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una mañana en el Bioparc

Bioparc, el amanecer en la selva

Cuando el rey de la selva duerme, los trabajadores de Bioparc Valencia se esmeran por recoger toneladas de excrementos, acondicionar los recintos exteriores y elaborar los más de cien menús diferentes que preparan para los animales. Un ciclo de la vida que se repite todos los días

| 15/09/2021 | 11 min, 50 seg

VALÈNCIA.- Son las nueve de la mañana, el sol de verano asoma en lo alto, mientras los animales apuran los últimos minutos de sueño. En sus cobijos, adaptados en función de sus características, aguardan el momento de salir, que será poco antes de que las puertas de Bioparc den la bienvenida a los visitantes, deseosos de disfrutar de un safari por África. En ese momento, se adentrarán por la sabana para ver a los rinocerontes y jirafas bajo la atenta mirada del rey de la selva; recorrerán la espesura del bosque ecuatorial en busca de gorilas y chimpancés y se sumergirán bajo el agua entre hipopótamos y peces de colores. Pero hasta entonces, son los trabajadores de Bioparc quienes ocupan los recintos y se encargan de que esté todo listo. 

Antes de que amanezca, cada uno de los grupos, divididos según la categoría de los animales, se reparten las tareas y comentan la jornada anterior para intercambiar sus observaciones. Hoy la estrella es la cría de puercoespín sudafricano que nació hace poco y que ha sido bautizada con el nombre de Tapa —hasta noviembre no se sabrá su sexo—. Su cuidador, David Leiva, lleva guantes para evitar el contacto humano y la sujeta prácticamente con una mano. Mirándola, explica que el parto se desarrolló con total normalidad pero la hembra, que es primeriza, no ha sabido llevar la crianza. «No he dormido en toda la noche porque cada dos horas le tenía que dar el biberón», comenta sin ocultar algún bostezo. Según cuenta, hasta que la cría no se alimente por sí sola estará separada de sus padres, Pincho y Pincha.

Tapa es una cría de las 5.200 especies en peligro de extinción contabilizadas y una de las muchas que han nacido en Bioparc desde su inauguración. Su especie no está tan en peligro como otras, pero aun así su nacimiento es motivo de alegría entre los cuidadores porque implica que el trabajo que se realiza en el parque para preservar las especies va por el buen camino. Ejemplo de ello es también el pequeño gorila Félix, cuya especie es una de las 81 que están en peligro crítico de extinción según la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) y que nació el año pasado. «El objetivo prioritario de Bioparc es concienciar a las personas sobre la importancia de cuidar el medio ambiente pero también la conservación de las especies tanto en el parque como en su hábitat natural a través de la Fundación Bioparc», comenta Pepa Crespo, del departamento de comunicación de Bioparc. 

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De hecho, gracias a los programas de reproducción de especies y a los esfuerzos de los zoológicos a nivel mundial se han salvado 48 especies de la extinción en las últimas cuatro décadas, como es el caso del lince ibérico o la gacela Mhorr. Por ello, a modo de Arca de Noé, los zoológicos europeos que participan en este tipo de programas, como Bioparc Valencia, intercambian animales para facilitar la reproducción de la especie y evitar la endogamia entre sus manadas. 

Sin embargo, Pepa recuerda que todavía hay mucho por hacer porque desde 1993, cuando Naciones Unidas aprobó su Convención sobre Diversidad Biológica, se han extinguido 35 especies de aves y mamíferos que habitaban en la Tierra, un número que hubiera sido mucho más alto de no ser por las medidas tomadas a partir de aquella fecha.

Los vecinos de esta selva consumen cada día 570 kilos de alfalfa y heno, 250 de piensos, 300 de fruta y verdura, 130 de carne y 20 de pescado

En Bioparc Valencia son muchos los intercambios, previos estudios y análisis realizados por parte del comité de expertos europeo y dependiendo del animal el proceso de adaptación lleva un tiempo u otro. En el caso del león Lubango, que llegó hace un año, todavía está adaptándose a la manada de cuatro hembras. Está siendo un proceso largo porque desde que llegó ha estado en contacto con cada una de las leonas del grupo y, próximamente, podrá hacerlo con el grupo completo. 

Toneladas de fertilizantes

A estas horas, son los trabajadores quienes ocupan cada uno de los hábitats. En el espacio de los elefantes un batallón de personas ara la tierra y limpia los excrementos que hay. Lo hará hasta poco antes de que salgan al exterior los ocho elefantes para, después, limpiar los cobijos donde han dormido. Un trabajo en el que cada semana se recogen tres contenedores de 25 m3 que sirven como abonos y fertilizantes. Unas tareas que realizan con la ayuda de un tractor, con el que también acondicionan el lugar en el que duermen los mamíferos. 

Los elefantes pueden llegar a pesar siete toneladas por lo que, debido a ese peso —cada una de sus patas soporta más de una tonelada—, pueden tener problemas en sus plantas y en sus uñas. Para evitar todo tipo de infecciones, abscesos y uñas quebradas, una vez por semana los cuidadores realizan la pedicura a los elefantes con limas gigantes, legras y escofinas. Es un trabajo que requiere de pericia pero también de entrenamiento, pues el animal debe saber los ejercicios para facilitar el trabajo del cuidador. «Hacemos un entrenamiento veterinario para poder hacer el cuidado regular a los animales sin necesidad de sedarlos», explican. 

En caso de encontrar alguna anomalía es la veterinaria Loles Carbonell quien se encarga de marcar las pautas. Hoy, analiza la sangre y la saliva de los elefantes para seguir su ciclo reproductivo. «En otros animales hacemos el seguimiento a través de la orina o incluso utilizamos el predictor, como es el caso de los chimpancés», detalla. Rutinas que compagina con el día a día de Bioparc: «hace poco los responsables del acuario me dijeron que un esturión nadaba boca abajo y, al analizarlo, vi que tenía un déficit alimentario porque las carpas se comían su comida».

Los zoológicos como Bioparc intercambian animales para facilitar la reproducción de especies en peligro de extinción

En la cueva de Kitum, Pablo Céspades, en sus primeros días de prácticas, hace un movimiento maestro para que la comida, pienso especializado, sobrepase la altura del acuario y en cuanto cae al agua las más de veinte especies de peces se agolpan para ingerirla. «Al principio caía más fuera que dentro del acuario, pero con el tiempo he ido dominando la técnica», explica el joven, concentrado en su cometido. Luego, cuando los hipopótamos estén dentro del agua, los peces se alimentarán de las heces, la piel y los restos del interior de la boca de los hipopótamos. Una forma natural de mantener limpio el acuario y que se complementa con un sistema de filtración puntero y la labor tres veces por semana del buzo, que limpia el estanque con la ayuda de un sifón. 

Como recuerda Pepa, los hipopótamos Raff y Rigas fueron de los primeros animales en llegar a Bioparc hace ya más de trece años provenientes del antiguo zoo de Viveros. Un lugar que bien recuerda Loles Carbonell pues trabajó allí: «Los animales estaban bien cuidados, el problema es que el espacio era muy reducido, no como en Bioparc». 

La familia de hipopótamos, con el pequeño Gori, está todavía en su cobijo. Allí se encuentra Sergio López, que extiende la manguera para duchar a Raff, el hipopótamo macho. Un chorro fuerte comienza a bañar a Raff para quitar esa sustancia aceitosa de color rojiza que los hipopótamos segregan de forma natural para proteger su piel del sol y no deshidratarse. A pesar de su tamaño (unos 3.500 kilos) responde cariñoso y estornuda poco antes de que Sergio introduzca su mano en la boca. Una rutina que suele hacer todos los días para comprobar que el hipopótamo no tiene restos de comida en su boca —le quita una paja que tenía entre los dientes— y revisar sus colmillos. Como se ha portado bien obtiene de premio una manzana y Sergio abre la compuerta que conduce a Raff hasta el acuario. Después llega el turno de Rigas, acompañada de su bebé Gori, que no se separa de ella en ningún momento. Aunque ya se alimenta de hierba, el pequeño sigue amamantándose, pues los hipopótamos lo hacen hasta que cumplen los dos años. Madre e hijo siguen los pasos de Raff y en cuestión de minutos la familia entera está disfrutando en el agua del acuario. 

Una dieta equilibrada y variada

En el área llamada Madagascar los lémures aún no corretean a sus anchas ni duermen sobre las ramas de los árboles pero quienes sí está es la pareja de tortugas Aldabra. Hibernaron hasta octubre, momento que comenzaron a salir al exterior porque la temperatura mínima ya era superior a los 15 Cº. Su cuidador se acerca a ellas y les deja una bandeja metálica con distintos tipos de verduras. No hay ningún contacto físico y las dos tortugas disfrutan de su comida con tranquilidad. «Les damos antes el desayuno y se lo quitamos poco antes de que los lémures salgan, porque así pueden disfrutar de la comida con tranquilidad», comenta Thor Gaarrdbo. De hecho, cuando retira la bandeja hace una señal al resto de compañeros de zona para que los lémures salgan al exterior. Lo hacen dando brincos y saltando por las ramas, incluso alguno sobrevuela por encima de nuestras cabezas y otros posan para las fotos. 

Esa fuente de verduras ha sido preparada en la cocina del Bioparc, donde a estas horas Raquel Marqués ultima los desayunos de los tres mil animales de las 160 especies diferentes que hay en el parque. En comida se traduce a que cada día los animales consumen 570 kilos de alfalfa y heno, 250 de piensos, 300 de fruta y verdura, 130 de carne y 20 de pescado.

A su alrededor los bodegones de frutas y verduras se amontonan con productos de diversa índole pero también cajas enormes de pan duro —a los elefantes les encanta— que los regala una panadería de Mislata. Y sí, también gusanos vivos y algún otro manjar solo apto para animales. 

Sobre la encimera central de la cocina Raquel trocea carne con un cuchillo de grandes dimensiones. Sin perder la vista de ese trozo de carne (suele ser también de pollo o caballo) explica que «cada animal come un tipo y cantidad distinta de comida y se modifica dependiendo de si la hembra está embarazada, es lactante o el animal tiene alguna enfermedad, momento en el que la dieta será más rica en proteínas o vitaminas, según el caso». Un control que se lleva gracias al cuaderno que recoge cada una de las dietas de los animales, que actualmente se elevan a más de cien. 

Faltan pocos minutos para las diez de la mañana y el león lo intuye porque su rugido resuena en todo el parque. En ese momento, los cuidadores dan acceso a todos los animales de la sabana, donde un puente con compuerta impide el paso a los herbívoros. Las primeras en salir son las gacelas Mhorr, con la pequeña Hope en cabeza dando pequeños brincos. Una imagen que podemos ver gracias al trabajo del profesor José Antonio Valverde, quien en 1975 recuperó y trasladó una decena de ejemplares desde el antiguo Sahara Español hasta el Centro de Rescate de Fauna Sahariana para proteger a esta especie. Hoy hay una población de 300 ejemplares y se han llevado varias iniciativas de reintroducción en Marruecos, Senegal y Túnez. 

Las siguientes manadas en seguir son los blesbok y los impala, que se van directas a la pradera a pastar, seguidas de los Kobo, que al percibir nuestra presencia se detienen y nos miran fijamente. «No están acostumbrados a que haya alguien a estas horas, por eso se han detenido», comenta Kielo Bokokó del departamento de comunicación. Ahora, es el turno de las jirafas, para lo que se requiere más preparación. Para ello, dos personas se ponen a los extremos del puente, que ante la atenta mirada de la primera jirafa se eleva hasta situarse en lo más alto. Entonces, la puerta de abajo se abre y van caminando una detrás de otra, como si de un desfile se tratara. La jirafa rezagada es Julio, que se detiene a comer toda la paja que encuentra por el camino. Se queda también mirando, sabiendo que el parque aún no ha abierto y hay personas donde no deberían estarlo.

El reloj marca las diez y todos los animales están en su hábitat. Poco después el Bioparc comienza a llenarse de personas, turistas y no turistas, para ver a todas esas especies de animales que de otra manera no podrían verlas. Al otro lado, los cuidadores siguen con sus cometidos, como limpiar los cobijos o preparar la cena. Un ciclo de la vida que en Bioparc gira de otra manera. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 83 (septiembre 2021) de la revista Plaza

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