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vals para hormigas / OPINIÓN

Gintonics sin humo

8/02/2023 - 

Ayer subí en el Tram hasta el Hospital General Doctor Balmis. Quédense con lo del Tram, que volverá a aparecer. El motivo era la presencia de Ximo Puig, que visitaba las obras de ampliación del servicio de Urgencias. En su comparecencia ante los medios, y a preguntas de Juan Carlos Fresneda, de Onda Cero, el jefe del Consell adelantó que sopesa la posibilidad de que se mantenga la prohibición de fumar en las terrazas de los bares. Ayer, también, fue el día en que el Gobierno anunció que se acababa la obligatoriedad de usar la mascarilla en los transportes públicos, con lo que el veto a los cigarrillos durante el café con leche de las mañanas o tras el cortado de después de comer o entre los gintonics de la noche sería, junto al teletrabajo en algunas profesiones, el reventón de todas las costuras de la sanidad pública española y la precariedad generalizada de la salud mental, uno de los pocos argumentos con los que contarán los sociólogos, antropólogos e, incluso, arqueólogos, para explicar que una vez el mundo entero padeció una pandemia en la segunda década del siglo XXI. Gensanta, que diría Forges.

No escuché, pero lo imagino, el coro de lamentaciones e invocaciones a todos los santos, del sector de la hostelería. Lo colegí (qué verbo más retorcido, por cierto, colegir) de las declaraciones posteriores de Carlos Mazón, quien, como todos, desconocía los términos en que se podría plantear la prohibición, aún inexistente, pero ya advirtió que se pondría del lado de los hosteleros. Alguna vez habrá que bucear en la relación de los populares, como Mazón o Isabel Díaz Ayuso, con los dueños de bares y restaurantes. No creo que sea difícil de investigar. Pero dejémoslo ahí, de momento. Las críticas serán las mismas que cuando se vetó la entrada de humo con la ley antitabaco que entró en vigor en enero de 2011. Es decir, que todos los establecimientos se verían obligados a cerrar porque los fumadores. Y sí, así acababa el argumento. Porque los fumadores. Con esos puntos suspensivos tácitos que expresan que un argumento, en realidad, carece de argumento. Doce años después, los bares siguen abiertos, los fumadores salimos a la calle ocasionalmente y lo que más llama la atención es ver fumar a la gente en espacios cerrados en películas que recrean otras épocas no tan lejanas, en series como Mad Men o en documentales sobre el golpe de estado del 23-F. Pero no pasará nada. No tengo fe en que una medida así recorte el consumo de tabaco, pero al menos, los fumadores no molestaremos tanto. Y prevalecerá el interés colectivo.

Volvamos al Tram. Cuando la ministra Carolina Darias anunció el fin de las mascarillas, los medios llevábamos una semana avisándolo. Y no sé si, para cuando lean ustedes esta columna, ya se habrá publicado la orden en el BOE, que es lo que marca su entrada en vigor. El caso es que, ayer, un usuario ya se excusó en que iban a prohibirlas para no calzarse la mascarilla en un trayecto, de Luceros al hospital, que dura unos diez minutos. Era el único. Buscaba una mirada cómplice que refrendara su posición. No la encontró. Tampoco le importó. Seguro que es la clase de persona que, lo he visto alguna vez, se sale a la puerta del bar y echa el humo dentro mientras fuma, porque no quiere dejar de hablar con el camarero que está tras la barra. Seguro que cree que una medida como esta atenta contra su libertad individual. Seguro que seguirá visitando bares y que acabará por acatar la normativa de las terrazas, que es lo que sucede siempre. Aunque no siempre nos demos cuenta.

@Faroimpostor

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