Ahora que el Papa Francisco ha incorporado al catecismo católico los pecados medioambientales, cabría esperar que ampliara el catálogo de billetes al infierno con los que nacen de la urgencia, la prisa y la inmediatez que han nacido al amparo de las redes sociales. No porque hayan acelerado y diluido en mayor o menor medida los términos y condiciones de esta depauperada profesión, que también. Sino porque se han expandido como una metástasis por toda la sociedad. Y como preferimos mirar hacia otro lado antes que arrepentirnos, a veces suceden situaciones dolorosas que nos ponen, a todos, en evidencia. Ocurrió la semana pasada con el robo de cuarenta satisfyers en Callosa de Segura. Tenemos tanta querencia a comentar las cosas sin pensar que enseguida nos entró la risa adolescente de las conversaciones picarescas. Al parecer, una mujer había repartido los estimuladores de clítoris entre sus amigas. La Robin Hood del sexo. Una heroína del pueblo. Qué risa, ha dicho clítoris.
Hasta que, poco a poco, fue apareciendo la verdadera historia que se escondía tras el asunto. Y de risa, nada. La madre de la autora del hurto contó que su hija padece esquizofrenia paranoide. Que roba todo lo que se cruza en su camino. Hablé con ella. Me dijo que su hija delinque y se prostituye para sacar pasta para la cocaína base que consume habitualmente. Que tiene la casa llena de cerrojos. Que su otro hijo y su nieta, hija de la protagonista del suceso, se han tenido que ir de casa hartos de que les desaparezcan las cosas. Que su hija ha sustraído hasta el aire acondicionado. Que no repartió el botín, sino que pretendía venderlo en un club de alterne. Que no puede más. Que está tramitando la incapacitación e ingreso en un centro psiquiátrico de la muchacha. Y que ha tardado más de veinte años en hacerlo -la diagnosticaron a los 17 y tiene 40- porque le parecía que estaba cometiendo un pecado. También hablamos de que su casa, vive en Redován, quedó destrozada tras la DANA de septiembre y de que es una de las víctimas de la estafa de Idental. Pero quizá era demasiada desgracia para una película, la que nos habíamos montado todos, que había comenzado como tragedia. Y un giro de guion tan radical suele descolocar a la audiencia.
Las risas se cortaron de cuajo y de los millones de carcajadas que se vertieron en las redes sociales al despuntar la noticia, apenas ha quedado el eco de unos cuantos suspiros de amargura. Tampoco pasa nada. Somos un país tendente al chiste fácil, en el que la comedia romántica un poco subida de tono arrasa en las ventas de las librerías. Es normal que en el imperio de los peterpanes que no queremos madurar tenga tanta repercusión lo que, al fin y al cabo, fue un simple robo de cuarenta unidades de un material, apenas valorado en 2.000 euros. Succionadores de clítoris gratis, qué risa. Lo que debe llevarnos a reflexión es, precisamente, la falta de reflexión. Quizá, y sobre todo en esta profesión, deberíamos tener la paciencia de reunir todas las pistas posibles antes de emitir un veredicto. Y de lanzarnos tan a la ligera a la caza del incauto lector de titulares. O de lanzarnos tan a la ligera a la caza de noticias que son solo titulares. Abandonad toda esperanza, se lee en las puertas del infierno de Dante. Pues eso.