Habría que esperar a finales de invierno, el área del calendario en que, como han demostrado los últimos años, todas las previsiones se van al traste. Pero ya les adelanto que 2023 tampoco va a ser normal. Nos enfrentaremos al menos a dos campañas electorales con sus urnas en la línea de meta. Es decir, que los periodistas tendremos que seguir buscando un hueco en la agenda para limpiar los cristales de casa y que ustedes tendrán que sortear las balas y flechas procedentes de ambos bandos de este western crepuscular en que hemos convertido la política española. Les resultará fácil, no se preocupen, las minas antipersona estarán situadas en los mismos escondrijos: la corrupción, el abastecimiento de agua, el gasto público y los impuestos y, sobre todo en las fechas límite, las encuestas del CIS. Quizá sean más difíciles de esquivar los insultos que últimamente amplían las ondas expansivas de cualquier ámbito legislativo. Y, también quizá, ese puede ser uno de los motivos por el que las campanadas de Nochevieja no sonaron en la Plaza del Ayuntamiento de Alicante. En una ciudad donde las máximas expectativas de futuro y posicionamiento global recaen en la concejalía de Manolo Jiménez (y Otilio, si me permite el maestro Francisco Ibáñez), no resulta cómodo buscar argumentos y contraargumentos de calado. Alicante ha caído en manos de los enfarinats de Ibi y ni nos habíamos percatado del asunto.
En realidad, el año que acabamos de inaugurar tampoco tendría que esforzarse mucho para mejorar a su antecesor. Es verdad que todo depende de lo que suceda en las dependencias privadas del Kremlin, pero los economistas ya se han encargado de avisar de que todo va a empeorar. Teniendo en cuenta los antecedentes del gremio, uno siente cierto alivio cuando piensa que los grandes análisis financieros consisten en corregir cada tres meses los errores de cálculo que cometen los especialistas, que no saben leer ni las líneas de la mano ni las entrañas de las víctimas ni cualquier otro método de adivinación que implantaran las culturas grecolatinas antes de la llegada de los Excel. Que tampoco saben leer. Es el problema de haber escogido el bachillerato de letras mixtas para que las matemáticas no fueran tan complicadas. Para concluir con los augurios monetarios: es cierto que los ciudadanos medios afrontaremos la situación en peores condiciones que las grandes fortunas que se han dedicado a exprimir sus beneficios a nuestra costa y con diferentes excusas, pero a poco que nos vaya bien, disfrutaremos de más holgura que los británicos, que vuelven a pedir un referéndum para deshacer el Brexit. Y conociéndolos, no es tanto porque su cesta de la compra se haya encarecido más que la nuestra, sino porque no les ha servido para dar una lección al resto del planeta, su mayor afición tras la caza del zorro y la loza estampada con retratos de los Windsor. Ni siete primeros ministros en seis años han mejorado el desgobierno ibense del 28 de diciembre.
Hay demasiados condicionantes que impiden que la vida dependa de nosotros. No cesan las guerras, las represiones religiosas, las escaladas de precios, las emisiones de carbono, las enfermedades respiratorias infantiles, las secuelas de Hollywood ni los encogimientos de hombros. Pero los imperios también duran cada vez menos, como demuestran los balances de cuentas de las grandes tecnológicas estadounidenses. Si hemos podido con Facebook, con una pandemia, con las audiencias de Telecinco y con un asalto al Capitolio, estamos obligados a pensar que somos una especie de supervivientes que avanzan sobre el suelo asfaltado de facturas sin más ayuda que unas gafas y una resignación que se diluye cada vez que asoma un puente festivo o unas vacaciones en Benidorm. Hagan lo que puedan, que al final saldrán a flote. Pero cada día, que disfrutar de los ratitos que nos conceden las preocupaciones exige mucha constancia. Y cierto grado de locura e imprevisión, no lo olviden.
@Faroimpostor