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vals para hormigas / OPINIÓN

Cuarenta y siete minutos

9/06/2021 - 

A veces, cuarenta y siete minutos marcan la diferencia entre la ilusión y el desaliento. En concreto, los que transcurrirán el próximo jueves, 10 de junio, entre las 11.19 y las 12.06 horas, en la franja suroriental de la península en la que nos movemos. Será el momento en que se vislumbrará, de manera parcial, un eclipse anular de sol que, en otras zonas de nuestro esférico planeta, tendrá mucha más entidad. Cuarenta y siete minutos en los que la luna cruzará tangencialmente el sol y apenas nos dejará una sombra que debemos contemplar con filtros especiales. La mayoría de nosotros pensará que la cosa no merece la pena, y menos desde que las eléctricas nos condenan a a una vida nocturna como la de Nosferatu. O, ya puestos, desde que a cada revés cruzado de los defensores de los indultos del procés se contesta con una subida a la red de los detractores de esta medida. Pero hay verdaderos apasionados de la astronomía que ya han activado las alarmas del móvil para subir a las terrazas a paladear el fenómeno, como los responsables de la estación meteorológica torrevejense Proyecto Mastral. Uno envidia la capacidad de ilusionarse con las cosas, asumir que cuarenta y siete minutos de intersección interestelar son el secreto de la existencia.

Pero no es fácil, a veces, saber ver crecer las hojas de un rabanito cultivado en la huerta del patio de casa. Y menos en una profesión que da cuenta de la ausencia de británicos, la sed de los agricultores o la precariedad de los trabajadores sanitarios. Hemos llegado a ese punto pandémico en la que ya nos da igual hasta la cita de la vacunación o simplemente nos partimos de risa con las propiedades magnéticas de los brazos de los negacionistas. Y es tan comprensible el desaliento de los hoteleros de Benidorm con las playas vacías como el de quien se preocupa por el eco de los canales de regadío o el de quien no sabe cuánto durará su contrato profesional. Pero más allá de la complicada situación a la que nos ha llevado un virus que no se sabe si nació en las babas de un murciélago o en una probeta de fabricación industrial, nos merecemos destinar cuarenta y siete minutos de nuestro tiempo a estimular la ilusión.

En realidad, la ilusión es la zancadilla con la que la vida nos despierta a veces, descojonada de risa. El toquecito en el costado que César Millán da a los perros para que se olviden del motivo por el que están ladrando. No hace falta ejercitarla, llegará sola cuando menos nos lo esperemos, simplemente con entrar a la cocina a oscuras y ver la luz de la luna estampada contra la puerta del frigorífico como un imán de nevera. Llegará el momento en que todos seremos como Proyecto Mastral y estudiaremos lo que para los demás puede parecer una minucia. Y llegarán las vacunas, las lluvias a la cabecera del Tajo y las condiciones perfectas para una sanidad pública ejemplar. Y en cuanto a los turistas británicos, seguiremos de momento como el capitán de La caza del Snark, de Lewis Carroll, más semanas que meses sin ver siquiera la sombra de un ejemplar. La ilusión, esa experta en camuflaje, nos llegará cuando escuchemos el bronco acento de Manchester entre los lineales de un supermercado. Sabremos entonces que nos faltarán cuarenta y siete minutos para volver a ilusionarnos.

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