Cuando llega el otoño, los hayedos se convierten en un espectáculo de la naturaleza que merece la pena admirar y sentir
VALÈNCIA. El otoño es una época preciosa para salir a la montaña y disfrutar de esa paleta de colores en la que los ocres, los verdosos y los rojizos salpican los paisajes y se multiplican al reflejarse en las tranquilas aguas de lagos y cascadas. Un momento del año único y casi efímero que merece una escapada, especialmente a los bosques húmedos del norte de la Península, que ofrecen algunas de las mejores estampas en los meses de octubre y noviembre. Uno de esos lugares es el parque natural de las sierras de Urbasa y Andía, situado a caballo entre la Navarra atlántica y la mediterránea, y al que me dirijo atraída para conocer el nacedero del río Urederra, declarado Reserva Natural en 1987. ¿Por qué este lugar? Bueno, porque dicen que es uno de los lugares más hermosos que tenemos en España y porque, junto al hayedo de Otzarreta, dicen que son los mejores lugares para disfrutar del otoño.
Una de las primeras cosas que debes saber es que, dada su popularidad y en aras de proteger el paraje, el acceso al nacedero está limitado a quinientas personas al día, por lo que se hace obligatorio reservar —la entrada es gratuita, pero no el parking, que en el caso de los turismos son cinco euros—. En estas cosas soy bastante previsora, así que hice la reserva con un mes de antelación, y más sabiendo que este es un lugar bastante frecuentado por aficionados a la fotografía, especialmente en primavera y en otoño. En primavera, porque es época de deshielo y el caudal es mayor y en otoño, por ese contraste de colores que precisamente yo quiero inmortalizar.
La puerta de entrada al nacedero es Baquedano, una coqueta localidad con nobles y blasonados edificios que no sería famosa si no fuera por la ruta al nacedero del río Urederra. En las afueras está el aparcamiento —recuerda reservar tu plaza con la entrada— para quienes desean realizar la excursión, pues está prohibido estacionar en todo el pueblo.
Es temprano y, aun así, hay bastantes coches, así que no me demoro mucho y me pongo la mochila al hombro. Como sé que es un lugar muy codiciado por los fotógrafos me voy con todo el equipo, incluido el trípode. A los pocos metros el camino se bifurca; lo recomendable, dicen, es coger el sendero de la izquierda porque es el que discurre más cerca del río y hay menos desnivel, pero hago caso omiso y me voy por el camino de la derecha. Total, la ruta es circular, así que da un poco igual por dónde empezar.
En nada la aburrida pista forestal se convierte en un frondoso bosque de hayas y robles que me envuelve con sus encantos, sumergiéndome en un aura casi mágica. Y de pronto, el murmullo del río Urederra —significa agua hermosa— despierta mis sentidos y me regala sus primeras postales: el azul turquesa de las pozas se entremezcla con la hoja perenne del enebro, el pino o el tejo, que se alternan con frondosos hayedos y contrastan con el musgo que trepa por los troncos de algunos árboles.
Me quedo sin palabras. Es la primera vez que veo unas aguas tan azules en un río. Es un color casi del Caribe o de las playas de Formentera y cuyas intensidades son difíciles de creer, tanto que, seguramente, hasta pienses que he trucado las fotos con algún filtro. Pero no, de verdad que el color es real. Una tonalidad casi imposible que se debe a la naturaleza kárstica de la sierra de Urbasa. Y es que, el agua de la lluvia disuelve el carbonato cálcico de las rocas mientras se filtra por ellas y acaba aflorando por el nacedero del Urederra, y en el curso del río el carbonato cálcico se va depositando en su lecho dándole al agua este color tan paradisíaco.
tanto en urbasa como en el hayedo de otzarreta disfrutarás del esplendor del otoño como nunca habías visto
Una belleza inusual que se sucede a lo largo del camino, pues el río va dejando singulares saltos y cascadas que es imposible no fotografiar. No soy la única friki con el trípode, aunque soy consciente de que molestamos al resto de personas que quieren admirar esos rincones porque, para hacer una foto buena —o menos mala— estamos mínimo veinte minutos. Al menos yo, que necesito mi tiempo para encontrar el encuadre y estar segura de que la foto es decente. Menos mal que el carrete es casi infinito porque si no...
A medida que avanza el sendero y va tomando altura entre pasarelas, escalinatas y puentes de madera, se van sucediendo las pozas, los rápidos y las cascadas, cada vez más caudalosas y más ruidosas. A veces, hasta es complicado hablar o hacerte oír. Especialmente en los pequeños miradores que hay para contemplar mejor las cascadas, que cada vez son más altas e imponentes. Y sí, el río eclipsa el paisaje pero, aun así, hay que desviar la mirada y disfrutar del entorno porque realmente es un lugar mágico.
Ensimismada en mis pasos y con el estruendo del agua cada vez más fuerte, llego hasta el final del camino. No es que haya llegado al nacimiento sino que un cartel prohíbe el paso al último tramo del sendero, el que llega hasta las espectaculares cascadas del Tubo y del Elefante. Lo leo varias veces, valorando la posibilidad de incumplir la norma —establecida en 1999— pero, por mucho que me pese, decido darme la vuelta y volver a disfrutar del recorrido.
El camino de regreso lo realizo con calma, volviendo a contemplar los mismos lugares pero con otros ojos. Los ojos de quien ya conoce el lugar y ahora lo admira con la luz del atardecer, que deja otras tonalidades y contrastes. Y esa parsimonia hace que, si la ruta es de unas tres horas como mucho, yo haya invertido casi todo el día para hacerla.
El Parque Natural de Urbasa y Andía tiene muchas más rutas, pero aprovechando que estoy en esta zona decido viajar un poco más hacia el norte y ver con mis propios ojos el hayedo de Otzarreta, otro de esos paisajes que dicen que te quedas sin palabras. Como decía, este viaje es un poco friki y para captar los colores del otoño, así que he de aprovecharlo al máximo.
Al hayedo de Otzarreta, en el Parque Natural de Gorbeia, llego al alba, para intentar buscar esa estampa repleta de niebla y que deja solo ver la silueta de los árboles. No tengo suerte o sí, porque en su lugar me encuentro un espacio natural perfecto, como si hubiesen calculado poner cada una de las hayas en esa posición, con el serpeteante río Zubizabala dividiendo en dos el bosque y que se contorsiona creando meandros.
Una armonía que se debe al hecho de que se trata de un hayedo trasmocho, podado cuidadosamente a lo largo de los siglos para aprovechar su madera. Esta pasaba a formar los ikaztobi —nido de carbón—, piras ordenadas que componían la txondorra, donde un proceso de combustión daba como producto carbón vegetal. Al cesar la explotación, la naturaleza recuperó su libre albedrío y las hayas volvieron a crecer según pedía el canon.
Un lugar mágico donde el murmullo del agua del arroyo te acompaña en cada mometo, casi como el ruido producido al andar sobre el manto de hojas caídas durante el otoño. Camina con cuidado porque las raíces que surgen de la base de los troncos se extienden caprichosamente a sus anchas. Un silencio que al poco se rompe con un grupo de aficionados a la fotografía y turistas que quieren, como yo, inmortalizar este lugar. Ahora entiendo por qué recomiendan madrugar y evitar los fines de semana. Pero da igual porque el lugar es tan hermoso que nada puede romper esa aura mágica.
No sé si habré logrado retratar el otoño o captar la belleza de estos dos lugares, pero no me importa, porque la magia que he podido admirar y sentir es casi imposible de retratar y de explicar... ¿o sí?
Balcón de pilatos, el mirador más bonito de Urbasa. Antes o después de la ruta merece la pena ir a la parte superior del nacedero, concretamente al mirador de Urbaba o Balcón de Pilatos. Se trata de una impresionante pared de piedra caliza con forma de anfiteatro, desde donde se ve el valle por donde transcurre encajonado el Urederra. Yo fui por la tarde, cuando la niebla cubría el valle, dejando un paisaje casi apocalíptico en el que los buitres, alimoches, milanos y otras aves rapaces sobrevolaban el lugar.
Ruta del río balas, en el Parque Natural del Monte Gorbeia, a cincuenta kilómetros del hayedo de Otzarreta, se encuentran los hayedos y robledales que flanquean la Ruta del río Balas. Una buena opción para descubrir unos de los bosques más frondosos del monte Gorbeia, donde bajo las florestas crecen helechos y matas de frutos silvestres como arándanos y fresas.
En coche desde València son 520 kilómetros.
Prepara con antelación el viaje para asegurarte de que tienes acceso al nacedero del Urederra. Para más información visita la página web del nacedero del río Urederra: urederra.amescoa.com
* Este artículo se publicó originalmente en el número 98 (diciembre 2022) de la revista Plaza
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