No es habitual escribir bien sobre un político. No vende. Pero no son pocos los ejemplos de buenos tipos que se pueden encontrar entre los de la casta. Eusebio Monzó es uno de ellos
VALÈNCIA. Es común que a la clase política se la tilde de mediocre, indecente, egoísta y elitista. Cada año se elevan los calificativos negativos a nuestros representantes políticos, a esos a los que damos el sagrado mandato de representarnos a través de las urnas. Uno cree que no son más que el reflejo de la sociedad. Por lo que puede temer uno que, efectivamente, viendo el patio, que haya mucha mediocridad, aderezada de altanería por lo que creen que significa tener un escaño. A sensu contrario, hay también, como espejo que lo es de nuestras vidas, gente decente, brillante y creyente de lo que son, servidores públicos. Y no son pocos los ejemplos que podríamos enumerar. Uno de ellos es Eusebio Monzó, el protagonista de este artículo. Sección que, dicho sea de paso, no ha dejado bien parado a más de un político. ¿Verdad, Aurelio? ¿Verdad, Alfred?
Monzó ha vuelto a aparecer entre la opinión publicada al ser nombrado secretario autonómico en Hacienda en el Consell de Carlos Mazón. El exconcejal en el Ayuntamiento de Valencia (anteriormente València) ya ocupó este cargo con Alberto Fabra, el president que cerró RTVV y que luego se fue a pulular por el Senado para acabar ahora en el Congreso después de haberse presentado como diputado para Les Corts. Mito. Bueno, pues fue el castellonense quien lo destituyó por sus famosas líneas rojas que impuso contra la corrupción tras ser investigado Monzó, en causas que acabaron siendo archivadas. Como la del caso que investigaba las presuntas irregularidades cometidas en la contratación del proyecto de Centro de Convenciones de Castellón, que nunca se llevó a cabo, con el despacho de Santiago Calatrava.
Fabra se lo cargó en julio de 2014 y el sobreseimiento llegó apenas meses después, en diciembre. Una injusticia, la que se cometió contra Eusebio Monzó, como tantas otras personas sufrieron, llevadas por la desesperación de figurar de Fabra como el adalid contra la corrupción en una época en la que las corruptelas desbordaban al Partido Popular. Juicio y condena que podría haber matado políticamente a nuestro protagonista.
Una jugarreta fea y que sorteó con dignidad porque, entre otras cosas, tiene vida más allá de la política, como agente de Innovación en el Vicerrectorado de Innovación y Transferencia Tecnológica de la Universitat Politècnica de València ( ¿o es Valencia?).
La injusticia que cometió el estadista Fabra, que fue criticada por miembros de su partido e incluso por adversarios del PP, fue resarcida por Rita Barberá en abril de 2015. Pues fue su fichaje estrella para la lista que presentó para esas elecciones que acabaron en hostia, qué hostia. Pero la leche que iba a recibir el Partido Popular y Mazón fue aún peor, porque estalló el caso Taula por el presunto blanqueo —causa que acabó sobreseída para todos más tarde— y acabó siendo el único concejal popular no imputado por presunto blanqueo. Así que se comió el marrón y lo hizo con un trabajo brutal a pesar de las adversidades. Además, combinaba su misión de defender el fuerte con su trabajo que nunca quiso abandonar. Imaginen, cada entrevista que concedía era una suerte de suplicio. La corrupción brutal, la que se demostró, juzgó y se condenó y la que se quedó en nada aunque los procesos y las condenas de Google eran irreversibles, como la situación vivida por sus compañeros de bancada consistorial imputados. Más allá de su labor de oposición, las preguntas sobre aquellos asuntos caían en cascada. Lo normal. Pero salió adelante y lo hizo con una decencia impecable.
Ahí siguió hasta que Génova coronó a María José Catalá como candidata en 2019. Y otra imputación lo dejó fuera de las listas. Alucinante. En esta ocasión, por los patrocinios del aeropuerto del abuelito, el de Fabra, Carlos, el de Castellón, donde era consejero de Aerocas. Res de res. Pero la alcaldesa no lo dejó tirado, y siempre permaneció gravitando cerca de la primera edil, de una manera u otra. Hasta que ahora, Mazón ha decidido recuperarlo para la causa en el puesto del que le desposeyó el señor Fabra, Alberto, el de RTVV, el de las líneas rojas absurdas y el del poco laboro en el Senado. Eusebio Monzó es otra historia. Es trabajador y conocedor del terreno en el que se va a mover. Un tipo que se cree que está para servir, y en la complicada Conselleria de Hacienda. De donde nunca debió salir. Esto de hablar bien de un político es raro. Tendré que hacérmelo mirar.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 106 (agosto 2023) de la revista Plaza