El Intercity subió una panorámica del Estadio José Rico Pérez a sus redes sociales minutos antes del choque y cientos de herculanos enfurecidos empezaron a acusarles de querer apropiarse del feudo; otros tantos, al terminar el partido, repetían el mantra de que Alicante era del Hércules rebajando la previsible euforia de haber tenido contra las cuerdas al FC Barcelona. Podría seguir con cientos de reproches y minusvaloraciones. Me da pena, que quieren que les diga. Entiendo que la mayoría de la ciudad sea del Hércules, que la afición se agarre a la gloria pasada para laurear a su equipo, pero no me cabe en la cabeza los constantes desprecios al Intercity. Resulta surrealista contemplar cómo la mayoría del estadio el pasado miércoles iba con el conjunto culé; circunstancia que despierta el asombro de los técnicos extranjeros que vienen a entrenar a nuestra Liga, que pese a jugar en casa, cuando viene un equipo grande es como si fuesen visitantes. La semana pasada nuestra ciudad estuvo en el mapa gracias al Intercity, no al Hércules, creo que es de agradecer que gracias a ellos pudimos disfrutar por una vez en muchos años, de fútbol de primer nivel. Y no, no soy del Intercity, de lo que sí soy admirador es de las personas que hacen las cosas bien, y Salvador Martí y los suyos están sabiendo gestionar una entidad deportiva, no como otros. No me deja de hacer gracia la pasividad, disimulada por unas manifestaciones veladas contra los que manejan el Hércules, el silencio cómplice ante el desastre que están montando con su escudo. Quizá una forma de protesta podría ser ir a ver los encuentros del Intercity y no pisar el Rico Pérez. En Inglaterra, unos aficionados del Manchester United descontentos con la compra del club por el empresario Malcolm Glazer fundaron en 2005 el FC United of Manchester, que actualmente milita en la séptima división inglesa y cada año cuenta con más fieles.
El caso es revelarse a modo de réplica, no quedarse sentados aparentando que se hace algo. El fútbol es el fin, el club es el medio. En ocasiones da la sensación de que se es más del Hércules que de Alicante. Es el síndrome de la marmota de la sociedad española y alicantina. Nos ocurre con el deporte y con la política. Ya escribí en una ocasión que había políticos que rendían más respeto a su partido que a su país; en este caso el orden de los factores sí altera el producto. Las entidades no son un fin en sí mismos sino una plataforma con la que conseguir un objetivo. Desgraciadamente, como los necios, tendemos a fijarnos más en el dedo que señala al cielo en lugar de poner la vista en las estrellas. Las pasiones que despiertan determinados elementos como el fútbol y la política provocan que no pensemos adecuadamente; ¿qué tiene de malo que unos empresarios apasionados al deporte rey funden un equipo profesional? ¿Tiene acaso el Hércules el monopolio? Esa discusión no está planteada desde la conciencia sino desde las tripas. Representa el gregarismo más básico, el defender a un emblema hasta las últimas consecuencias; se parece a eso de votar siempre al mismo partido gobierne quien gobierne. Los que votan al PSOE como tributo a sus padres republicanos me recuerdan a los que no dejan de apoyar a un equipo de fútbol dominado por la nostalgia de los triunfos pasados.
Nos cuesta abrazar el cambio, somos conservadores. Percibimos como una amenaza toda posibilidad de replantearnos los dogmas preestablecidos. Detrás de tanta rabia hacia el Intercity se esconde el miedo a olvidar las victorias legendarias, no recordar aquel 0-2 del Hércules al FC Barcelona en 2010 que vistes con tu padre o con tu abuelo; dejar de pensar en los goles de Kempes de los 80 con la camiseta blanquiazul. Temor a que Alicante se quede sin fútbol; uno al que se le ha asociado erróneamente a la entidad de Enrique Ortiz. Olvidan que fue antes el fútbol que el Hércules y no al revés, que si su equipo es ese y no otro es porque no había ningún equipo que les hiciera vibrar tanto como ellos. Les ocurre lo mismo a esos que votan siempre al PSOE, rehenes del recuerdo de Felipe González en el 82, han asociado la democracia plena a esas siglas y ya no hay quien les saque de ese bucle existencial. No son conscientes de que esa libertad es independiente al partido, y que a veces, los que dicen defenderla pueden traicionarla. Los que gestionan el Hércules están cometiendo una infamia al fútbol y quizá para ver jugar bien el balón hay que irse al Antonio Solana; no por la mala fe de un Intercity que quiere destruir al Hércules -nótese la ironía- sino porque en el Rico Peréz se ve de todo menos fútbol. A pesar de que a algunos les duela, la entidad presidida por Salvador Martí es uno de los mayores exponentes deportivos de Alicante.