La tecnología y la ingeniería están en el ADN de esta firma valenciana que, desde Xàtiva, ha extendido sus raíces al resto del mundo, aportando soluciones a problemas complejos. Una empresa fundada por Vicente Quilis, y hoy dirigida por su hijo Javier, que tiene también su razón de ser en el arte, pieza angular del proyecto
VALÈNCIA. Xàtiva puede presumir de haber dado cobijo a una de las familias más importantes del Renacimiento, los Borja, pero también a la familia Quilis —natural de La Pobla del Duc—, que ha revolucionado el sector de la tecnología y, cuya sensibilidad por el arte le ha llevado a aunar ambos conceptos a través de la empresa Inelcom. Una firma familiar que no olvida sus raíces y las extiende prácticamente por medio mundo, por esa vocación de dar respuesta a las necesidades de las personas. Incluso se podría decir que Vicente, presidente de la empresa que ahora dirige su hijo Javier, es el Steve Jobs valenciano: desde pequeño tuvo claro que quería ser ingeniero de telecomunicaciones y sus primeros proyectos surgieron en el altillo de la casa de sus padres.
Precisamente, esa mentalidad emprendedora le llevó a formarse como ingeniero Superior de Telecomunicaciones por la Universidad Politécnica de Madrid (1967) e hizo que se quedara allí para desarrollar su carrera profesional. Su mente estaba en la capital de España, pero su corazón, en la ciudad que le vio crecer. Tanto, que incluso fue en Xàtiva donde realizó sus primeros proyectos, vinculados al sector juguetero. Corría la década de los setenta y Vicente logró fabricar un millón de circuitos para empresas —e incluso algunas muñecas que se movían por radiocontrol— en la casa de sus padres y en otros pisos que tenía la familia en La Pobla del Duc. Una cadena de producción amateur, que incluso implicó a unas monjas de clausura: «nos pidieron trabajo, y fui yo mismo a enseñarles el prototipo, y la verdad es que nos hicieron muchas placas».
Esta línea de trabajo la dejó en 1982, cuando «una resistencia en Taiwán valía diez céntimos y en España una peseta, así que llamé a todos los jugueteros para decirles que me retiraba, que no podíamos competir». Incluso les aconsejó buscar otras opciones. Otro recuerdo le lleva hasta Alzira y Carcaixent, donde ideó un sistema para clasificar las naranjas y los tomates por peso, tamaño y color. Y otro le lleva a su época estudiantil, cuando logró que la residencia en la que vivía comprara naranjas valencianas.
Vicente ya estaba en la senda de la ingeniería enfocada a aportar soluciones. También había entrado en el sector de las telecomunicaciones, pero no sería hasta 1980 cuando decide fundar Inelcom. Y es precisamente ese sentimiento encontrado el que le lleva a ubicar en Pozuelo de Alarcón las oficinas centrales y mantener en Xàtiva el core —«por motivos sentimentales y calidad de los trabajadores», concreta—. Y es en el corazón, la factoría de Xàtiva, donde se realiza la fabricación de equipos electrónicos. Salas repletas de placas base, componentes electrónicos y microchips que, mágicamente ensamblados con la ayuda de máquinas o personas, dan solución a problemas que plantean los clientes. Artilugios y cachivaches que permiten el acceso sin llave a edificios, iluminan estadios de baloncesto o ciudades de forma eficiente, crean redes neutras —abiertas a cualquier operador— o diseñan complejos sistemas de regadío.
Soluciones, todas ellas, que van de la mano de la tecnología y la ingeniería, palancas sin las cuales la compañía no podría haber avanzado. «Si Inelcom no tuviera esa faceta tecnológica y de ingeniería, la empresa estaría cerrada, ni siquiera habría nacido», resalta Vicente. Palabras que matiza al expresar que «la fábrica está muy bien, pero la base de todo ha sido la ingeniería, desde los desarrollos, a montar las máquinas o a elegir la adecuada». Pero, como matiza Javier, hay que usar la tecnología con sentido común y con un propósito claro: «La tecnología es esencial, pues cuanto más inviertas en ella, mejores herramientas tendrás para optimizar procesos, ser más eficiente, evitar generar residuos, no malgastar recursos… Por ello, la clave es hacer un uso correcto de esa tecnología».
Bajo ese prisma idean piezas de orfebrería tecnológica, cuidadosamente diseñadas, para dar respuesta a las necesidades de cada compañía, sin importar el sector o la magnitud del proyecto. Una labor para la cual realizan labores de consultoría, fabricación, diseño, servicios y operaciones de equipos electrónicos a empresas. Un trabajo amplio y complejo que Javier Quilis lo resume expresando que «Inelcom acompaña con electrónica y con servicios en todo lo que necesiten los clientes, para facilitarles su operación y para proteger su inversión, siempre teniendo en cuenta los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el compromiso con el medioambiente». Consciente del gran abanico de servicios que ofrecen, Javier recalca que, «aunque hacemos muchas cosas diferentes, la realidad es que tenemos un catálogo focalizado en productos, sistemas y servicios que aportan valor y que son diferenciales a nivel mundial». En otras palabras: de cada sector se especializan en un aspecto y, para aportar un mejor servicio, Inelcom está integrada por cuatro empresas, cada una especializada en un área.
Precisamente, esa versatilidad demostrada a lo largo de sus más de cuarenta años de experiencia les ha llevado a tener proyectos en prácticamente todas las áreas y sectores imaginables. Así, han trabajado en el nuevo sistema electrónico del estadio Santiago Bernabéu, iluminaron con luces led el del Valencia Basket, tienen complejos sistemas de regadío y en Múnich trabajan junto a Telefónica en la instalación de fibra óptica —proyecto Beethoven— en más de dos millones de hogares a través de una red abierta a cualquier operador. «Esa experiencia acumulada en estos cuarenta y dos años —y algunos más previos a Inelcom—, que nos ha dado el tocar tantos palos y temas diferentes, ha hecho que participemos en proyectos de gran envergadura, compitiendo con empresas más grandes que nosotros», comenta Vicente con orgullo.
Además, su sensibilidad por el arte y su inquietud por aprender y aceptar nuevos retos les han llevado también a participar en proyectos singulares. Tanto Vicente como Javier podrían estar horas hablando de iniciativas tan variopintas como la de idear un sistema para injertar en yema rosales que detectaba cuál era la yema correcta para hacer más eficiente el proceso. Y de ahí saltan a las cerraduras con Bluetooth o de un sistema de regadío a través de bombas. Los proyectos son infinitos y ambos disfrutan hablando de ingeniería y explicando cómo, a través de ella, han resuelto necesidades planteadas por empresas y personas que no encontraban una solución a su problema o al modo de hacer más eficiente un proceso.
Esa especialización les ha llevado a tener en la actualidad una cartera de clientes muy amplia y en la que figuran grandes compañías (Telefónica, Adif, American Tower, REE, Cellnex…), pero también a que su competencia se sitúe a nivel mundial y sectorial. Así, por ejemplo, en sistemas de regadío compiten con empresas israelíes; en fibra óptica, con norteamericanas, y en temas de iluminación y eficiencia energética, con firmas chinas.
Una mirada de tú a tú a grandes multinacionales donde la cuestión económica es el principal escollo, especialmente teniendo en cuenta que los principales fabricantes de componentes son de China y que, ni Estados Unidos ni Europa tienen la capacidad de hacerle sombra. «El problema es el volumen de escala de esas grandes empresas, por lo que, si compites en lo que hacen y lo hacen barato, es imposible hacerles frente», detalla Vicente. Sin embargo, como explica Javier, «nosotros nos hemos focalizado en hacer las cosas muy bien y en eso sí que somos competitivos».
En este punto, Vicente tiene claro que Estados Unidos y Europa deberían fomentar su autosuficiencia para no depender de terceros países. Pone de ejemplo la crisis sanitaria de la covid, en la que el mundo tuvo que depender de China hasta que empezó a fabricar sus primeros equipos de protección para sanitarios o mascarillas. «No es viable que se dependa tanto de China. Europa y Estados Unidos deberían tener un porcentaje mínimo, de un 30% o un 40%, para ser autosuficientes en materia sanitaria o tecnológica».
Esa dependencia tecnológica hacia China hace que los precios de las materias primas se incrementen, problemática que se acentúa aún más con la inflación, que ha incrementado los precios de los componentes, pero también de los costes fijos que tienen las empresas. «En nuestro caso, el aumento de los precios está en torno al 5% o el 6% pero, al ser una empresa B2B (Business to Business), ese porcentaje no puede repercutirse en la factura del cliente», comenta Javier sobre esa dificultad añadida en el negocio.
Retos a los que se une la falta de suministros o la llegada de componentes que no son los correctos, especialmente cuando el envío procede de China. «Nuestra gran ventaja es que gracias a nuestra ingeniería somos capaces de readaptar los diseños a los componentes que hay para que funcionen en el equipo. Pero, claro, ello implica unos costes extra de ingeniería para adaptarlos», comenta Vicente enfatizando esa gran virtud de la empresa. Consciente de que es un mundo algo lejano para las personas que no forman parte de él, explica que gracias a la tecnología y a la ingeniería, Inelcom es capaz de rediseñar, por ejemplo, un teléfono —su placa—, con otros componentes, y hacerlo funcionar exactamente igual. No solo eso, esa capacidad de rediseñar con los componentes existentes les lleva también a ser competitivos en un mercado, el tecnológico, que queda tan pronto obsoleto.
Asimismo, Inelcom también se distingue por su capacidad en dar respuesta a necesidades existentes en un mundo en el que parece que está todo inventado. Soluciones que aportan valor y que pueden producirse por un cambio de normativa, por dar respuesta a problemas sin resolver o a agilizar procesos para contribuir con la reducción de la huella de carbono. «Desde Inelcom intentamos cubrir esa necesidad; ver cómo se puede resolver un problema y, luego, hacer que esa solución se pueda llevar a otros sectores y a otras empresas de otros países», detallan ambos. Lo hacen recalcando que la solución siempre se adapta a la necesidad del cliente, por lo que nunca esa solución será igual.
Ser una empresa referente del sector les ha llevado también a participar en la gigafactoría de baterías eléctricas a la que aspira la Generalitat Valenciana. Sin embargo, como recalcan, no se ha avanzado mucho: «Todavía desconocemos cuál será nuestro papel y hasta dónde llegará nuestro alcance en el consorcio, pero nuestra intención es apoyar en la parte electrónica, porque es la que nosotros conocemos y en la que podemos aportar valor». Es decir, poner la capa que soporta la inteligencia —el sistema—; verificar que funciona todo. Lo cierto es que ser una de las veintitrés empresas elegidas abre nuevas puertas en el futuro: «Es un sector con mucho futuro y fundamental pues, si a la dependencia tecnológica a nivel de componentes le sumamos la situación que se está viviendo en Europa con la guerra, hacen que sea más necesario buscar independencia tecnológica y energética, y este proyecto toca ambas necesidades». Como bien matiza Javier, «la energía se va a almacenar con el hidrógeno o con las baterías y sobre ambas hay que trabajar para construir el futuro».
Un futuro tecnológico pero también más accesible, más humano y respetuoso con la naturaleza. De ahí que Inelcom también apoye a empresas de tecnología en la Comunitat Valenciana —con su capacidad de ingeniería o entrando como socio— que aporten valor a la sociedad. Es el caso de Visualfy, con sus líneas Home o Places, que consiste en un dispositivo diseñado para 'escuchar' los sonidos que se producen en casa o en otros espacios públicos, para así transformarlos en señales visuales. Una herramienta que ya está implantada en algunos hospitales, consistorios o edificios públicos. «Estamos abiertos a recibir las propuestas y escucharlas, pero no queremos perder el foco de lo que realmente nos importa», resaltan.
Un foco que tampoco pierden al mirar al frente y proyectar el futuro de la empresa: «Nuestro objetivo es llevar todas las líneas de negocio que ahora estamos trabajando en España a otros países como Alemania, donde ya estamos trabajando, pero queremos implantarnos del todo. También queremos hacer una apuesta clara por la energía sostenible, que es la que se está valorando en el consorcio, o incluso el hidrógeno verde, que cada vez tendrá más peso».
En definitiva, mantener esa mentalidad emprendedora, imaginativa y resuelta para seguir aportando soluciones a un mundo que sigue teniendo problemas y que necesitará de tecnología e ingeniería para resolver cuestiones tan fundamentales como la falta de recursos o la crisis energética.
A los pies del castillo de Xàtiva, donde las antiguas murallas hacían de barbacana, se ubica el hotel-restaurante Montsant. Un oasis de paz en una ciudad que se extiende bajo sus pies, ajena al gran tesoro que allí hay pero que también podría albergar. En este edificio, la familia Quilis se esfuerza en recuperar el pasado —encontraron un aljibe y acaban de descubrir una ermita—, pero también en crear un espacio donde arte, gastronomía y cultura vayan de la mano. Una sensibilidad, el arte, que siempre ha acompañado a la familia y que está en la propia idiosincrasia de la empresa, pues «el arte tiene dos componentes que encajan perfectamente con una empresa tecnológica: creatividad e innovación». Además, no solo compran obras de arte sino que ayudan a los artistas a fabricarlas y a repararlas, de la mano de Vicente Todolí. «Integramos el equipo de Inelcom y su ingeniería al arte», explican.
Una colección formada por trescientas cincuenta y cinco obras de ciento tres artistas que nace por su afán de enseñar y divulgar. «Nuestra idea nunca fue de almacenar obras, sino que la gente pudiera verlas y disfrutarlas». Pero también que la colección estuviera cerca de la firma, de ahí que la ubicación fuera Madrid o Xàtiva. «Fue Madrid por el espacio que tenía (4.000 m2) pero tenía sentido, porque Montsant es la parte histórica», detalla Javier.
Un lugar, Montsant, en el que también se quiso construir una galería subterránea —Montsant, Centre d'Art i Arqueologia— para que la ciudadanía pudiera disfrutar de la colección, pero el proyecto encontró algunas trabas y se quedó en el aire. «Madrid se quedó pequeño —tenemos obras de arte para situar en unos 10.000 m2— y por eso tuvimos la idea de crear aquí una galería subterránea con la ayuda de un grupo, pero al final surgieron problemas internos, el grupo se disolvió y nosotros desistimos».
Ahí queda la idea, la ilusión y el sueño. No se ha cumplido —todavía, como remarcan— pero su sensibilidad les ha llevado a restaurar la casa, a descubrir un antiguo aljibe y a crear un pequeño huerto con especies recuperadas por Vicente Todolí. También a crear un espacio en el que disfrutar de la gastronomía y de la paz que se respira en este lugar.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 97 (noviembre 2022) de la revista Plaza