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la vida a cara o cruz 

Cris (Parte I)

| 30/09/2024 | 3 min, 11 seg

Unto mi cuerpo de aceite y lo rebozo en arena. Me siento libre, inmortal y todo un facker. Mientras ando por la playa y me doro como una croqueta, busco una presa. Elijo entre todos los pibones que veo con quién ceno esta noche y, de postre lo que surja. Alguna será la afortunada. Así es mí película de verano ideal. Pero no. Soy consciente de que nunca never jamás se me va a acercar nadie para que le unte la espalda con tocino protección mil, y luego ya, si eso, todo lo demás. A mi intrincada anatomía se suma que ni me gusta tomar el sol ni disfruto en la sartén. Mi piel se enrojece, quema, seca, escuece, suda, encoge y arruga. Me hace más torrezno que croqueta. Y mientras espero cualquier milagro, juego a hacer cataratas con la arena. Observo cómo minerales, rocas, fragmentos de concha, pedrolinos y microplásticos de colores se filtran entre mis dedos. O entierro mis pies buscando algo fresquito para luego enterrarme entero. Si me ves tomando el sol, es porque me han secuestrado.  

A finales de los ochenta maqueté el número de El Baúl, un periódico quincenal de anuncios de alquiler, compra, venta y segunda mano de cualquier cosa. Tenía apartados dedicados al hogar, motor, trabajo, inmobiliaria... y, por supuesto, contactos. Aquel primer número plagado de anuncios inventados era solo el reclamo para captar los siguientes. 

En aquellos anuncios de prueba el mensaje y el teléfono eran inventados. Mensajes tipo: «Vndo máquina d scribir qu l falta una tcla. telf. XXX», «cambio bicicleta de montaña por silla de ruedas. telf. XXX», «plátano busca rodaja de piña para hacer macedonia. telf. XXX», y chorradas así. En alguno pusimos el teléfono real de algún amigo. Bromas de la época. En el apartado de contactos puse uno que decía «tengo suerte y todo me sale bien. Diego, y el teléfono de mi estudio», así, sencillo y ya cansado de buscar, gracias para todos. Y punto.

En aquellos años los teléfonos solo servían para llamar, un disco marcaba por pulsos y chimpún.

—Hola, ¿eres Diego? –dijo una voz oscura pero agradable.

—Hola, ¿y quién eres tú? 

— Me llamo Cris y te llamo por el anuncio de económicos.

–¿Perdona? Ni idea de lo que me estás contando.

–Sí, verás, te llamo por el anuncio que pusiste en el periódico de gratuitos.

— Ah sí, disculpa, ni me acordaba.

Me estuvo contando que le llamó la atención aquel anunciete sencillo y optimista, y que como todo le estaba saliendo mal, decidió llamar a ver qué encontraba. Y hablamos un buen rato hasta que se cansó y colgó. Qué situación, ojalá volviera a llamar.

Lo hizo a los pocos días. Y estuvimos tiempo hablando. Y volvió a llamar. Claro que valoré la posibilidad de alguna estafa, pero era imposible que nos pudiéramos localizar. Durante meses llamó varias veces, cada vez con más frecuencia y confianza. Me gustaba que lo hiciera. Cris era amable y sonaba jovenzuela. Eran llamadas largas y nos gustaba reír y conversar. Estábamos tranquilos. Hablábamos de lo que estaba pasando, de lo que estábamos haciendo, de lo que estábamos imaginando y de lo que acababa de pasar. Susurrábamos hasta acelerar la respiración, gemíamos y ya no podíamos parar. Cris colgaba de repente y me tocaba esperar, porque nunca la pude llamar. Hasta que un día le dije que la quería tocar. Arriesgué. Y quedamos. [Continuará...]. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 119 (septiembre 2024) de la revista Plaza

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