Como cada junio, ya están las máquinas rebeladas de Skynet arrinconando a los humanos. Resuenan disparos por todas partes, los atacantes utilizan torturas auditivas durante día y noche, con el calor ni siquiera les hace falta utilizar armamento para someter a los ciudadanos, que permanecen encerrados y aterrados en sus casas, con todas las ventanas cerradas. Otros han huido de la invasión, hacia zonas libres de conflicto. Los robots exterminadores, conocidos como terminators, han tomado hasta el Ayuntamiento para que el caos esté legislado, para que impere la ley marcial. Sarah Connor, una de las líderes de la disidencia, trata de escapar para organizar a las fuerzas de la resistencia, pero no lo consigue porque todas las vías están ocupadas. Es el Apocalipsis de San Juan. Cada año, el ataque es más largo, más intenso, más feroz. Cada año más impune.
O también, para aprovechar la actualidad. Como cada junio, la infección de unos pocos se propaga por toda la ciudad. Los supervivientes echan mano de las máscaras antigás para poder seguir con su vida, con su trabajo, con sus costumbres. Fedra ha acabado por aliarse con los infectados y los Libélulas no tienen más remedio que recurrir a reuniones online porque todas las calles están llenas de barricadas. Abrir una ventana supone exponerse al hongo mortífero de las radiofórmulas y las detonaciones, en las que participan hasta los niños. Joel, un mercenario desencantado, acompaña a Ellie, inmune a las atrocidades porque posee antivirus de cordura. En su camino, descubrirán que no hay nada que negociar con los infectados, porque han perdido la capacidad de empatizar con los demás, y que las peores amenazas son aquellos que no se quejan, que se encogen de hombros frente a la tiranía y que se escudan en el exilio a la playa para sobrevivir.
O, por último. Como cada junio, las fuerzas aéreas norteamericanas bombardean con napalm un asentamiento vietnamita. Los helicópteros ya no utilizan megáfonos con las Valquirias de Wagner a todo trapo, porque han entendido que el reggaetón con autotune es aún más letal. El coronel Kilgore obliga a sus ciudadanos a practicar surf mientras se suceden los enfrentamientos, oero ninguno de ellos es capaz de remontar una ola, por miedo. Los norvietnamitas se ven obligados a esconderse en una red de túneles secretos, de los que solo saldrán cuando puedan firmar el fin de la guerra y su victoria definitiva, que alcanzarán en el momento en el que alguien se dé cuenta de que el gasto militar supera los ingresos por presunto turismo. El capitán Willard, que pidió una misión y, por sus pecados, se la concedieron, debe remontar el río en busca del coronel Kurtz, que permanece aislado y lamenta el horror. Pero nadie le escucha, porque el sureste asiático se ha convertido en un mercado negro en el que unos pocos sacan tajada de la guerra que padecen todos.
No hay más remedio que tomárselo con un poco de humor. Por favor, que alguien ponga un mínimo de sensatez y cordura a esto. Que alguien obligue a la minoría a escuchar a la mayoría. Que alguien se atreva a racionalizar las Hogueras, a limitar el ruido, a acortar el programa, a recolocar los monumentos y barracas para no interrumpir el día a día.
Y que viva san Guillermo.