MADRID. La semana pasada hablamos del Yoyalodije de Punset con respecto a la crisis y los problemas estructurales de la economía española. Pues el caso de que nos ocupa hoy, Julio Anguita, excoordinador de IU, también tiene su pequeño idilio perverso con ‘la indignación'.
Es normal encontrarse con un mantra repetido una y otra vez en las redes: Anguita renunció a su pensión vitalicia como diputado. Un gesto que le honra, pero que no es así, es un tanto más prosaico. Según fuentes del Congreso consultadas por este diario, a lo que tenía derecho Anguita no era a una "pensión vitalicia", sino a un complemento para que alcanzase de pensión la máxima de jubilación después de haber trabajado una serie de años en la Cámara. De alrededor de 3.200 diputados que han pasado por el Congreso, sólo entre 80 y 90 la habían solicitado mientras estuvo Bono de presidente. Anguita fue uno de ellos y le correspondía un complemento de 60 euros. Después de tramitarlo, renunció a ellos.
Pero que se piense que ha dicho que no quiere una pensión vitalicia no es culpa suya, sino de las masas. Algo que encaja muy bien con la caricatura del personaje que ha quedado en el imaginario colectivo. Un ‘califa' soberbio que siempre tiene razón y todos los demás están equivocados. Y esto es curioso. Ahora, con la publicación de Combates de este tiempo, obra de 2011 que no cesa de tener reediciones y copar los estantes de política de las librerías, todo apunta a que era cierto. No que fuese un califa soberbio, sino que, efectivamente, tenía razón en demasiados asuntos políticos. Yoyalodije's por toda la escuadra.
La obra del exlíder de Izquierda Unida comienza con un emotivo, o engolado, según se mire, discurso ante el féretro de Dolores Ibarruri, La Pasionaria. Una mujer que se fue del mundo de la mano de su ideología: falleció tres días después de la caída de Muro de Berlín (Muro Antifascista, visto desde el otro lado). Una luchadora que entendió el socialismo como una religión en la que los soviéticos hacían de jerarquía eclesiástica como en el Vaticano. Una concepción radical de la ideología que en estos países no sirvió más que para causar dolor a inocentes y postergar alrededor de un cuarto de siglo las reformas democráticas que podrían haber hecho que el comunismo no fuese ahora solamente un accidente de la Historia.
No obstante, no hay rastro alguno de déficits democráticos en la colección de viejos artículos, cartas y discursos con los que Anguita compone esta obra. La defensa de la democracia y los derechos humanos está presente en los textos relativos al ruido de sables de la Transición, el GAL o los crímenes de ETA. Parece fácil, pero que se den las tres variables a la vez no es tan habitual como debería serlo en nuestra ‘partitocracia' estatal.
Sin embargo, los pasajes más jugosos llegan cuando Anguita trata las que podríamos denominar ‘líneas negras' de la Economía española actualmente: la construcción y la Unión Europea. Referente al primer caso, aparece una ilustrativa carta al presidente del Gobierno cuando instó a los ayuntamientos, por influencia de su ministro de Economía Carlos Solchaga, a agilizar trámites para la concesión de licencias de construcción. En ella, el entonces alcalde de Córdoba se sorprende de que Felipe González le sugiera que vulnere la Ley del Suelo, como se hacía en el Franquismo. Y deja perlitas como ésta: "Los criterios urbanísticos constituyen en nuestras manos la defensa del salario indirecto de los trabajadores".
Con respecto a Maastricht, la postura de Anguita e Izquierda Unida fue de sobras conocida. También, que los miembros de la coalición que se opusieron a ella luego se integraron en el Partido Socialista. En estos artículos, Anguita viene diciendo desde el inicio de los años noventa que España estaba cediendo la soberanía a "poderes opacos y oligárquicos", "centros de decisión sin control democrático". O que toda unión sólo sería posible si antes se establecía un sistema fiscal europeo incompatible con los paraísos fiscales que permanecen aún dentro del territorio. Del mismo modo, se preguntaba cómo puede ser la creación de empleo tarea de los estados si las políticas económicas estaban dictadas por los criterios de convergencia.
Con previsiones como ésta: "Cuando opere el pacto de estabilidad y por mor de lo que tanto seduce a tantos, la competitividad, nos encontraremos ante otra carrera de abaratamiento de salarios. Al final, y de manera especial los países periféricos de la UE verán como no se crea empleo de manera eficaz y el que se cree cada vez será más precario". Y otras que ya parecen textos bíblicos apocalípticos: "Se está creando un monstruo de Frankestein que se volverá contra sus creadores".
Como anécdota, Anguita rescata unos textos relativos a su relación con la Monarquía. Cuando inauguró el nuevo edificio del Ayuntamiento de Córdoba, invitó a Su Majestad. La Casa Real replicó que Juan Carlos no podía acudir por problemas de agenda, pero en la solicitud de su presencia habían especificado que pondrían la fecha del evento cuando a él le viniera mejor. Aún así, declinaron la invitación.
Sin embargo, en unos actos que hubo en la Mezquita, el Rey confirmó su asistencia y se la comunicó al ayuntamiento, que debería recibirle. Le contestaron que ni iban a ir a buscarle y ni la Policía Municipal iba a cortar el tráfico para que él llegase a la mezquita. Al final, el Rey no fue a Córdoba. Dice Anguita que supo que el Jefe del Estado no quería aparecer en un ayuntamiento comunista.
La selección de artículos está hecha entre unos 2.000 textos. Una cuidadosa revisión de todos seguro que matizaría las dotes proféticas de Anguita, pero las posturas en los temas aludidos fueron defendidas en los medios y en el Congreso en su momento de forma pública y notoria. Por eso, llegados a este punto, no queda sino asustarse. En las presentaciones de este libro Anguita hizo una predicción más: España acabará como Grecia irremediablemente. ¡Glups!