Ha empezado la campaña de las elecciones municipales. Se sabe porque los candidatos pasean por donde ya no volverán más en cuatro años. También hay inversiones repentinas que suelen acabar en el alzheimer de las agendas, riñas territoriales que, en realidad, deberían celebrarse en un pasillo de tierra como los que albergaban las justas medievales y encogimientos de hombros. Muchos encogimientos de hombros. Como el de Rajoy en el vídeo en que saluda a un barco y luego se da la vuelta. Y se encoge de hombros para dar a entender que no sabe a quién ha deseado buena travesía o, quizá para buscar la aprobación de su cohorte de asesores. Es un gesto universal que da a entender la impermeabilidad de los cargos. Sé que cambio de ideales como quien zapea de madrugada, sé que me han pillado con contrataciones irregulares, sé que ni siquiera en Llíber puedo estar tranquilo. Pero me encojo de hombros. Y así parece que nada va conmigo.
Se podría pensar que la política de proximidad es la más agradecida de todas. Y, efectivamente, esto podría ser así, si no fuera por los candidatos. El interés de los altos cargos municipales en la administración pública es inversamente proporcional al censo de habitantes de la localidad en la que están al mando. Hay excepciones, naturalmente. El alcalde de un municipio de mil habitantes o menos no va a tener más remedio que luchar por los intereses de sus vecinos, más que nada porque se le ve cada día, se sabe qué bar frecuenta y se le puede buscar probablemente entre bancales, sulfatando los limoneros. Si lo hace bien, repetirá. Si no, saldrá otro. Pero cuando la población supera los cuatro ceros, ya hay que buscar a los políticos en sus despachos. Y ahí, con toda seguridad, estarán jugando al ajedrez con movimientos a cuatro años vista. Los de las ciudades tendrán enfrente un plano de la capital provincial. Los de la capital, un mapa autonómico. Y los autonómicos, un tablero con los precios y horarios de trenes y aviones. Porque también se celebran elecciones europeas, no vayamos a olvidarlo.
Y ahí, en ese punto exacto entre la elaboración de las listas y el gambito de rey, es donde se tuerce todo. Cuando hay un camino sin asfaltar y amanece un buen día una cuadrilla de operarios, la política funciona. Cuando hay un colapso de décadas sin que se sepa a dónde debe dirigirse una ciudad y amanece un buen día un listado de fiestas de barrio que visitar, no. Si todo lo que puedes ofrecer es haber encontrado un pueblo de montaña donde postularte como número dos de las listas para poder presidir una administración supramunicipal, tampoco. Si tu único objetivo es gobernar y no presentas un buen currículo gestor, no tienes más argumentario que el que te dictan desde Madrid o Valencia, ejerces la venganza contra tus enemigos o, directamente, sabes que la ciudad por la que te presentas existe porque lo pone en tu mapa autonómico, no esperes que te den palmaditas en la espalda. La idea es captar inversiones y ejecutarlas. El resto es cosa de siglas, no de méritos. Y puede que a los votantes también les dé por encogerse de hombros.
@Faroimpostor