En todos los asuntos judiciales que envuelven a la cúpula de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), como el que ayer daba cuenta de las dietas suculentas de Tinser Cartera, a mí lo que me llama la atención es un adjetivo. Extinta. La extinta CAM. Tiene algo de científico, de entomológico, de señor con puñetas, guardapolvos y luenga barba blanca que, de repente, exclama en medio de una reunión de ateneo: "La extinta CAM". Y todos palidecen, palidecemos, y cerramos los ojos mientras evocamos la entidad desaparecida como si fuera un trilobites, una rara conífera enana, la última hembra de rinoceronte blanco. Alguien, al fondo, cierra de golpe un volumen bien grueso dedicado a la anatomía de las cifras. Y los demás calculamos cuánto tiempo ha pasado desde que perdimos nuestro poder financiero, víctima de sus propios instintos caníbales y capitalistas de alta gama.
Otra de las palabras que aparecen en todas las crónicas sobre los juicios de la CAM se ajusta mejor. Y es un sustantivo, con esa displicencia que tienen los nombres al saberse insustituibles. Expolio. El expolio de la CAM. Aquí comienzan a cuadrar las cuentas. Porque lo de la caja alicantina fue una transfusión por goteo, un saqueo diminuto y constante. Como el preso que usa una cucharilla para labrar un túnel que lo saque de la cárcel y, finalmente, lo consigue. Los directivos de la caja usaron la presunta cucharilla para vaciar las cámaras acorazadas repletas de dinero ajeno, acciones de puro humo y ajuares de oro repujado. Y no contentos con asomar la cabeza al otro lado del túnel, lo ensancharon hasta que adquirió el tamaño de siete estaciones de metro moscovita. Y seguirían cavando si no fuera porque se hartaron de robar. Y los pillaron. El expolio de la extinta CAM no fue tal. Fue, en realidad, el derribo sistemático de todas las cuadernas que apuntalaban la sociedad alicantina. El estruendo se escuchó en todos los rincones de la ciudad, salvo en los domicilios de los directivos.
El gran problema de todo este asunto es que da la impresión de que apenas va a haber más que víctimas colaterales enfangadas en una polvareda de beneficios desaparecidos. El castigo por elevarnos hasta las nubes en la torre de Babel recayó en nosotros mismos, que acabamos divididos por las lenguas. El castigo por el expolio de la extinta Alicante, así sí, consiste en el descenso de todos los ciudadanos de la provincia a Segunda B, a causa de los malos resultados de quienes ni siquiera sabían jugar al fútbol. Mientras, los directivos ejecutan sus danzas en los juzgados, sin devolver ni el dinero ni los pasos perdidos. Fueron la codicia y la prestidigitación de cifras las que auparon a la CAM a un lugar que no le correspondía. Y fue nuestro orgullo el que nos hizo creer que nos podíamos permitir codearnos con la nobleza. El mayor fracaso de la CAM fue erigir un ídolo de barro que se fundió en cuanto comenzó a llover. Su mayor virtud, devolvernos a la tierra y evitarnos el vértigo de las alturas y las recepciones oficiales. Ahora, los ciudadanos de a pie volvemos poco a poco a nuestra rutina de aldea engrandecida por la burocracia y las playas. Y ellos, los directivos pedestres, bajan por la escalera, sumidos en un pasado que no existió, frente al objetivo de la cámara de seguridad de una sala judicial. El crepúsculo de unos dioses que no supieron parar la extinción.
@Faroimpostor