Recomendación encarecida. No se fíen jamás de nadie que trabaje en el sector del periodismo. Uno pide un favor por cuestiones de agenda y no encuentra problemas, por regla general. Claro, dice Eduard Aguilar, sin problema. Y el reparto de columnas de opinión para esta semana queda arreglado. En la misma conversación, poco después, la cosa se traslada al cine, que es el único asunto que tiene importancia en este febrero de adelantos de elecciones, juicios políticos y temperaturas sin brújula. Y, naturalmente, junto al favor demandado va creciendo una puñalada en la espalda. Porque en su columna, Eduard habla del cine. En la semana posterior a los Oscar. En la semana posterior a la muerte de Stanley Donen. En la semana en la que febrero agota al sprint su breve remesa de días. Que parece que no vaya a tener nada que ver con el cine, pero seguro que sí. Si se rebusca bien, la vida te va demostrando que todo tiene que ver con el cine, y no al revés.
Porque la vida se centra en el vestido azul celeste de Charlize Theron, en la actuación de Lady Gaga junto a Bradley Cooper y en las cifras quirúrgicas que dicen que este año ha aumentado el número de mujeres premiadas. Por ejemplo. Eso, solo en el ámbito de una ceremonia en la que, tradicionalmente, se habla poco de cine, que es capaz de premiar una película como Green Book y que llegó agotada a su puesta en escena, después de que los académicos se empeñaran en rendir cuentas a la cadena que los emitía, a los patrocinadores y a las cifras de audiencia. Igual que visitar una pinacoteca por la calidad de los marcos. Luego es el cine el que se encarga de diseccionar cada uno de los aspectos de la sociedad para que quede tan claro como una lección anatómica de Rembrandt. En el ámbito geométrico, un punto jamás es consciente de que forma parte de una raya. En el social, ocurre lo mismo. Ninguno de nosotros es consciente de lo que está viviendo, tanto en su patio como en el planeta, hasta que no ve su reflejo en la gran pantalla. Es el poder de las metáforas, del arte. Identificarse con una historia y abrir los ojos. Y, después, corroborar lo aprendido en un periódico. O en la nueva emisora que acaba de sacar esta casa, Plaza Radio. Aunque ya les advierto que el magnetismo de la radio se parece demasiado al de una sala a oscuras con una gran pantalla en blanco. Bienvenidos, amigos.
Uno vuelve de Madrid, de asistir al estreno de El sueño de Malinche, la última película de Gonzalo Suárez, dibujada por Pablo Auladell, y se encuentra con que la política alicantina ya está inmersa en el rodaje de las próximas elecciones. Leo la cartelera de nuestros candidatos y encuentro luchas de poder, crónicas de espionaje y anuncios del apocalipsis. Argumentos que ya se han filmado. Créanme, la única manera de entender todo esto es repasar las películas de temática política –o shakespeariana, que al fin y al cabo es lo mismo- que se han sucedido a lo largo de la historia del cine. Vale hasta el ejemplo de HAL 9000, que no es más que una máquina que se ha vuelto humana, justo lo que pretenden la mayoría de los políticos españoles en plena campaña. Después, hagan todo lo posible por volver a ver Cantando bajo la lluvia, de Donen. Que es como la versión en dieta saludable del carpaccio de vísceras que sirvió Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses. Parece que no, pero en un chapoteo entre charcos de atrezzo hay más vida y más respuestas que en todo lo que nos queda por vivir hasta que se abran las urnas. Yo, mientras, tramaré cómo devolverle el favor a Eduard.
@Faroimpostor