Las conversaciones de bar entre casi desconocidos son a veces crispadas, siempre superficiales y aunque resultan muy interesantes para conocer lo que opinamos la ciudadanía de una manera real, sin un dispositivo móvil de por medio, pueden verse alteradas por el momento en el que se producen y la situación.
Las conversaciones de bar a las seis de la mañana pueden tener similitudes con las de las once, a la hora de los almuerzos, las de la hora del aperitivo o las del final del día antes de volver a casa. Pueden parecerse, pero no son iguales.
A las seis de la mañana, recién levantados, (hay conversaciones a las seis de la mañana, pero en versión after y ya no es lo mismo), se habla con sosiego, con la mente despejada y después de al menos haber dejado reposar en la mente lo ocurrido la jornada anterior. Incluso si se ha pasado la noche en vela, cuidando a una persona enferma o sin pegar ojo, dando vueltas a un problema, la mañana y ese primer café ofrecen una mirada a los problemas distinta que, en vez de quedarse en una conversación mental, se comenta en voz alta en ese ambiente semiprivado que ofrece el café de los primeros despiertos de la mañana.
A esas horas hay gente que todos los días se toma el café en el mismo establecimiento, y allí se encuentra diariamente con las mismas personas, nunca más de dos o tres, de las que probablemente sabe muy poco, pero con las que el madrugón y la cotidianeidad crean una complicidad que no se tiene con el resto de personas con las que coinciden en el día a día.
En una de esas conversaciones de cafetería mañanera es fácil solucionar los problemas del país, la ciudad o el barrio o, incluso del mundo si me apuras.
El sentido común, la lógica de la practicidad y lo que de verdad importa se verbaliza con calma y se contraponen ideas sin prejuicios y con la cautela de estar hablando con una persona cercana, pero no tanto como para perder el respeto y cortesía propia al desconocido.
En una de esas conversaciones el otro día, a 48 horas de volver a votar, una panadera, una periodista y un kiosquero mostraban el hastío de la sociedad por el desacuerdo y cerrazón de los políticos que nos tienen en modo provisional desde hace más de un año. Este miércoles por la mañana la conversación entre las mismas personas era de estupor. Si los políticos se han puesto de acuerdo en 24 horas ¿por qué no lo hicieron hace seis meses?
Los politólogos y tertulianos están destripando ahora los entresijos de la negociación entre PSOE y Unidas Podemos y las diferencias entre el contexto actual y el que teníamos antes del verano. Los tertulianos y los periodistas nos enredamos repartiendo ministerios y vicepresidencias y calculando las prebendas o contraprestaciones que irán a los partidos minoritarios que deberían sumarse al acuerdo para que al final efectivamente haya gobierno.
En la cafetería mañanera la conversación es otra. O para un lado o para otro, pero que anden de una vez hacia adelante. Que se organicen y se pongan a trabajar en resolver los problemas de la gente. Que se dejen de cuitas internas, de estrategias y de tensar la cuerda. Precisamente la que une a la clase dirigente con la ciudadanía está muy tensa, mucho, y sería una catástrofe que se rompiera. La historia nos lo recuerda.
En la mañana, con un café humeante y en un ambiente relajado se ve todo con mucha claridad. Si supiera dónde se toman ese primer café algunos de los protagonistas de las portadas de los medios de comunicación, les mandaba a la panadera y el kiosquero de asesores. Estaría todo claro a las ocho de la mañana y tendrían todo el día por delante para buscar soluciones a la precariedad laboral, las desigualdades, la pobreza, el cambio climático, la falta de vivienda, los elevados precios de los alquileres, la saturación de los centros de salud, el elevado precio de la luz o el agua, las dificultades para conciliar o la necesaria inversión en investigación médica.