La directora de Orihuela participa a concurso con su ópera prima en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes
VALÈNCIA. Una adolescente fuma sentada sobre la tapa del aseo mientras su abuela, de espaldas, desnuda en la bañera, le cuenta su primera vez. Fue con el que luego se convertiría en su marido, en el camión, entre cajas de frutas. La nieta le enjabona la espalda y ella se abraza fuerte las rodillas cuando pasa de aquella vivencia ilusionada a la amargura que la acompañó años después. Es una escena cómplice, donde el relato se confía en voz queda. La autora de esta secuencia concede que también podía haberse filmado en el patio o en la cocina, espacios todos reservados o más bien relegados, a lo femenino. En su ópera prima como directora, El agua, Elena López Riera vuelve a su pueblo, Orihuela, después de ambientar allí sus tres cortos: Pueblo (2015), Las vísceras (2017) y Los que desean (2018). Como aquellos, el largometraje vuelve a posar la mirada en la raíz, el acento y la costumbre, pero la proyecta en una nueva generación que rehusa perpetuar los roles de género. La película, a concurso en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, parte de una leyenda popular que señala a la mujer como responsable de las riadas que se han ido sucediendo en la Vega Baja. Según el boca a boca, el río se desborda porque se enamora y su objeto de deseo no puede sino entregarse a su llamada sin reservas. La alicantina opone a esa tradición de mujer culpable, constreñida y pasiva una Ofelia colérica y arrojada, interpretada por la debutante Luna Pamies en un coming of age de halo mágico que habla del matriarcado y del estigma que acompaña al cuerpo femenino, del hastío del verano, la desesperanza juvenil y la música que exuda sudor, feromonas y alcohol.
- La película arranca con un grupo de jóvenes hablando de la falta de oportunidades en los pueblos. ¿Hasta qué punto resuenan sus palabras en ti, que has estudiado y trabajado en València, París, Madrid y Ginebra?
- Fuerte. Cuando vives en un pueblo es algo que está bastante presente, pero en los actores, además, se ha agudizado con la pandemia. De hecho, la película está escrita, pero el proceso de guión ha estado bastante vivo, porque gran parte de los diálogos de los jóvenes son improvisado. Hemos dedicado seis o siete meses a ensayos y muchos de los temas y de las conversaciones vienen de ellos, así que hemos recogido su sensación de no future y un horizonte laboral muy chungo.
- ¿Hasta qué punto han nutrido ellos las secuencias de ocio?
- Mucho, porque yo salí en mi época, pero ya soy una señora. Vengo del documental, así que estos personajes de ficción se alimentan de los aportes personales de sus intérpretes. Me interesaba mucho contar la película en esos momentos del grupo en que parece que no pasen cosas, pero pasa la vida. No hacía falta plantear acciones que hicieran avanzar la trama todo el rato. Hay mucho de su manera de salir y de su música, de cómo pasan el tiempo, que es no haciendo nada. Todos los que hemos vivido en un pueblo sabemos lo que es tirarte horas enteras sin hacer nada, comiendo pipas.
- Llama la atención que no haya una omnipresencia de los móviles, cuando es algo común a las nuevas generaciones en momentos de hastío.
- Nos pasó una cosa muy curiosa: los boomers proyectamos que están todo el día con el móvil, pero mi percepción después de compartir tanto tiempo con ellos es que nos les hacemos caso, que no les escuchamos ni tenemos ganas de pasar el rato con ellos. Con este grupo he percibido que estaban felices de pasar un tiempo sin móvil, ensayando, bailando, jugando… En el casting hacíamos un ejercicio muy bonito que consistía en que dijeran lo que pensaban sobre lo que ellos quisieran. Por un lado, nos dimos cuenta de lo poco que se les pregunta lo que piensan y, por otro, de que muchos deseaban vivir en un mundo sin móvil ni internet. Pertenezco a una generación que no ha vivido eso, a los 15 años tocaba el timbre para que bajaran a jugar, pero ellos son víctimas y verdugos de las nuevas tecnologías. Yo no les dije de manera taxativa que no utilizaran el móvil, sino que me di cuenta de que lo querían era estar.
- ¿Qué importancia tiene para ti reivindicar la diversidad de acentos que tiene el castellano?
- Hay una obsesión con forzar los acentos que me cabrea mucho. Yo les dije a cada uno que hablaran como quisiera: el murciano, como en Murcia; Bárbara Lennie, como ella habla… A la gente le parece más complicado creerse que un murciano es científico que un vampiro chupa sangre. Aceptamos determinados códigos y otros, no. Lo fuerte es que eso sea una reivindicación. Es como cuando se señala que el personaje protagonista sea femenino… Lo triste es que se tenga que convertir en una queja, que no resulte algo natural. Las excepciones a los cánones se vuelven automáticamente en una reivindicación política, y pasan a serlo porque no hay otra. Espero que algún día dejemos de preguntarnos estas cosas, porque fue una decisión consciente, pero no porque quisiera ser una adalid, sino porque buscaba que cada persona se sintiera cómoda con su manera de hablar y eso sí es una reivindicación política, que pasa por recuperar el habla, no solo el acento, sino también las palabras que utiliza cada cual.
- Pietro Marcello inaugura la sección en la que compites con su nueva película, L’envol, donde vuelve a imbricar la ficción con imágenes de archivo, algo que tú también haces con la inclusión de grabaciones de las gotas frías que ha sufrido Orihuela. ¿Cómo enriquece tu carrera como documentalista tus propuestas de ficción?
- Mucho, porque vengo de ahí, yo no he estudiado en una escuela de cine, sino que me he ido como una cabra a grabar con la cámara. También viene de no hacer diferencia entre estatus de imágenes, entre la súper imagen de la Red One y la que haces con el móvil. Si está bien encuadrada, para mí, vale igual. En esta película he hecho muchas de las cosas que has de evitar en tu debut: talking heads hablando a la cámara, imágenes de archivo, móviles y palomas, pero es mi manera de hacer las cosas. Para mí es muy orgánico, porque estaba contando mi pueblo.
- Tu película ganó en honestidad y en dramatismo porque, desgraciadamente, el rodaje coincidió con la última DANA.
- Sí, la última riada fue en 1987 y pensaba trabajar con esos archivos, pero también incorporamos grabaciones de 2019. Ha sido una catástrofe económica, hubo 11 muertes.. Fue muy fuerte verlo en directo. Ahora el archivo lo generamos nosotros. Resulta alucinante ver cómo la gente cuenta en directo lo que les está pasando. Ningún cineasta en el mundo lo va a contar mejor que un tío que ve como se le ve el coche por delante. En esos testimonios había algo ahí muy potente y me parecía que tenían su lugar en el montaje.
- En último término, El agua habla de las supersticiones que han querido atar corto a las mujeres. ¿Sentías cuando eras niñas que las leyendas que se te estaban contando tenían que ver con una forma de modelarte en el mundo?
- Los cuentos y la mitología cristalizan miedos y frustraciones, un imaginario que está en la sociedad y unos roles que, sobre todo, no hay que cambiar. Esto hace que se perpetúen temores como que no te puedes bañar si tienes la regla. Todo recae en el cuerpo de la mujer, que se convierte en un objeto a través del cual se controlan aspectos de la sociedad que conviene que sean inamovibles. Con esta película he intentado ver cómo se transmiten. No me interesa una visión binaria en la que retratar a los hombres como los malos, es mucho más complejo, porque a menudo somos nosotras mismas. Por eso es tan perverso el machismo, porque está en muchos lugares que no siempre vemos. He querido pensar que hay una nueva generación que es capaz de reescribir esta historia.
- Tus protagonistas son tratadas por la gente del pueblo como brujas, pero abrazan y celebran su condición.
- Las brujas no son más que mujeres que cuidan de otras mujeres con una ciencia y una palabra que no son las aceptadas por la sociedad. La literatura oral y la superchería han sido muy importantes en mi educación. Es lo que he visto, cómo me han enseñado, y esas tradiciones también han tenido una importancia capital en la sociedad, existir han existido siempre, otra cosa es que se les haya dado visibilidad. Gracias a ellas se ha sostenido la sociedad. Para mí lo importante era poner el foco en que hay otras maneras de contar, de creer y explicar la ciencia que no son menos válidas. Yo no descubro nada, esas voces existían, pero se les había obligado a hablar más bajito.
- Hablando de tradiciones, en esta película vuelves a filmar un concurso de palomas, práctica deportiva que ya retrataste en Los que desean (Leopardo de Oro al Mejor Cortometraje en Locarno). En aquella ocasión te sirvió para explorar el deseo del hombre, y en esta, dos maneras de tratar a la mujer. ¿Cuántos melones masculinos contiene la colombicultura?
- La colombicultura es una puesta en escena de la masculinidad, un evento social donde se reúnen los hombres del pueblo. Me interesaba mucho analizar cómo actúan en público y cómo lo hacen en privado. Los hombres también son víctimas del machismo, muchos afrontan sus fragilidades comportándose como machotes, cuando luego en privado quizás no comulgan con esa manera de ver las cosas. Hay una diferencia muy fuerte entre cómo se performa y se pone en escena tanto la masculinidad como la feminidad. Lo que hay que hacer es romper con nuestra respuesta a esa demanda.
- La noticia de tu selección en Cannes ha sido aplaudida en redes sociales por muchas directoras de tu generación. ¿Qué nos dice esa sororidad del momento presente de nuestro cine?
- Es una celebración real que se traduce en otra manera de cambiar el patriarcado. Ya está bien del rollo de competir, de ver todo el rato quién la tiene más larga. Hay algo en la épica del cineasta que es de machirulo. Espero que eso cambie poco a poco, porque ganamos mucho más queriéndonos y yendo a la par que viendo quién llega a los sitios primero. Va tan poca gente al cine que es mejor que no nos peleemos. Relax, se pueden ver varias pelis.
- También ha habido directores que han expresado públicamente su alegría, como Chema García Ibarra, a quien le das las gracias en los títulos de crédito porque se encuentra entre los que te han facilitado grabaciones de la riada de 2019.
- Somos súper amigos. De hecho, si te fijas, puedes verlo en la secuencia del karaoke. Lo que pasa es que se afeitó y no se le reconoce.
- ¿Qué hay del agradecimiento a Daft Punk?
- Soy súper fan del grupo. La canción que hemos incluido, High
Life, es de las primeras, de cuando todavía hacían raves. Estoy súper agradecida, porque sé que es muy difícil que cedan sus derechos para pelis. Todavía tienen ese lado un poco punki en el que a lo mejor le dicen que no a Spielberg, pero a nosotros, que hemos organizado una rave, sí.