Cine

'Corazones rotos', el amor lo puede todo (o no)

Tras su paso por el Festival de Cannes y Sitges, se estrena la última película de Gilles Lellouche, una irregular historia de amor a través del tiempo protagonizada por una siempre imponente Adèle Ex

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VALÈNCIA. “Lo bonito no sirve de nada. Créeme, en la vida, si nada te gusta, nada te decepciona”, le dice un padre a su hijo al comienzo de Corazones rotos (L´amour ouf), la nueva película del director francés Gilles Lellouche, basada libremente en la novela homónima de Neville Thompson, escrita junto a Audrey Diwan (León de Oro en el Festival de Venecia de 2021 por El Acontecimiento), Ahmed Hamidi y Julien Lambroschini, presentada en la Sección Oficial del Festival de Cannes y en la Sección Òrbita del Festival de Sitges y que llega este viernes 31 de enero a los cines españoles. 

Precisamente, ese conformismo, esa resignación de clase, esa tristeza, es contra lo que tratan de luchar una y otra vez los protagonistas de la película. Jackie y Clotaire (una siempre imponente Adèle Exarchopoulos y un François Civil que no sale tan bien parado a su lado) se conocen de adolescentes y se enamoran perdidamente. Ella es la chica insolente con aspecto dulce del pueblo portuario de finales de los 80 donde viven; procedente de una familia de clase media-alta, a pesar de su carácter atrevido y sus pequeñas rebeldías, trata de no desviarse demasiado de lo que se espera de ella, aspira a hacer algo en la vida. Él es el chico malo que hace novillos y se dedica a hacer gamberradas; de origen humilde, no cree que hacer lo “correcto” le depare un futuro mejor. Sin embargo, el peso de la fatalidad social y la creciente tendencia a la violencia de Clotaire, esa cosa de juntarse con la gente equivocada en el momento equivocado, acabarán por separarlos. Una década después, él sale de la cárcel, y, a pesar del paso del tiempo y lo que este hace con las personas, ninguno de los dos ha podido olvidar al otro. 

Corazones rotos
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A manera de versión posmoderna con cierto discurso de clase de clásicos como Romeo y Julieta, Uno de los nuestros, de Martin Scorsese, Heat, de Michael Mann o Corazón salvaje, de David Lynch, a la película no le falta energía ni ritmo, un más o menos logrado estilo visual y una potente banda sonora con momentos musicales que funcionan e incluso llegan a conmover. Una de sus grandes bazas reside en su primera parte, donde Lellouche consigue capturar la complicidad y la magia única del primer amor, la fuerza de la juventud, cuando todo está por delante y el futuro es sólo una palabra. Sin embargo, esa magia se va esfumando a lo largo de los 166 innecesarios minutos que dura la película entre su pesada trama de acción que acaba por no decir nada, clichés y efectismos fáciles, personajes cuyos rostros cambian con los años y otros que permanecen  inalterados, apenas unas tímidas arrugas (si acaso las hay), como si el paso del tiempo no fuera con ellos, primeros planos, fotogramas congelados y secuencias a cámara lenta que enfatizan todavía más el evidente mensaje que quiere contarnos el director y que acaban por convertirla en un una suerte de álbum de fotos sentimentales transformado en un exagerado videoclip moralista con algunas ideas interesantes y ciertos destellos de talento. 

“Qué esté bien no es suficiente”, acaba diciendo la protagonista ante su cómoda pero frustrada vida. Y eso mismo es lo que le pasa a esta bien intencionada pero irregular película. Al final, lo mejor de Corazones rotos acaba siendo también lo más obvio y su parte más honesta: su prometedores títulos de crédito iniciales a modo de homenaje a esa memorable película de Lynch protagonizada por Nicolas Cage y Laura Dern, una brillante y siempre cercana Adèle Exarchopoulos, el carácter que consigue dar a su arrojado personaje, esas secuencias musicales con cierta emoción y la fuerza de esa historia de amor loco a través del tiempo, una historia de amor en los márgenes que por momentos logra conmover, ese amor que lo puede todo y a veces no, como la película también muestra que puede suceder. 

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