Supongo que lo más importante en estos momentos es difundir un mensaje de fortaleza, de unión. Luchar contra el individualismo y mostrarnos sólidos como sociedad. Quédense con eso. Conseguimos más como masa que de uno en uno. Imaginen un hincha solitario a la puerta del hotel de concentración de un equipo. Un solo bañista en la playa de Benidorm. Una manifestación con una sola pancarta. Una terraza con un solo comensal, un único asistente a un concierto, un avión con un solo pasajero. Esa imagen de soledad, tristeza y hasta vergüenza es la que no debemos dar. Naturalmente, el reto es doble, porque debemos conseguirlo, precisamente, desde el aislamiento. Pero para eso están las ventanas y los balcones y los chats de Whatsapp y las conversaciones telefónicas. Para comprobar que todos estamos en la misma situación y enfocados en un único punto. Acabar con el confinamiento, regalar tiempo a los recursos de la sanidad pública y a la consecución de una vacuna, arrasar al virus con una buena carga de solidaridad. Y nuestra colina volverá a oler a victoria. Aunque quizá el coronel Kilgore de Apocalypse Now no sea el personaje más indicado para ilustrar este momento.
Hasta aquí, lo imprescindible. Porque debemos ser Fuenteovejuna, todos juntos. Pero por separado, somos el Segismundo de La vida es sueño. Enclaustrados y llenos de dudas. Frágiles. Creo que también es importante que lo reconozcamos, porque mucha gente andará más o menos como yo. Toda la vida he transitado el callejón de los indecisos. Aún tengo pendiente la contribución de unos cuantos años a la madurez que me corresponde por edad. Arrastro un trastorno obsesivo-compulsivo considerable que me facilita el día a día y provoca la hilaridad de los míos, quienes nunca dejan de asombrarse con mis manías. Me asusta afrontar situaciones que no puedo controlar. Y solo me encuentro verdaderamente en calma y soy capaz de vaciar la cabeza bajo un chorro de agua caliente, de pesca en una cala, cuando se apagan las luces del cine, abrazado a la espalda de mi pareja o disfrutando de una fiesta, aunque caiga en martes laborable, con mi familia. Todo eso se ha caído. Hasta nueva orden, se nos ha impuesto la responsabilidad y la ansiedad que conlleva.
La única manera de superarlo es entender que ni en eso estamos solos. Por cada aplauso que aparece en el balcón de una casa a las 8 de la noche hay un miedo, un recelo, una angustia, una preocupación, una lágrima al borde de los párpados. Y algún insensato que otro, aunque por esta vez los descartamos. Pero eso no nos debe arredrar. Cuando todo esto acabe, afrontaremos quizá algún cambio en nuestras vidas. Probablemente sigamos sin madurar lo suficiente. Perderemos algún miedo y lo sustituiremos por otro. Quizá el fortalecimiento como sociedad nos dure tanto como el amor eterno de un adolescente. Pero lo que es seguro es que recuperaremos todo aquello que nos hace relajarnos y vaciar la cabeza de preocupaciones. Estoy deseando que los cabrones de mis amigos y familiares vuelvan a mofarse de mis manías. Y eso, con las decisiones más correctas que sepamos tomar, también volverá.