Atractiva, elegante, dinámica, alegre... La capital de Suecia enamora con su arquitectura, sus parques y ese ritmo de vida pausado del que deberíamos aprender un poco
VALÈNCIA. No hace mucho leí sobre la filosofía sueca del Lagom, que sería algo así como llevar un estilo de vida equilibrado, basado en la moderación, la sostenibilidad y en intentar vivir siendo más conscientes de nuestras necesidades. Una manera de manejar el estrés, ese que nos lleva a correr de un lado a otro para poder llegar a todo. Tanto, que hay quien mantiene ese ritmo frenético en los viajes, queriendo tachar todos los imprescindibles como si de una lista de la compra se tratase. Manera de viajar que no encaja con mi filosofía de vida, de ahí que desde mi llegada a Estocolmo camine sin el tic tac del reloj persiguiéndome y disfrutando de cada instante. ¿Visitar Estocolmo con el modo Lagom puesto? Sin duda.
Un tiempo que parece alargarse como los relojes de Dalí en el Gamla Stan, un laberinto de calles angostas y adoquinadas, flanqueadas por coloridos edificios bajos que se aprietan entre sí y en cuyas paredes se apoyan bicicletas. Se trata de la ciudad antigua (o la ciudad entre puentes), fundada en 1255 y hoy repleta de librerías, tiendas de antigüedades y de souvenirs, además de cafés y restaurantes. Por sus calles transitan grupos de turistas que van en bloque a las principales atracciones, sin percatarse de que las fachadas de los edificios cuentan la historia de la ciudad. Por ejemplo, los escudos con el ave fénix indican que esa casa estaba protegida por un seguro, algo que, en el siglo XVIII, era recomendable por la cantidad de incendios que se producían en el casco viejo. O los símbolos de metal, que dependiendo del diseño indican el año de la construcción o de su reconstrucción. También es interesante ver las ventanas emparedadas de algunos edificios, fruto del impuesto que se debía pagar según la cantidad de ventanas que tenía una casa. Algo así como un impuesto del sol —quizá te suena a algo cercano...—.
Un paseo que me lleva a la plaza medieval de Stortorget, uno de los lugares más fotografiados de Estocolmo y, posiblemente, de los más dramáticos. Aquí ocurrió el llamado Baño de Sangre de Estocolmo (noviembre de 1520), cuando, tras la invasión de Suecia por las fuerzas danesas de Cristián II, se ejecutó a un centenar de personas a pesar de su promesa de una amnistía. Una historia que me conecta con uno de los capítulos más emocionantes de Juego de Tronos: La Boda Roja. Si has visto la serie, seguro que ya te has hecho una idea de la masacre que ocurrió aquí. En esta misma plaza está un lugar en el que las grandes mentes esperan estar alguna vez: el museo Nobel. La visita es muy recomendable para conocer la historia de estos premios y las personas que lo han ganado.
En ese dédalo de calles me encuentro con una que, seguro, figura entre las más estrechas de Europa —y del mundo—: la Marten Trotzigs Gränd, que recibe el nombre de un comerciante alemán. Con noventa centímetros de ancho, bajar sus 36 escalones puede ser un poco complicado a determinadas horas del día, cuando la multitud se agolpa para hacerse fotos. Pero hay que tener paciencia, porque se trata de un cómodo atajo para ir a otra de las calles principales. Y de calle estrecha a monumento pequeño —tiene diez centímetros— porque en la plazoleta de la iglesia finesa está Jarnpojke (Niño de Hierro), una estatua creada por el artista sueco Liss Eriksson en 1954, de la que existe la creencia de que, si le tocas la cabeza, volverás a la ciudad. Vamos, como beber de la fuente de Canaletas en Barcelona o lanzar una moneda a la Fontana Di Trevi en Roma.
En esa filosofía del Lagom también existe la costumbre de hacer un parón para tomar un café con algo dulce, como los bollos de canela, que están riquísimos. A esta tradición se la llama fika y es casi una religión, tanto que elegir el templo para abrazar esta cultura me resulta casi imposible, porque todos son acogedores. Decido hacer el parón en Bröd & Salt y estar un rato conmigo misma. También para terminar de ahondar en la historia de Estocolmo, pues no sabía el origen francés de la dinastía sueca o el papel de Napoleón en su historia…
Precisamente, al terminar mi fika me dirijo a la catedral de San Nicolás —en ella se casan todos los monarcas—, que debo reconocer que había pasado por delante de ella sin percatarme de que, efectivamente, era la catedral. En su interior destaca la escultura de madera de San Jorge y el Dragón, mandada esculpir tras la victoria de los suecos sobre el ejército de Dinamarca. Luego me acerco al Palacio Real (Kungliga Slottet), que no es el original, pues fue arrasado por las llamas en mayo de 1697. Dice la leyenda que fue provocado por Nicodemus Tessin, quien, casualmente, tras el incendio presentó el diseño que actualmente podemos ver. Nunca se llegó a comprobar, pero sí es cierto que sus más de seiscientas estancias lo convierten en una de las residencias reales más grandes de toda Europa. Como en Londres, aquí se realiza un cambio de guardia (a las 12:15 horas, en invierno, y a las 11:45 horas, en verano).
Son más de las 21:00 horas y busco un lugar para cenar. El tiempo ha pasado volando y mi reloj, el sol, me ha engañado. Claro, no me acordaba de que en verano hay hasta veinte horas de luz. Creo que esa claridad es la que hace que la ciudad siga despierta, arañando horas a un día que, en mi caso, termina de madrugada, aunque el cielo indique lo contrario.
Estocolmo está edificada sobre 14 islas que flotan entre las aguas dulces del lago Mälaren y las aguas saladas del mar Báltico, de ahí que se la llame también la Venecia del Norte —como Ámsterdam o San Petersburgo—. Una urbe que, a vista de pájaro, agobia al ver tantas pequeñas islas dispersas entre sí, pero que, sobre la tierra, son todo un ente gracias a los puentes que, de alguna manera, son el elemento integrador de la ciudad. Tanto, que sin darme cuenta ya he cruzado tres islas y estoy en Södermalm, donde se encuentra uno de los miradores más bonitos de la ciudad: Mariaberget. Ando el camino que va en paralelo al mar, con vistas a la ciudad vieja y Riddarholmen, y en el que hay bancos y plataformas para sentarse. El sol brilla, así que me siento en el primer hueco que veo para relajarme. Detrás de mí está el parque Ivar Los Park, repleto de gente disfrutando de un pícnic. Como curiosidad, la casa de Mikael Blomkvist, uno de los protagonistas de la saga Millennium, está muy próxima de aquí.
De regreso me doy una vuelta por el barrio, repleto de artistas y, por ende, de mercadillos, restaurantes y de comercios de todo tipo, con ese aire chic de ciudades que siempre están a la vanguardia cultural. Un ambiente bohemio que me invita a sentarme en una de sus cafeterías y tomarme una cerveza. Es mi fika cervecero. En esta área está el ascensor de Katarina, un mirador también muy conocido para ver Estocolmo, pero yo me quedo con las vistas desde el parque y su ambiente.
En Estocolmo podrías estar el tiempo que quisieras de visita por el gran número de parques y museos que tiene. Mi viaje es de tres días, por lo que debo ser muy selectiva. De ellos, decido visitar el museo Vassa, ubicado en la isla de Djurgården, a la que me dirijo en ferry. Encuentro un hueco casi de milagro, pues está repleto de personas y familias. Claro, aquí se encuentran los museos más importantes de la ciudad y el parque de atracciones de Gröna Lund. Otros, quizá, van a dar una vuelta por el Royal Djurgården, el primer parque urbano nacional del mundo y en el que se pueden encontrar alces, ciervos y liebres. Luego veré si me encuentro con alguno de estos mamíferos.
Al llegar me dirijo con paso acelerado al museo Vasa, que cuenta la historia del Vasa, un barco que zarpó del puerto de Estocolmo el 10 de agosto de 1628 y que, por culpa de un incidente, no llegaría a alcanzar alta mar. El porqué de esa tragedia no te lo voy a desvelar —mejor que visites el museo o indagues por tu cuenta— pero sí te voy a explicar que estuvo sepultado por las aguas durante más de trescientos años y que fue rescatado y luego restaurado. Una historia ya de por sí fascinante, pero más cuando desde el último piso del museo lo ves en su totalidad.
Es una visita más que interesante, aunque no seas ningún grumete. De hecho, yo no lo soy y he pasado toda la mañana aquí, quedándome sin tiempo para visitar el museo al aire libre de Skansen, que muestra cinco siglos de la historia de Suecia. En su lugar, regreso a la isla principal para visitar el ayuntamiento de Estocolmo, en cuyo salón azul se entregan los Premios Nobel. Tengo suerte y todavía queda una entrada para subir a la torre, así que la compro y diviso, de nuevo, la ciudad desde las alturas. Una urbe coqueta, repleta de leyendas y con un ritmo de vida que me ha encandilado. No sé como será en invierno, pero en los meses cálidos es una ciudad que bien merece una escapada y, si puedes, que sea más larga que un fin de semana
Visitar las estaciones del metro de Estocolmo es una visita casi obligada. Y es que, el metro de Estocolmo es como una gran galería de arte —noventa de sus cien estaciones están llenas de arte— que vas descubriendo a medida que visitas la ciudad. De ellas destacaría Kungsträdgarden, Solna Centrum (línea azul), Thorildsplan (línea verde), Tekniska Högskolan y Stadion (línea roja).
A las ciudades se las conoce también por los mercados, y en el caso de Estocolmo destaca el Saluhall, ubicado en el exclusivo barrio de Ostermalms. Fue edificado en 1888, y gran parte de la decoración de aquella época aún se mantiene, con los puestos de madera lacada. En ellos puedes encontrar desde tiendas de alimentación, con productos de alta calidad, hasta restaurantes y cafeterías. Vamos, el lugar perfecto para comer o tomar un aperitivo.
Cómo llegar: Ryanair vuela directo desde Valencia.
Cómo moverse: En transporte público. Lo más aconsejase es adquirir la tarjeta Stockholm Pass, que incluye la entrada gratuita a decenas de monumentos y museos y el uso del transporte público durante 1, 2, 3 o 5 días.
Moneda: Corona sueca (kr). Una corona sueca son 0,086 euros.
Web de interés: www.visitstockholm.com. La página oficial de turismo de Estocolmo está en inglés.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 106 (agosto 2023) de la revista Plaza
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