Andaba el pasado lunes la responsable de Memoria Histórica de Izquierda Unida, Esther López Barceló, defendiendo la pertinencia de la exhumación de los restos de Franco en el programa de Telecinco Ya es mediodía, que presenta Sonsoles Ónega. Los responsables del espacio le habían preparado un careo con Pilar Gutiérrez, líder de Movimiento España, una asociación que se dedica a teñir de rojigualda un ideario pardo como el que se llevaba en la Alemania de los años 30. En el transcurso de la intervención de la exdiputada autonómica alicantina, se produjo un conato de incendio que la presentadora sofocó cerrando los micrófonos de ambas intervinientes. López Barceló lo difundió en redes sociales con la intención de demostrar la catadura de Gutiérrez. No pretendo defender a la representante de IU, porque no hace falta y porque sabe defenderse sola. Pero sí destacar que algunos de sus seguidores sugirieron que a personas como su ultraderechista oponente no se les debería permitir volcar sus opiniones en un medio de comunicación. Y se equivocan.
Deberíamos escuchar más a los villanos. No lo digo yo, sino Brad Bird, el director de las dos entregas de Los Increíbles, saga de películas de animación dedicadas a una familia de superhéroes, cuya secuela acaba de llegar a los cines. Tenemos la mala costumbre de apagar nuestras antenas cuando escuchamos opiniones diametralmente opuestas a las nuestras. Y sobre todo, cuando se esgrimen argumentos que rozan la ilegalidad o la atraviesan y pisotean como un Atila de veraneo por la Galia. Pasa en todos los ámbitos, también en el del periodismo, que, al fin y al cabo, está formado por hijos de vecino, hermanos mayores y coleccionistas de cromos en la infancia, como todos. Se suele pensar que es una manera de dar la oportunidad de defender ideas nocivas, cuando generalmente ocurre todo lo contrario. Tendemos a creer que van a hechizar al auditorio como si fueran la Callas, pero al final acaban resultando peores sopranos que la Castafiore, y de un solo graznido rompen todo el ajuar de cristalería de la abuela. El mejor ejemplo podríamos encontrarlo en la entrevista de Jordi Évole a Arnaldo Otegui,que no hizo más que perfilar el dibujo que todos los espectadores nos habíamos hecho de él antes de la emisión.
Más allá de cuestiones deontológicas, como la de pagar por una entrevista, algo insostenible y contrario al oficio, siempre he pensado que hay que estar atento a lo que dice la carcoma de la sociedad. Ya sea un neonazi, un etarra, un estalinista, un vicepresidente de la Diputación de Alicante, un alto cargo cubano homófobo o un miembro de la Manada. Lo aprendí durante una emisión en Radio San Vicente, hace más de veinticinco años, en la que un cantante punk defendía la despenalización del asesinato en primer grado. A su grupo nunca se le volvió a oír y probablemente el vocalista sea agente de seguros, o algo similar, en la actualidad. Escuchar al villano es un ejercicio de salubridad, aunque sea para convencernos de que no formamos parte de su batallón. Batman es el protagonista de la historia, el defensor de nuestro presente. Pero es Joker quien nos desvela cómo somos en realidad y nos anticipa qué debemos cambiar para salvaguardar nuestro futuro.
@Faroimpostor