Las Navidades son esas fiestas en las que nos emparentamos con Batman y afrontamos la peor de nuestras pesadillas. El superhéroe de Gotham descubrió que su mayor temor eran los murciélagos y se convirtió en uno de ellos, para que nada entorpeciera su camino hacia la Justicia. Nosotros nos azoramos con sudores fríos porque sabemos que las reuniones familiares van a despertar a las dos españas latentes y no nos cansamos de hacer chistes sobre ellos. Chistes que, aún, no nos meten en un juzgado. Pero chistes. Que si mi primo vota a unos, que si mi cuñada participa en las asambleas de otros, que si el vegano, que si el del Barça, que si hay quien sopesa negociar un vientre de alquiler, que si tal es extranjero pero no inmigrante, que si cual es lesbiana y yo la respeto, que si la tortilla de patatas necesita de la cebolla para ser lo que ya es sin ella. No sé en otras familias, pero en la mía dejamos las polémicas a un lado porque mi madre se pone nerviosa. Supongo que en las demás acaban aflorando a la que a alguien se le escapa la mano con la mistela.
Sin embargo, creo que sería conveniente que empezáramos a aprovechar las pocas horas en las que nos juntamos más de cuatro para discutir. Para aprender a discutir. Ese ha sido mi propósito secreto durante todas estas fiestas, pero nadie lo ha pillado, por muy circunspecto que haya pretendido ponerme cada vez que alguien abría la boca. Y mira que estaba dispuesto a ponerme del lado de mis opuestos, que es algo que en España solamente hacemos cuando conviene a nuestros intereses. Pero nada. Así que lo convertiré en mi mayor deseo para el año que nos encimará de aquí a unos días. Para 2019, quiero que todos empecemos a discutir.
No se trata de desenterrar hachas de guerra ni, mucho menos, de llegar a las manos. Ni tan siquiera de mirar mal al otro lado de la mesa en el que han puesto a tu rival más enconado, con ese manejo del protocolo que solo tienen las madres. Se trata de encarar firmemente, serenamente, con argumentos y sin levantar la voz, un debate que pueda ser edificante para todas las partes implicadas. Que poco a poco, vayamos entendiendo los postulados de la otra parte. Que poco a poco, sepamos encontrar algún nexo de unión. Que poco a poco, acabemos reconociendo que la razón no está siempre de nuestro lado, como no podía estar Dios del lado de todos los ejércitos que entraban en guerra en la Europa medieval, por ejemplo.
Creo que estos tiempos exigen que vayamos limando la crispación con disputas más o menos parvularias, para entrar en calor. A mi hermano le gustan los langostinos y yo soy más de gambas. Pues se exponen los pros y las contras de cada crustáceo y al final tendremos un panorama más amplio en el que poder escoger. Y así. Progresivamente. Civilizadamente. Como si fuéramos un pueblo en el que se respetan las opiniones, se escuchan otras voces y se les da a los demás la oportunidad de explicarse. No es que, de momento, vayamos a arreglar nada. Para eso, el defensor de Netflix y el que apuesta por Amazon deberían tener más encuentros que los que genera una Nochebuena, tendrían que examinar a conciencia el terreno enemigo y tendrían que coincidir que vuestra serie no está mal y que nuestro catálogo tiene más calidad. Por ejemplo.
Partan de unas reglas del juego claras. No tengan miedo a la disidencia. Coincidan en que llegar a un consenso es lo mejor para la familia. Y discutan, que es Navidad.
@Faroimpostor