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de la vía pa arriba / OPINIÓN

Epicentros de la crisis 

16/04/2020 - 

Hacía un mes que no salía de mi reducido círculo. De casa al trabajo a un minuto y del trabajo a casa, pasando como mucho por el súper de barrio para reponer la nevera. El balcón. El ascensor, la redacción, la cocina, el baño, el salón, la habitación, el estudio de radio... Es fácil contar los espacios en los que he estado estos últimos 30 días.

Ayer salí algo más. Fui al hospital. Cogí mi coche, llevaba 30 días o más parado y atravesé por en medio la ciudad, recorriendo las calles como si fuera la primera vez que las veía. En el hospital estaba todo el mundo con mascarillas, viseras, guantes y los pijamas clásicos cubiertos con batas verdes protectoras. Fue como estar dentro de la tele, todo me parecía afortunadamente nuevo, extraño, irreal, cambiado. Para ellos es su hábitat  natural.

He tenido la suerte de pisar poco el hospital en mi vida y menos estos días. Vas con miedo. Iba de acompañante, nada gravísimo ni nada de coronavirus. Pero vas con miedo por no molestar, por no hacerlo mal, por ver qué ha pasado en este lugar que en cada ciudad es el núcleo de batallas diarias.

La sensación que tengo, a pesar de todo, después de pasar allí 24 horas es tranquilizadora. Las personas que trabajan allí están hechas de otra pasta. Los celadores, recepcionistas, auxiliares, médicos y limpiadores, enfermeras, seguridad, mantenimiento… todos van recorriendo de arriba abajo las instalaciones enfundados en trajes casi espaciales y aparentando tener muy claro dónde van y qué tienen que hacer. No parecen molestarles los EPIS, esas mascarillas, viseras y demás elementos que han entrado a formar parte de nuestra jerga y de sus uniformes. A mí, una simple mascarilla no me deja respirar casi.

Esa seguridad que aparentan me hace sentirme pequeña. Pero me da confianza también. Ante esta situación tan inusual estos profesionales saben lo que hacen. Han adaptado sus protocolos y siguen con su trabajo pese a todo.

Es como si hubiera salido de mi burbuja y me hubiera metido en esta parte de la vida real que, a los confinados, que hemos tenido la suerte de no visitar mucho los hospitales, se nos quedaba solo en la tele. Esa gente a la que aplaudimos cada día está aquí. Suben, bajan, van de un lado a otro y ese natural trasiego a mí me da garantías. Está claro que no sabemos aún mucho de este virus ni de cómo vamos a salir de esta, pero ver trabajar a estas personas, que son como tantas otras que están en todos los hospitales del resto del mundo, me ha dado muy buenas vibraciones.

No me pasa lo mismo cuando veo comparecencias de políticos a los que sí se les nota desbordados, torpes, o cuando escucho o leo opiniones de economistas, sociólogos o juristas sobre cómo va a evolucionar el mundo cuando pase la emergencia sanitaria. No he tenido sensación de seguridad en más de un mes. Hasta que he entrado en un hospital.

No creo que estas personas sean héroes o heroínas. Realmente hacen su trabajo, pero es que este trabajo es así. Y los que lo hacen por lo visto lo saben y están a las duras como a las maduras. Supongo que los policías, los periodistas, los dependientes de un supermercado o las farmacias están y estamos también cumpliendo con nuestra función. Todos estamos cumpliendo con nuestra obligación y desde luego, simplemente no salir de casa para algunas personas es todo un logro.

Pero un hospital es el epicentro de esta crisis y desde luego la primera línea de fuego (lo siento para los que prefieren no utilizar terminología bélica pero no me sale otra).

¡Qué lejos se me quedan asuntos que antes creía importantísimos! ¿Se acuerdan del proyecto del mercado central? ¿Del pin parental? ¿Del auditorio? ¿Del hotel de arenales? ¿De la salida de Ciudadanos de Eduardo García-Ontiveros o de la dimisión y bomba de humo de la portavoz de Vox en Elche? Es más. ¿Recuerdan que tuvimos el año pasado tropecientas elecciones? Yo tampoco.

Este virus nos ha espabilado de un plumazo. ¡Qué poca importancia tienen esas cosas en este momento, cuando lo que está en peligro es la salud pública y se tambalea el mundo que conocemos! Me gustaría aprovechar este tiempo muerto que nos ha dado el virus para repensar la forma de vida en la que andábamos metidos. Reflexionar sobre lo importante, lo fundamental y lo prescindible. Sobre los odios y los amores y sobre qué queremos hacer con nuestra vida. Quizá no cambiemos nada, pero a lo mejor podemos ser más conscientes del porqué de las cosas que hacíamos.


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