Aunque los sondeos colocan a Carlos Mazón con opciones de alcanzar el Palau, parte con el sambenito de desconocido y, además, con la necesidad de pactar con Vox
VALÈNCIA. Cuando Isabel Bonig fue invitada, groseramente, por el tándem Casado-Egea (DEP) a dejar la presidencia del Partido Popular de la Comunitat Valenciana, una encuesta interna desvelaba que su formación había superado el hoyo en el que estaba metida desde que llegara el gobierno del Botànic. La cuesta abajo iniciada en una noche primaveral de mayo de 2015, aquella que permanece en el imaginario ‘popular’ con las palabras de Rita Barberá a Serafín Castellano, «¡Qué hostia! ¡Qué hostia!», empezaba a revertir. La tendencia, aun con la rémora de la corrupción, luego, la de tener a Pablo Casado de líder, y el efecto presidente de Ximo Puig, empezaba a cambiar. Incluso, superando en expectativa de voto al PSPV. Eso mostraba la encuesta que no pudo esgrimir Bonig, porque su sentencia de muerte estaba dictada por el fontanero.
Desde entonces, las fotografías y sondeos colocan a los 'populares', ahora encabezados por Carlos Mazón, con opciones de regresar al Palau. No con todas las chances que desearían, porque el PSPV, con el efecto presidente, sigue aguantando el tirón, y sus socios, aun con dificultades, también. Puede que lo suficiente como para repetir éxito electoral.
En estos tiempos tan propicios para cábalas periodísticas y análisis de expertos, de los de verdad, pocos se atreven a dibujar una victoria clara por parte de cualquiera de los bandos. Es cierto que la fragmentación de la derecha, que tanto daño hizo a este bloque, va a remitir. Lo hará con la salida de la ecuación de Ciudadanos, y ello favorece, en cierta medida, al Partido Popular, que aglutinará la mayoría de los votos de los liberales que no han sido capaces, ni aquí ni en otros territorios, de taponar las heridas de muerte autoinfligidas, primero por el Berlusconi de Zara, y luego, por las causadas, gracias a la estratega de las censuras de todo a cien. Están muertos.
Para que Mazón alcance su deseo (el de él y el de cualquiera que esté en esto) que es ganar, deberá encomendarse a su extremo derecho. El de Vox. Que la formación de Abascal mantenga su actual cupo de diputados, o no los dilapide por sus exabruptos políticos, resultará clave para el candidato 'popular'. Ya pueden hacer cábalas desde el PP. De gobernar en solitario, marcar líneas rojas... lo que quieran. Necesitarán a Vox. Y eso cuando Mazón aún sigue peleando, y mucho, para quitarse de encima el sambenito de desconocido que le persigue desde el minuto uno de su proclamación.
Poco importa que el candidato territorializado de Vox sea Carlos Flores Juberías. Poco importa que esté mucho más preparado que quien estaba de candidato en 2019. Da igual. A Vox no se le votará o se lo odiará por los candidatos que unja, sino por su posición nacional sobre asuntos que ellos consideren esenciales para sus campañas. Desde Madrid se coordina, desde allí se fijan directrices, lemas y mítines. Nada se deja al azar de fulanito o menganito. Son de obediencia estricta a Madrid, más aún que el resto. Y aunque el mencionado Carlos Flores fuera un habitual de teles y radios locales, los votantes, en su mayoría, seguirían sin tener ni remota idea de quién es, como no saben, muchos, quién es Mazón, en la misma medida que, a Ximo Puig durante sus primeros cuatro años de mandato, aún le paraban por la calle, pidiéndole que arreglara el socavón de no sé qué barrio, pensando que era él el alcalde. Y eso es significativo: dice mucho sobre cómo se decantará el voto.
Según llegue el momento, una mala jugada de Pedro Sánchez puede restar votos para el actual mandamás, en la misma medida —soy de letras, pero llego a ciertas cosas— que sumaría Carlos Mazón los errores que emanan de Moncloa. En este juego, a Ximo Puig no le interesa nada que se hable en clave nacional, y al Partido Popular, sí. Por ello, insisten en vincular los agravios del Gobierno central a la imagen del jefe del Consell. Y este porfía para vender sus éxitos —los que sí, y los que ellos creen que pueden venderse como tal— para contrarrestar a Carlos Mazón, al que no se le puede negar voluntad. Desde que llegara al poder 'popular' con el cariño del fontanero Egea, emprendió una carrera de fondo, como buen corredor de maratón, en modo de permanente campaña. Sobre todo desde septiembre de 2021 cuando, por la dificultad de darse a conocer, sin estar, además, de diputado y poder enfrentarse a Ximo Puig en les Corts, desplegó por varias calles de las ciudades más importantes de la Comunitat Valenciana, vallas publicitarias y mupis con el rostro del líder del PPCV bajo el lema: El presidente de todos. Una campaña que, según publicó el diario Levante-EMV, habría costado al partido algo más de 43.000 euros. Peccata minuta si llegan al poder. Porque si lo hacen y suben en diputados, sus ingresos económicos subirán notablemente. Y, a lo mejor, le pararán por la calle meses después de las elecciones del 28 de mayo para pedirle que arregle lo de los atascos en el barrio del Ensanche y el parque de Monteolivete.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 102 (abril 2023) de la revista Plaza