Así, por encima y en diagonal, leo sobre presuntas descentralizaciones estatales y autonómicas, sobre la más que previsible llegada del pasaporte covid a nuestras vidas, sobre desabastecimiento e inflación, sobre la inutilidad, una vez más, de que los políticos mundiales se reúnan para descarbonizar el planeta cuando, en su gran mayoría, no les apetece más que arrancarse las uñas con un clip. Leo que han aparecido trozos de la hucha de las pensiones bajo la alfombra de una estancia de la Moncloa, que la izquierda vuelve a proponer una plataforma para arracimar el voto de los descontentos con el PSOE y que Guillermo Heras abandona la Muestra de Teatro de Alicante con la esperanza de provocar un giro en el argumento de la gran tragedia de la cultura en esta ciudad. Todo esto me pilla en pleno bucle de tramitaciones online con diferentes administraciones, en un momento en que he llegado a entender que las páginas web institucionales son como la poesía y las películas de culto y no hay que tratar de entenderlas. Por eso no me he abandonado todavía al desánimo y el abatimiento. Pero supongo que lo haré en cuanto consiga pagar una tasa de la agencia tributaria valenciana y pueda concentrarme otra vez en leer las noticias en horizontal. De izquierda a derecha y de arriba abajo.
Hasta ahora, como ya he escrito por aquí muchas veces, he tratado de escaparme de la realidad por la gatera de la ficción. Pero en las últimas semanas me he topado con gente con las que me he sentido como un niño en la puerta de un parque de atracciones. He hablado con empresarios jugueteros que retuercen sus negocios hasta conseguir que quepan por las rendijas del gran atasco que abarrota de cargueros el mar de China, como en una novela de Joseph Conrad. He hablado con dos muchachas que aprovechan los regalos del medio ambiente para salvaguardar su empresa de agricultura ecológica. He aplaudido la gran victoria de Kiko Martínez para ceñirse un nuevo cinturón mundial de boxeo, lo cual no es solo un éxito deportivo, sino además el de una buena persona que se esfuerza por superar hasta las barreras del tiempo. Y hace una semana justa, tuve la ocasión de descubrir que dos artistas tan diferentes como Arkano y Pablo Auladell son capaces de converger y disentir en diferentes puntos y de buen tono, sin que por ello se tengan que abrir los cielos que tan tremendistas retumban en la polarizada y ficticia sociedad de las redes sociales.
Es decir, que alrededor de la charca de arenas movedizas en la que nos movemos desde hace año y medio, aún quedan lianas que podemos utilizar para salvarnos. El secreto consiste en no dejar nunca de creer que las hojas de los árboles solo se mueven para saludarnos y que se quedan quietas cuando no las miramos. O que las mesas levantan una pata cuando salimos de la habitación. Ya vendrá la realidad a tratar de convencernos de lo contrario, pero siempre podemos darle con la puerta en las narices, como hacemos con los predicadores que pretenden vendernos su visión de la eternidad. O colgarles el teléfono, como con los agentes de compañías eléctricas y de telefonía. O leer las noticias más pequeñas de los diarios. Fuera de la nostalgia y de la pesadumbre se vive mejor. Y ahora, disculpen, que vuelvo a mis trámites.
@Faroimpostor