En plena era digital, la inteligencia artificial ha despertado cierta preocupación entre las profesiones artísticas. Su manera de imitar el mundo ha comenzado a suponer una amenaza para artistas profesionales que se sienten desamparados ante una especie de “plagio” que no está contemplado desde la legislación española
VALÈNCIA. Existen tantas formas de crear como personas en el mundo y, si estas, a su vez, se inspiran en referentes y obtienen las herramientas adecuadas, su creación se puede multiplicar hasta el infinito. En la era tecnológica los instrumentos que facilitan —o mejoran— el trabajo humano no dejan de proliferar: los fotógrafos cuentan con Photoshop como aliado y a los ilustradores no les falta el Illustrator entre sus programas. Sin embargo, todo el mundo sabe que para que esas aplicaciones funcionen es necesario el criterio del creador para manejarlas, y jamás se plantea que la máquina pueda sustituir al ser humano en esta tarea. En el último año, se han popularizado herramientas que han venido a cambiarlo todo, basadas en la inteligencia artificial (también abreviada como IA), que en su definición básica es un conjunto de algoritmos informáticos que llevan a cabo acciones que imitan el proceso de adquisición e integración de información de la inteligencia humana. De esta misma manera, algunas IA pueden aprender constantemente de lo que las rodea para ir mejorando sus creaciones. Trabajan con un llamado 'entrenamiento', en el que aprenden de lo que le pide el ser humano y, además, van nutriéndose poco a poco de lo que vive en la web.
Hoy en día, existen varios programas en abierto para utilizar estas herramientas, algunas de estas bajo el paraguas de OpenAI, que agrupa a muchos de los creadores de todo este universo. En Midjourney se puede crear una imagen de cero, solo introduciendo términos al azar, y en DALL·E se pueden llegar a crear hasta seis imágenes, solo basándose en lo que se puede ver a lo largo y ancho de la web. La herramienta ChatGPT puede generar una conversación virtual sobre cualquier tema que el ser humano le pida, y responde a comandos tan complejos como la elaboración de una disertación de filosofía. Y, ante esta vorágine de fórmulas, hay quienes la usan de forma lúdica, pero también con fines más cuestionables: estudiantes han comenzado a encargarle sus tareas a ChatGPT, creando textos elaborados con un simple clic. Ahora bien, ¿a quién pertenecen esas obras? Si nos vamos a otros terrenos, más allá del académico y de la visión de los jóvenes, hay personas que han creado portadas de libros y hasta carteles para festivales tratando de emular el trabajo de un diseñador, pero sin pagarle.
A su vez, el modelo de realismo alcanzado por una herramienta IA es tal que puede confundir al mundo entero. Hace unos meses rulaban por internet varias fotografías del papa Francisco vestido con ropa de Balenciaga, una imagen falsa que por su exactitud parecía totalmente real. En un mundo donde prima la sobreproducción y donde se alientan las fake news, ¿qué poder puede alcanzar una IA? Y yendo un paso más allá… ¿Se podría llamar creadores a aquellos que la utilizan para producir sus obras? Para analizar el paso de la herramienta IA de su fase de desarrollo a lo que podría ser una amenaza contribuyen, en esta pieza escrita, los siguientes perfiles: Naen, una artista valenciana cuya estrategia de comunicación en redes funciona gracias a una herramienta de creación que funciona por una IA; Rubén Roldán Blay, el primer valenciano en crear un libro a través de ChatGPT, asumiendo él mismo un 25% de autoría y el resto para la IA, y desde el otro lado se encuentran los artistas Luis NCT y Zoraida Zaro, ambos valencianos y trabajadores en el sector del cómic, que nunca han querido trabajar voluntariamente con una IA, pero que al exponer su obra en internet ha sido utilizada por la IA para entrenarse, generando así contenidos basados en su obra sin su consentimiento.
En un debate que avanza a gran velocidad, y que evoluciona a la vez que el lector consume este artículo, es clave también la mirada de José Mora, un abogado especialista en propiedad intelectual, que nos ayuda a comprender la complejidad de un marco legal que no puede mantener el ritmo de una herramienta que genera contenido a mansalva, pero a la que le faltan nociones éticas.
Una vez explicado el concepto de la IA y sus diferentes aplicaciones, cabe preguntarse cómo funciona. ¿Cómo se generan nuevas imágenes y textos desde cero? Lo que parece magia, en realidad se acciona por unos comandos, llamados prompts, que son indicaciones que se le dan a la IA para que esta realice una determinada acción. Por ejemplo: «Crea un perro pintado en el estilo de Monet». Los comandos funcionan con todo lo que vive en la red, por lo que al haber fotografías de perros y conocer al artista Monet, la IA sabe dibujarlos y puede imitar su estilo. Ahora bien, si se usan las palabras adecuadas se puede generar cualquier contenido e, incluso, replicar estilos y referencias de cualquier artista que exista, sin su consentimiento. Tal y como lo explica el abogado José Mora, una IA lo que hace básicamente es coger lo que ha aprendido de millones de imágenes para crear una nueva: «Crea a partir de los parámetros que tú le das, y emplea imágenes de terceros para aprender, y es ahí donde está uno de los debates todavía abiertos», comenta.
Ahora cabe la duda de la legalidad. José Mora explica que, basándose en el derecho español, y salvo algunas excepciones limitadas, no se pueden copiar o reproducir imágenes de terceros sin su autorización, y lo justifica de la siguiente manera: «Tú, en teoría, como autor, tendrías que autorizar que cualquiera reproduzca una imagen o un libro, o cualquier cosa que tú hayas creado», comenta. El problema que se plantea es si la IA para entrenar su capacidad de crear nuevas imágenes reproduce imágenes de terceros ya existentes y lo hace sin el consentimiento de sus autores. Aunque no todas las herramientas de IA funcionan igual, parece probable que algunas de ellas, de algún modo, reproducen esas imágenes de terceros y, por lo tanto, necesitarían la autorización de sus autores. Sin embargo, no es un tema sencillo porque no se trata de comparar dos imágenes y argumentar si una es una copia de la otra, sino que se mezclan cuestiones técnicamente complejas, el funcionamiento, con aspectos jurídicamente también complejos como es la existencia o no de reproducción o la aplicación de algunas excepciones.
En respuesta a esta herramienta, que avanza a una velocidad de vértigo, han surgido páginas web como Have I Been Trained, en las que cualquier usuario puede subir una imagen de su trabajo y averiguar si alguien lo ha 'utilizado' para crear. Los artistas de cómic valencianos Zoraida Zaro y Luis NCT probaron a introducir en esta web algunas de sus portadas e ilustraciones y averiguaron que la IA las había cogido para el llamado 'entrenamiento'. Luis ya criticaba el programa antes de verse afectado de forma directa, pero ahora su trabajo queda a la intemperie, ha sido utilizado sin su permiso, y no tiene protección frente a esto, ni siquiera borrando su huella digital: «A menos que se borren las bases de datos de las IA, sería como poner una tirita a una amputación». Además, considera que no hay que dejar de lado el enorme gasto energético que se asocia a las IA en medio de una crisis climática mundial.
Por otro lado, cree que no es tarea del artista proteger sus imágenes contra el robo, y que, además, esto se suma a una violación de los derechos de propiedad intelectual en la que todo avanza más rápido que la ley, y donde no hay manera de revertir el robo: «Habría que obligar a las empresas e individuos detrás de todas estas IA a borrar por completo sus bancos de datos. Multas millonarias, indemnizaciones, cárcel para responsables y cierre de todas las empresas y plataformas cómplices. Después de esto, que empiecen de nuevo si quieren, cumpliendo a rajatabla todas las leyes de propiedad intelectual existentes».
El problema viene directamente de Estados Unidos. El abogado José Mora explica que allí es donde se han dado los primeros conflictos judiciales en torno a propiedad intelectual e IA. Allí existe una excepción a los derechos del autor que es el término Fair Use, esto es, casos en los que el autor no puede impedir la utilización de su obra porque, en síntesis, no afectan o perjudican a la normal explotación, como pueden ser con fines de educación o investigación. Este es uno de los argumentos que en USA podría ser utilizado por los creadores del software de IA. «El Fair Use no existe en España, donde contamos con excepciones en principio más limitadas, pero que, sin duda, se intentarán utilizar. Si alguien quisiera meterse en un proceso legal en Estados Unidos le resultaría muy costoso a todos los niveles, ya que debería contar con un abogado americano y aplicar la ley americana». Otra cosa es intentar iniciar el procedimiento judicial en España o en algún otro país europeo, donde ya se han iniciado algunos procedimientos, y ver cómo interpretan los tribunales españoles y de la UE esta legislación.
La artista Zoraida Zaro contempla que el robo va mucho más allá de la simple obra: «La diferencia con otras ocasiones en las que me he cruzado con una apropiación de mi trabajo ha sido la percepción de estar asistiendo a un robo de billones de imágenes a millones de trabajadores por parte de empresas. Inciso: detrás de la palabra 'artista', que suena como muy etérea y de forma de vida basada en la fotosíntesis, lo que normalmente hay es alguien haciendo más horas que un reloj por una retribución irrisoria». En este debate, Luis también considera que a nivel personal no le ve el sentido entrar en pleitos que tengan que llevarse a cabo por los estados, aunque debería, por lo que afecta a la sociedad: «Imagino que tarde o temprano deberán hacerlo, porque esto no va a parar aquí: deepfake, fotos falseadas, acoso y chantaje; todo va a estar al alcance de una herramienta cuya forma de operar, a día de hoy, ha sido claramente criminal. Además, este tema va más allá de la legalidad. Es un tema ético, moral y filosófico».
Tal y como comenta Zaro, parte de la conversación oscila entre la idea de crear y la de producir: «Sé que hay trabajadores de la industria audiovisual que se apoyan en IA para intentar agilizar el proceso de producción en pasos iniciales, pero aquí ya no hablamos de enfoques creativos: hablamos otra vez de capitalismo». Al final, considera las IA como programas que se limitan a remezclar «billones de cosas que tienen en sus bases de datos atendiendo a sesgos de su propia programación», y siguiendo las indicaciones que le indique el humano, claro. En respuesta a esta idea de producción masiva, la artista valenciana Naen crea, junto a su pareja, Héctor Francés, y con Salvador Torres, el avatar de su proyecto musical: Naen.py, permitiendo que la IA se adueñe de sus redes sociales en forma de juego: «Vivimos en una sociedad muy frenética, marcada por estímulos y por tener que estar sacando algo constantemente, porque si no te vuelves inexistente. A partir de eso se nos ocurrió hacer la performance en la que pasábamos toda mi información personal a la IA, que así se adueña de mi persona y la convierte en influencer, con la premisa de mantenerla siempre activa». Con esto busca reflexionar sobre los artistas independientes, a los que les toca desdoblarse para conseguir estar un poco presentes: «Tienes que tener un curro de cuarenta horas a la semana… más vida social, más el proyecto artístico, y es imposible».
Con un modelo de trabajo muy similar, el valenciano Rubén Rolday Blay publica Dialogando, una obra en la que conversa con ChatGPT sobre la salud, el amor, la metafísica y las temáticas «que más han preocupado al ser humano históricamente: me pareció interesante hacer un compendio de preguntas importantes y trascendentales sobre la vida y hacer que las respondiera un ordenador y no un humano». En su libro especifica que el 75% del contenido está generado por ChatGPT, mientras el resto lo ha producido él mismo: «Yo registro el libro, y en la introducción aclaro que es "mi primer libro", entre comillas, porque la mayoría lo escribe una IA». La propia web sugiere, además, que lo que se cree a través de esta aplicación debe ser referenciado, pero, exceptuando este caso, pocas veces se hace: «Al publicar esto, yo pretendía hacer una especie de crítica social sobre hacia dónde estamos yendo. Si yo he podido "escribir" un libro en una semana, tenemos que plantearnos si se nos puede ir de las manos. Lo que pretendo es que si alguien desea leerlo reflexione acerca de un sistema potencialmente capaz de sustituir al ser humano. A lo mejor, estamos desarrollando sistemas que hacen que nuestra vida pierda un poco el sentido», comenta preocupado.
Como comentábamos al principio del artículo, es normal que los artistas se inspiren en sus referentes, pero, en este caso, la inteligencia artificial lo que hace es usar imágenes sin ningún tipo de consentimiento. Por desgracia, no se contempla un futuro próximo en el que la IA se resetee de cero y pida permiso a los creadores para obtener su trabajo y retribuirles por ello, por lo que el artista sigue quedando desamparado. Lo que la IA nunca podrá aportar es emocionalidad, cariño y vida, a lo largo de sus procesos, y en eso, no hay duda de que siempre gana la inteligencia humana frente a la de la máquina. Además, los artistas se inspiran, tienen referentes, pero no copian, y en el caso de la inteligencia artificial eso no parece verse reflejado. Eso sí, tal y como están las cosas, parece que una herramienta como la IA, que se presenta como barata, puede salirle muy cara al resto del mundo.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 104 (junio 2023) de la revista Plaza