ALICANTE. Corría la temporada 94-95 y yo tenía 11 años y 5 días. Del Hércules había escuchado poco o nada, si acaso mi hermano mayor comentó que había subido a Segunda A poco tiempo atrás, pero ya está. Además era un equipo que nunca salía en la tele, donde yo veía unos partidazos tremendos los sábados en Canal 9. Ni siquiera aparecía en los cromos que tanto me gustaban. Ese año completé mi primer álbum, al salir Amavisca del Real Madrid, fichaje 35, en un sobre comprado por mi padre. Karanka, del Athletic de Bilbao, fichaje número 29, fue el único que me faltó una temporada atrás.
Precisamente del Athletic, por aquel entonces se hablaba de una emergente figura futbolística, un fenómeno que se acuñó como la "Guerreromanía". Un joven mediapunta, guapo, elegante y bueno, por el que suspiraban todos los grandes de Europa. Una verdadera joya. Un primo de mi madre, de Benéjuzar como Rufete, era muy del Athleic y aprovechando que el Hércules se enfrentaba al filial de los leones se las apañó para plantarse en Alicante con su mujer. Creo que a ella el fútbol, ni fu ni fa, pero con la excusa de ver al tal Julen Guerrero, en mi humilde barrio de extrarradio se plantaron.
Tras la comida familiar de rigor, surgió la idea de llevarme al fútbol. Yo encantado. Pero ya sospechaba que a Guerrero no lo iba a ver, pues ya pertenecía al primer equipo, ¡yo tenía el cromo!, pero me callé, no sea que se estropeara el plan. Además no procede entrometerse en cuestiones matrimoniales ajenas.
Y al Rico Pérez que llegamos. Ya el ambiente en la calle me gustó, mucha gente, colorido, banderas, bocinas, y ¡hasta me compraron una bufanda! Las había de todas clases, unas azules con letras blancas, como de ganchillo, preciosas, pero a mi me toco la más fea, una blanquiazul con el lema "Hércules" estampado en negro. Me pareció muy cutre, pero hoy día es una reliquia, lejos de ser fea es el ADN de puro herculano.
Pero cuando entré al estadio...¡madre mía!, ¡qué pasada! Lo recuerdo como si fuera ayer. Qué panorámica, qué campo, ¡pero si es como los de la tele!, pensé. Al salir del vomitorio un olor a césped mezclado con humo de puro me inundó hasta las entrañas. Aún hoy en día ese olor es para mí el aroma del fútbol. Para redondear la jornada, venció el Hércules 1-0 con un gol Diego Ribera, ¡de chilena!
No me importa en qué categoría juegue el Hércules. Es bonito salir en televisión, radio y prensa nacional. O en los cromos. El fútbol de élite es precioso, eso es indiscutible. Pero para mí el Hércules es mucho más, es el primo que me llevó al estadio. Es el vecino que desde aquel lejano 7 de enero de 1995 tuvo que cargar conmigo en varios encuentros, y aún hoy sigue en su sitio del fondo sur. Es mi hermano, con el que tantos partidos he vivido; hasta mi padre, antifutbolero total, de esos de: "¿el Hércules?, toda la vida igual", y aún así se gastó 10.000 pesetas en la 96-97 para dos entradas de Fondo Norte para ver el Hércules-Real Madrid.
El escritor francés Marcel Proust, relató en su obra considerada como una de las mejores de la literatura de todo el Siglo XX, "En busca del tiempo perdido", cómo un olor a magdalena le transportó a un instante de su infancia que creía no recordar. Es lo que llamó "la memoria involuntaria". Yo, cada vez que entro al Rico Pérez, y aparezco por el vomitorio, tengo que pararme. Mirar a mi alrededor, observar el estadio, y buscar el aroma a césped. Y durante las dos horas siguientes, vuelvo al lugar donde más feliz fui, vuelvo a tener 11 años. Y todo por Julen Guerrero.